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Discurso del Ministro Federal de Relaciones Exteriores´Heiko Maas, Diputado del Bundestag Alemán:  “Valentía europeísta – #EuropeUnited”

04.07.2018 - Artículo

 

Discurso del

Ministro Federal de Relaciones Exteriores

Heiko Maas, Diputado del Bundestag Alemán

“Valentía europeísta –

#EuropeUnited”

en la antigua estación de correos de Berlín

(alter Postbahnhof am Ostbahnhof

Berlín, 13 de junio de 2018


Estimadas señoras y señores,

y, en particular, estimados coanfitriones de “Pulse of Europe” y de la Fundación Schwarzkopf:

¿Cómo puede mantener Europa su posición en un mundo radicalizado por el nacionalismo, el populismo y el chovinismo?

Estos días le estuve dando vueltas a esta pregunta mientras pensaba en el papel de Alemania en Europa.

Esta pregunta también la tengo siempre presente cuando hablo con mis colegas europeos y por supuesto también durante mis visitas a Moscú, a Washington, a África y a Oriente Próximo.

  • La política egoísta del “America First” de Donald Trump,
  • los ataques de Rusia al derecho internacional y a la soberanía de los Estados, y
  • la expansión del gigante chino.

El orden mundial que conocíamos, al que nos habíamos acostumbrado y en el que a veces nos habíamos acomodado ha dejado de existir.

Antiguas fiabilidades se desmoronan bajo el peso de nuevas crisis y décadas de alianzas son puestas en entredicho a golpe de Twitter.

Durante mucho tiempo los EE.UU. han sido la potencia líder de los pueblos libres. Durante 70 años defendieron la libertad, la prosperidad y la seguridad aquí en Europa.

Hace unos días dije que vamos a reaccionar a las recientes decisiones de Estados Unidos con medidas adecuadas para contrarrestarlas.

Créanme: Les aseguro que nunca me hubiera imaginado que un ministro alemán de Exteriores se vería algún día obligado a hacer tales declaraciones.

Pero bajo el Presidente Trump el Atlántico se ha ensanchado y la política aislacionista de Trump ha dejado un enorme vacío en todo el mundo. Y eso es algo que percibimos muy particularmente después de la Cumbre del G7.

¿Quién colmará ese vacío? ¿Poderes autoritarios? ¿Absolutamente nadie?

¿O se convertirá la bandera europea en el nuevo estandarte del mundo libre, como en su día lo fueron las barras y estrellas de Estados Unidos?

La respuesta a esta pregunta debe venir también de Alemania.

Cierto es que analizar se nos da bien: Hoy en día apenas existen artículos de prensa o declaraciones políticas donde no se afirme que le corresponde a Europa salvar el libre comercio, la protección del clima y el orden mundial multilateral. Y, claro está, yo mismo comparto plenamente este análisis.

La urgencia con la que debemos unir la fuerza de Europa en el mundo es hoy mayor que nunca. La digitalización, el cambio climático, la migración y las consecuencias sociales de la globalización son fenómenos internacionales a los que sólo se les puede hacer frente si Europa actúa aunando los esfuerzos de sus 500 millones de ciudadanos.

Entonces, ¿a qué estamos esperando? No debemos continuar parados sin más ante esta situación. Si Europa no actúa de forma conjunta, pronto pasará a un segundo plano.

Dentro de veinte años se estima que vivirán en la Tierra 9.000 millones de personas: tan sólo algo más del cinco por ciento de ellos en la Unión Europea. Aunque suene a poco, un cinco por ciento es mucho más que unas fracciones porcentuales, que es lo que representa cada uno de los países de Europa individualmente. Sólo si este cinco por ciento está unido tendremos alguna oportunidad de poder configurar algo en este mundo cambiante.

Por ello nuestra respuesta conjunta al “America first” debe ser: “Europe united”.

Y para ello no bastará con otra recopilación de meros puntos aislados.

De esta forma no se conseguirá entusiasmar a nadie con Europa ni dentro de Europa.

Y es que se trata de otra cosa. Se trata de nuestra actitud hacia Europa. Estoy firmemente convencido de que también necesitamos más valentía en Europa.

