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Por qué somos más resistentes a las crisis que los Estados autoritarios

Kabinettsklausur

Bundeskanzler Olaf Scholz (SPD) gibt die Abschlusspressekonferenz nach der Klausurtagung der Bundesregierung vor dem Schloss Meseberg, dem Gästehaus der Bundesregierung. Themen der Klausur sind der Ukraine-Krieg und Wirtschaftsfragen., © dpa Pool

29.04.2022 - Artículo

Artículo del Canciller Federal en el periódico "Die Welt"

La guerra de Vladimir Putin se dirige contra todo lo que constituye la democracia, escribe el canciller alemán en una columna para el periódico Die Welt. Pero los países democráticos del mundo están hoy más unidos de lo que han estado en mucho tiempo, y a largo plazo serían más resistentes a las crisis que Rusia o China.

Durante mi reciente visita a Moscú, unos días antes del ataque del presidente Putin a Ucrania, me reuní con activistas rusos de derechos civiles. Me describieron cómo los dirigentes rusos coartan su libertad de forma masiva y sistemática. Y, sin embargo, todos ellos estaban decididos a seguir luchando por la democracia y los derechos humanos. Les pregunté de dónde sacaban la fuerza para hacerlo. "Ya sabe", contestó uno de ellos, "la democracia surge de nosotros mismos".

Esta frase ha estado resonando en mí desde entonces. Me impresiona su confianza inquebrantable. Después de todo, el objetivo de Putin no es solo destruir Ucrania. Su guerra se dirige contra todo lo que constituye la democracia: la libertad, la igualdad ante la ley, la autodeterminación, la dignidad humana.

De hecho, actualmente estamos experimentando un retroceso de la democracia; los politólogos hablan de una "erosión democrática". Y que la democracia liberal se impondrá en todo el mundo, por así decirlo, por ley, como dijo Francis Fukuyama tras el fin de la Guerra Fría, ya no lo afirma nadie.

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El hecho es que el capitalismo se ha impuesto en todo el mundo. Al mismo tiempo, la competencia mundial por las inversiones y las materias primas, la movilidad ilimitada del capital y el cambio climático provocado por el hombre han limitado el poder regulador de los Estados nacionales. Pero se tiene la posibilidad de contrarrestarlo a través del derecho internacional.

Sin embargo, esto no indica quién será más capaz de hacer frente a las consecuencias de esta evolución. Una mirada a los enormes problemas medioambientales de las ciudades chinas o a la inadecuada preparación de la economía rusa para la era posfósil hace dudar de que sean los Estados autoritarios.

Pese a ello, una cosa está clara: las soluciones puramente nacionales están llegando a sus límites, y no solo ante un mercado global. El cambio climático, las pandemias, las migraciones... todo ello exige la cooperación internacional. Por lo tanto, el éxito sostenible reside en aquellos que encuentran soluciones transfronterizas, que crean redes, que forjan alianzas y las cultivan. Porque así –y solo así– es como se puede configurar la globalización en interés de los ciudadanos.

¿Pero quién mejor para hacerlo que nosotros? Al fin y al cabo, somos los europeos los que llevamos décadas practicando la cooperación transfronteriza en la Unión Europea.

La segunda conclusión de los escépticos de la democracia es que los Estados autoritarios son más resistentes a las crisis. Sin la necesidad de legitimarse a través de las elecciones, son más capaces de planificar a largo plazo e imponer decisiones difíciles a corto plazo. La pandemia del coronavirus es citada a menudo como prueba de ello.

Sin embargo, no existe la respuesta de los Estados autocráticos a esta crisis. Estamos presenciando una variedad de enfoques ideológicos: desde el aislamiento de países enteros y las restricciones draconianas a la libertad hasta la negación total del virus con millones de muertes como triste consecuencia. Lo único que tienen en común estos planteamientos es su difuso radicalismo.

Frente a ello, la revisión, el cuestionamiento y la adaptación constantes de las normas en nuestros parlamentos democráticos y debates sociales pueden parecer agotadores. Y, sí, las democracias son falibles. Las decisiones democráticas son tomadas por personas para las personas, y las personas cometen errores.

Pero: las democracias tienen un poderoso correctivo. En Alemania, 83 millones de ciudadanos participan en la toma de decisiones, debaten, interfieren y votan. Ahí es precisamente donde reside nuestra fuerza. El economista Branko Milanovic calificó recientemente de forma acertada la "ventaja instrumental" de la democracia: la "consulta constante a la población".

La negociación constante de cómo conciliar la libertad y la seguridad crea aceptación y equilibrio social. Y la búsqueda conjunta de la solución más razonable garantiza el progreso.

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En tercer lugar, se acusa a las democracias de debilitar su asertividad al hacer hincapié en las libertades individuales, incluso en la propia individualidad. Una formación de la voluntad fuerte y unificada es prácticamente imposible en vista de la polifonía y la diversidad cada vez mayores de nuestras sociedades.

Pues bien, las democracias están demostrando todo lo contrario. Pocas veces los países democráticos del mundo han estado tan unidos como hoy. Juntos apoyamos a Ucrania, juntos hemos impuesto las sanciones más duras contra los agresores rusos, juntos estamos reforzando nuestra defensa. Esto demuestra lo que nos une como democracias: la convicción de que la ley debe poner límites al poder.

En los Estados autocráticos es exactamente lo contrario: sitúan el poder por encima de la ley, y precisamente ahí radica su mayor debilidad. Porque el poder que no se rige por la ley es susceptible de corrupción, nepotismo y abuso de poder.

Cualquiera que haya leído Rebelión en la granja de George Orwell lo sabe. La recién ganada libertad de los animales termina en el momento en que su líder proclama: "Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros". Lo que sigue es la dictadura y, en última instancia, el colapso del sistema.

El cuarto argumento utilizado contra las democracias consiste en la relativización completa de los valores políticos. Se invocan razones culturales, como si determinados países y culturas no estuvieran preparados para la democracia. Esto puede decirse de los Estados individuales bajo déspotas incorregibles durante cierto tiempo, pero ciertamente no para la humanidad en su conjunto. Quien niega la existencia de valores humanos comunes per se no sabe de qué habla.

Los que lo hacen son simplemente ignorantes. No saben que una vida de libertad, justicia y dignidad no es un ideal limitado a Occidente. Pero también pasan por alto el hecho de que hay valores humanistas que son compartidos por todas las personas a través de los tiempos y las fronteras –sobre todo, el respeto por la vida y la dignidad de los demás–.

Por eso, la gente de todo el mundo siente tristeza, compasión y rabia cuando ve las imágenes de las mujeres, los hombres y los niños asesinados de Butcha u otros lugares de Ucrania.

"No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti": esta regla de consideración mutua, conocida por todos los niños, se encuentra de forma similar en todas las grandes religiones del mundo e incluso en los escritos del antiguo Egipto, los antiguos filósofos, Confucio o los pensadores de la Ilustración.

El artículo 1 de nuestra Ley Fundamental no habla de los "derechos humanos inalienables como fundamento de toda comunidad humana" por nada. Es esta promesa de igualdad de derechos y deberes para todas las personas en la que se basa la democracia.

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Se trata de una certeza y de un mandato a la vez: la certeza de que la democracia "nace de nosotros, los seres humanos", porque corresponde profundamente al ser humano. Y el mandato de estar al lado de todos los que luchan por la libertad entre iguales. Y así por la democracia.

Estoy convencido de que solo la democracia es capaz de afrontar los problemas del siglo XXI. ¡El futuro le pertenece!

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