  • Valentía para tomar con determinación la mano que el Presidente francés ya nos tendió el pasado mes de septiembre. Y no con el método de “elección múltiple”, sino con nuestras propias alternativas allí donde tenemos ideas divergentes.
  • Valentía también para presentar una idea propia del futuro de Europa que no se limite a preocupaciones puramente tecnocráticas o a compromisos vacíos con la Unión Europea.
  • Y valentía también para tirar por la borda algunas de nuestras propias ortodoxias por el bien común, ya que sólo de esta forma conseguiremos mantener nuestra capacidad de actuación.

El nacionalismo y el aislamiento también se alimentan de nuestro desánimo. Los populistas necesitan el miedo y la desorientación de la gente para propagar sus falsas soluciones.

Esto no me deja indiferente, todo lo contrario, y no sólo desde hoy. El nuevo nacionalismo me duele en el alma, y probablemente esto se deba también a que soy del Sarre. Quienes somos de esa región fronteriza tenemos una relación muy especial con Europa.

Cuando comencé mis estudios en Sarrebruck, el por entonces presidente de la universidad dijo en la conferencia inaugural que cada uno de nosotros debería un día cruzar solo la frontera con Francia y recorrer los cercanos campos de la batalla de Verdún para reflexionar.

Para la gente que únicamente conoce la guerra de los libros de historia, es toda una experiencia.

Y así lo hice. Me monté en la moto y una mañana me dirigí a Verdún. Vi la necrópolis interminable, el paisaje todavía distorsionado por los cráteres de las granadas y el Osario de Douaumont. Allí yacen los huesos de 130.000 soldados alemanes y franceses; de soldados tan destrozados que nadie ha podido identificarlos.

Quien haya visto Verdún sabrá que la Unión Europea es un logro de paz único. Comprenderá el enorme valor que se requirió para hablar de reconciliación pocos años después de la devastación causada por dos contiendas mundiales.

Sin embargo, para reavivar el entusiasmo por Europa, no bastará con evocar una y otra vez nuestra historia, el valor y la visión de futuro de los fundadores de Europa.

Debemos hacer sentir en el aquí y ahora que necesitamos más Europa, no menos. Precisamente ahora.

Si realizamos un balance sincero también es preciso constatar que el nuevo nacionalismo también tiene nuevas causas y las políticas de muchos gobiernos tienen parte de responsabilidad de que así sea. Una política que a menudo echa la culpa a Bruselas, pero a la que le gusta vender los éxitos europeos como suyos propios ante un público nacional.

Durante demasiado tiempo, además, hemos considerado la globalización y algunos de sus excesos como una especie de fenómeno natural contra el que la política no podía o —desde una ideología neoliberal— no quería hacer nada.

La crisis bancaria, los flujos migratorios y la deslocalización de empleos también son experiencias que han fortalecido a los nacionalistas y populistas tanto dentro como fuera de Europa.

Por lo tanto, uno de los cometidos centrales de la política europea es hacer perceptible que la globalización y la erosión de las estructuras de gobernanza no son fenómenos naturales ante los que estamos indefensos y desamparados. Se necesita valor para reposicionar a la Unión Europea de cara al siglo XXI.

No nos queda mucho tiempo. Pero merece la pena.

Señoras y señores:

La situación interna y las tareas internacionales de Europa están estrechamente relacionadas. Sólo la cohesión y la unidad a nivel interno nos dan fuerza y soberanía hacia el exterior.

Por tal motivo también necesitamos una gran Europa.

  • Una Europa que no diferencia entre países más grandes y más pequeños, entre centro y periferia.
  • Una Europa que no termina ni en el antiguo Telón de Acero ni en la Cordillera de los Alpes.

El Muro de Berlín se erigía a escasos metros de aquí hasta 1989. Era la frontera mortal entre el Este y el Oeste.

Si los alemanes hemos aprendido una lección de esta historia de división, es que los muros y las fronteras no crean seguridad, sino que restringen la libertad, la prosperidad y la felicidad. Por esta experiencia ya han tenido que pasar demasiadas personas.

Por lo tanto, no debemos permitir que Europa se divida hoy en diferentes grupos y se levanten nuevas fronteras. Debemos cerrar las brechas aparecidas en los últimos años en nuestra Unión, entre el Norte y el Sur, entre el Oeste y el Este.

Y esto es lo que Alemania ofrece a Europa: Queremos superar lo que nos separa. Queremos ser garantes de la unidad interior y la fuerza de Europa, para que Europa pueda cumplir mejor las esperanzas de las y los europeos y las expectativas del mundo.

Para conseguirlo, también Alemania tiene que mostrar flexibilidad. La línea entre la lealtad a los principios y la terquedad es a veces estrecha, sobre todo en nuestro país. También debemos aprender a ver a Europa más a través de los ojos de los otros europeos para comprender la idea europea:

Por un lado, están los países de Europa Central y Oriental. Experimentaron el colapso del comunismo y una total transformación de sus condiciones de vida.

Para ellos, Europa era sobre todo una promesa de libertad y prosperidad.

Europa les ha proporcionado ambas cosas, aunque todavía persista una brecha económica. La gestión europea de la crisis de los refugiados, sin embargo, ha despertado en muchos ciudadanos de Europa Central y Oriental una sensación de tutela externa, y entiendo que la gente de allí reaccione con sensibilidad cuando ven afectada su recién ganada soberanía e identidad, aunque sólo de una percepción subjetiva se trate.

Por supuesto, Europa no debe pasar por alto si hay deficiencias del Estado de Derecho democrático, por cuanto constituye la base de nuestra Unión.

Sin embargo, el dedo aleccionador desde Berlín ciertamente logra menos que ofertas inteligentes para conciliar intereses.

  • Por otro lado también están los países del Sur, que todavía padecen las consecuencias de la crisis financiera. Aunque la economía en general se ha recuperado en gran medida, todavía hay regiones en las que el 25, 30 o 40 por ciento de los jóvenes siguen sin encontrar trabajo. Ante esta realidad Alemania no puede quedarse indiferente.

    Y debemos alarmarnos cuando, precisamente en Italia —piedra angular de Europa y uno de nuestros socios más estrechos hasta la fecha—, casi la mitad de los ciudadanos cree que su país no obtiene beneficio de su pertenencia a la Unión Europea.

    Europa debe encontrar una respuesta convincente a los más diversos niveles a la legítima expectativa de solidaridad de los ciudadanos del Sur.

Señoras y señores:

Cuando hablamos de una gran Europa, en seguida surge de forma natural la cuestión de la capacidad de actuación de la UE. Una gran Europa por supuesto que no debe poner freno a las ambiciones de quienes quieren estrechar aún más la cooperación.

Sin entrar en clasificaciones de europeos buenos y europeos malos, también deberíamos tomar nota de que el objetivo de una convergencia cada vez más estrecha de los Estados de Europa no se comparte por igual en todos los países.

Por eso necesitamos dotarnos de mecanismos —y en esto estoy de acuerdo con Emmanuel Macron— que permitan un avance flexible de grupos dentro de la Unión Europea sin poder ser bloqueados por otros.

Al mismo tiempo, la puerta debe permanecer siempre abierta de par en par para los que quizás se unan más tarde.

Nuestra cooperación reforzada en materia de política de seguridad y defensa, por ejemplo, demuestra que sí es posible. Al final participaron 25 Estados miembros. La clave del éxito fueron unos objetivos ambiciosos, máxima transparencia y una apertura permanente a todos los Estados miembros. Y estos deben seguir siendo en el futuro los principios para lograr una Unión Europea aún más eficaz.

Señoras y señores:

La aceptación de Europa por parte de los ciudadanos —y de eso se trata— no depende tanto de cómo se toman las decisiones en Bruselas sino de qué decisiones adoptamos.

La oportunidad especial para la acción conjunta en Europa reside allí donde los Estados nacionales se enfrentan a problemas globales. Por sí solo, ningún país europeo, ni siquiera Alemania, tiene el peso necesario para desempeñar un papel clave en la configuración de la globalización, del sistema comercial o de la política internacional.

Pues al fin y al cabo lo que dijo el ex Primer Ministro belga Paul-Henri Spaak es cierto: “Hay dos categorías de países en Europa: los Estados pequeños y los Estados pequeños que todavía no se han dado cuenta de que lo son”.

Bien pensado, ¿qué quiere decir esto? La transferencia de soberanía a la Unión Europea también permite ganar una capacidad de configuración que hace tiempo que se perdió a escala nacional. El nacionalismo no significa “recuperar el control”, como llegaron a afirmar los partidarios del Brexit, sino en realidad “ceder el control”.

Mantener la soberanía mediante una cooperación más estrecha debe ser el objetivo y el principio en el seno de la Unión Europea. Por eso necesitamos dar urgentemente una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las tareas más importantes que debemos abordar juntos?

En mi opinión hay tres ámbitos principales:

  • La política económica y financiera con su dimensión social que debe velar por una mayor equiparación de las condiciones de vida. Esto es también lo que la gente espera, y es también la promesa de prosperidad que hay detrás de la idea europea;
  • la política migratoria, que debe dejar de ser un elemento de escisión en Europa;
  • y, por último, la política exterior, que aborda la capacidad de configuración y la capacidad de ejecución de Europa en el mundo.

En mi opinión, no cabe duda de que debemos dejar a un lado las divisiones en la política económica y financiera europea. Para ello también nosotros debemos vencer de una vez por todas muchas de las reservas todavía existentes.

De hecho Alemania se beneficia del euro y del mercado único como prácticamente ningún otro país de la Unión Europea.

La Fundación Bertelsmann calcula que la economía alemana crece más de 37.000 millones de euros al año gracias al mercado único. Esto equivale a un aumento de los ingresos de 450 euros al año para cada uno de nosotros. Nueve de nuestros doce principales socios comerciales son Estados miembros de la UE, seis de los cuales pagan, como nosotros, en euros.

Por lo tanto, es pura lógica que la estabilización duradera del euro redunda en nuestro más genuino interés como alemanes.

A los alemanes nos encantan los seguros. En total hemos suscrito más de 430 millones de pólizas de seguro para protegernos de todos los riesgos posibles. Pero precisamente cuando se trata de proteger nuestra moneda común, ahí es cuando más reacios nos mostramos.

Por lo tanto, es acertado que la Canciller Federal se haya ocupado por primera vez también de los detalles de cómo Europa puede llevar a cabo mejor sus tareas en este ámbito.

Pero debemos ir aún más lejos. Si queremos una Europa fuerte y próspera sin miembros de primera y segunda clase, este no puede ser el final del debate. La propuesta formulada por el Vicecanciller Olaf Scholz, consistente en dotar por primera vez a la Unión Europea de fondos propios a través de un impuesto de transacciones financieras, supondría un verdadero cambio de paradigma. Y precisamente en vista de las relaciones transatlánticas considero que la idea de un impuesto digital no es ninguna mala idea.

Asimismo

  • Necesitamos más esfuerzos para luchar contra el desempleo juvenil y menos desequilibrios sociales en la zona euro, por ejemplo, mediante un salario mínimo europeo o un sistema de reaseguramiento europeo para los sistemas nacionales de seguro contra el desempleo;
  • Necesitamos una mayor contribución de la Unión Europea en la lucha contra el dumping social y fiscal, por ejemplo mediante la aproximación de los impuestos de sociedades —esto es lo único que puede ayudar—;
  • Necesitamos más apoyo para llevar a cabo reformas estructurales y más inversiones, por ejemplo en el cambio digital, uno de nuestros grandes desafíos futuros.

Todo esto garantiza la estabilidad económica de Europa, la estabilidad de nuestra moneda y la paz social por la que los europeos somos envidiados en todo el mundo.

La austeridad es una virtud, pero la avaricia supone un peligro para lo que queremos preservar y desarrollar: la unidad y la fuerza de Europa. Ahí cada céntimo está bien invertido, porque al final todos salimos beneficiados.

Señoras y señores:

¿Qué alternativa nos queda? ¿Acaso estamos dispuestos a aceptar que las tecnologías del futuro, como la conducción autónoma o la inteligencia artificial, sólo se desarrollarán en Silicon Valley o en la ciudad china de Shenzhen? Entonces veo negro incluso el futuro de Alemania como enclave industrial. Así pues, ¿por qué no reunimos, por ejemplo, el capital riesgo europeo, reducimos la burocracia y de este modo fomentamos la creación de redes en la escena start-up no sólo nacional sino también y sobre todo europea?

Alemania tiene que estar dispuesta a contribuir con su parte a todo esto.

En interés de una Europa unida, pero también en el propio interés alemán.

Señoras y señores:

El segundo ámbito político que precisa una respuesta europea es el área del éxodo y la migración.

Ninguna cuestión ha puesto tan a prueba la cohesión de la Unión Europea en los últimos años, y ninguna alberga más potencial para la división. Por ello, debemos hacer todo lo posible para garantizar que la migración deje de actuar como un veneno para la cohesión en la Unión Europea.

Considero que tenemos que hacer dos cosas para conseguirlo:

  • En primer lugar, precisamente nosotros, los alemanes, deberíamos dejar de hablar de migración desde una posición que pueda percibirse como de superioridad moral, especialmente con respecto a nuestros socios de Europa Central y Oriental. El dedo acusador y la arrogancia moral no consiguen sino ahondar más la división.
  • En segundo lugar, todos los Estados miembros deben dejar de utilizar la migración como recurso de demagogia interna, sobre todo contra la Unión Europea.

    No tengo la menor comprensión con el uso indebido de la cuestión de la migración para desviar la atención de las propias negligencias políticas, incluso del ámbito de la política interior.

Debemos avanzar con prontitud en los sectores en los que ya hemos alcanzado consenso. Debemos combatir más eficazmente las causas del éxodo y mejorar la protección de las fronteras exteriores. Hemos dejado solos a Italia y Grecia con estas tareas durante demasiado tiempo.

Y otro aspecto que para mí entraña gran relevancia: Debemos mantener abiertas las fronteras dentro de Europa.

Schengen es sinónimo de libertad de las y los ciudadanos de Europa. 1,7 millones de personas se desplazan cada día a trabajar a otro país de la Unión Europea. 16 millones de ciudadanos europeos viven en otro Estado miembro, donde trabajan, cobran una pensión o estudian. Y nosotros, los europeos, cruzamos una frontera interior de Schengen 1.250 millones de veces al año, lo cual resulta casi inimaginable. Sin aduanas, sin controles de pasaporte, sin barreras. Y así debe seguir siendo.

Sí, tenemos que proteger mejor nuestras fronteras exteriores, pero nunca debemos renunciar a la libertad conseguida en el interior de Europa. De lo contrario, tendríamos una Europa diferente de la que muchos sueñan.

Algunos Estados, entre los que se cuenta Alemania, han reintroducido “controles fronterizos temporales”. Permítanme ser muy claro: Lo “temporal” no debe convertirse en “permanente”. En este punto no podemos ni retroceder en la historia ni perjudicar a la Unión Europea en lo que a ello se refiere.

Señoras y señores:

El tercer ámbito político en el que la Unión Europea debe mostrar más unidad y fuerza es en el área de la política exterior.

“Nosotros, los alemanes, somos conscientes de la urgente necesidad de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa: porque nuestros pueblos deben asumir de forma más decidida que en el pasado la parte de responsabilidad que les corresponde en el mantenimiento de la paz mundial; porque es absolutamente imprescindible que unan sus fuerzas que, aisladas, son limitadas para poder asumir esta tarea (...)”.

Esto era una cita. Pero no era de 2018, sino extraída de un discurso del ex Ministro de Relaciones Exteriores Willy Brandt de 1967. Nuestro análisis, al parecer, no ha cambiado pasados 50 años.

Pero el mundo actual se ha vuelto mucho más complejo que durante la época del Telón de Acero.

La actitud del Gobierno de Trump plantea retos completamente nuevos a Europa:

  • La salida del Acuerdo de París sobre el cambio climático,
  • la retirada del acuerdo nuclear con Irán y la amenaza abierta de sanciones contra los socios europeos,
  • el nuevo proteccionismo.

    Todo esto pone en tela de juicio nuestra certeza de luchar junto a los EE.UU. en pro del multilateralismo y de un mundo basado en normas. Y esta perturbación, no nos engañemos, desafortunadamente ya es tan grave que es probable que se extienda más allá de la presidencia de Trump.

    Por supuesto, los EE.UU. siguen siendo nuestro socio más estrecho en política exterior y de seguridad fuera de la UE. Pero ya es hora de reajustar también la asociación transatlántica, no para dejarla atrás, sino para preservarla en un cambiante contexto internacional.

    Necesitamos una nueva asociación equilibrada con los EE.UU.

  • Centrándonos en la cooperación en aquellos ámbitos donde haya un equilibrio entre los valores y los intereses de ambas partes.
  • Poniendo nuestro peso donde nuestro socio se retira.
  • Colocando como europeos un contrapeso decidido donde los EE.UU. traspasan las líneas rojas.

Así lo acabamos de vivir estos últimos días y semanas: cuando el Gobierno de los Estados Unidos cuestione de manera ofensiva nuestros valores e intereses, en el futuro debemos mostrarnos más robustos.

Una primera prueba para este enfoque será el acuerdo nuclear con Irán. El cual como europeos queremos defender, en eso estamos de acuerdo. No para apoyar a Teherán, sino para evitar una carrera armamentística en el ámbito nuclear en Oriente Medio que tendría consecuencias devastadoras incluso para nuestra propia seguridad aquí.

Todo esto sólo puede tener éxito si unimos nuestras fuerzas enérgicamente con Francia. Bajo la presidencia de Macron, Francia ha encontrado la fuerza para llevar a cabo reformas importantes y ha presentado propuestas de gran alcance para el futuro de Europa.

A mí no me cabe la menor duda de que la única respuesta puede ser un rotundo “sí”. No tenemos que estar de acuerdo en todos y cada uno de los detalles al comienzo del debate, pero precisamente ante la incertidumbre en las relaciones transatlánticas no puede haber ni un atisbo de duda de que precisamente ahora estamos trabajando codo con codo.

No dando lecciones destinadas a marcar el rumbo a los demás Estados miembros, sino animando a hacer avanzar Europa con determinación.

Si Berlín y París tienen valor para cooperar de forma mucho más amplia que hasta la fecha en cuestiones económicas, financieras, energéticas y de seguridad, les seguirán otros, estoy plenamente convencido en ello. De este modo se creará una nueva dinámica también para Europa en su conjunto y sólo así podremos acercarnos al objetivo de una mayor autonomía estratégica para Europa.

Estimadas señoras y señores:

Con los EE.UU. compartimos los valores fundamentales de la democracia liberal. En otras partes del mundo, sin embargo, la influencia de los regímenes autoritarios va en aumento.

Y en nuestra vecindad —en Siria, en Ucrania, en Oriente Próximo— los conflictos están causando estragos, y no avanzamos en su resolución porque no ponemos en valor ni hemos puesto en valor de modo suficiente el peso de Europa.

Europa debe reaccionar de una vez por todas. Pero no basta con apretar un par de tornillos en el aparato de Bruselas, sino que es necesario un cambio de mentalidad. Necesitamos más valor, más ambición y más voluntad para dar forma a la política exterior. O dicho de otro modo: De una vez por todas debemos ser “capaces en política exterior” dentro de la Unión Europea.

Para ello se requieren dos cosas:

  • Primero: La determinación de formular una política exterior común; y
  • Segundo: Las capacidades para también hacer cumplir esa política exterior europea.

Todavía estamos muy lejos de conseguir ambas cosas.

Ya en 2016 el actual Presidente Federal Frank Walter Steinmeier y su por entonces homólogo francés Jean-Marc Ayrault propusieron la creación de un Consejo de Seguridad Europeo.

A largo plazo, dicho órgano podría proporcionar directrices para una política exterior y de seguridad de la UE coherente y estratégica. Y sería condición previa para la creación de puestos europeos dentro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Hasta que lleguemos a ese punto, el Consejo podría reunirse, por ejemplo, una vez al año con los 27 Estados miembros de la UE como “Consejo de Seguridad Europeo”.

Y es que el mundo no va a esperar a que pongamos fin a nuestros debates estructurales en Europa.

Desde mi punto de vista existe sobre todo una vía para lograr una mayor capacidad de acción en materia de política exterior antes de que finalice el año:

Debemos acabar con la maldición de la unanimidad. Con demasiada frecuencia nos conduce a la política del mínimo denominador común. Además, constituye de hecho una invitación para potencias extranjeras a dividirnos y a aprovechar el poder de bloqueo de Estados miembros individuales.

Por lo tanto, una propuesta sería que el Consejo Europeo definiera lo antes posible los primeros ámbitos en los que a partir de ahora tomaremos decisiones también por mayoría.

Quien considere que de esta forma estamos renunciando a la soberanía se equivoca, pues ¿quién cree seriamente que un solo Estado europeo es capaz de hacer valer sus intereses nacionales en cualquier conflicto exterior de alcance mundial? Ya sea Irán, Ucrania o Siria, la respuesta a esos conflictos es siempre la misma, a saber: Europa debe actuar de consuno, sino no habrá solución.

El principal foco de la política exterior europea debe centrarse en crear estabilidad en nuestra vecindad.

Esto es particularmente válido en referencia a los países de los Balcanes Occidentales.

Si la Unión Europea no logra avanzar con estos países en lo que al proceso de adhesión se refiere —cuestión que se está debatiendo en la actualidad—, las consecuencias serán fatales. Hace tiempo que otras potencias están llenando este vacío: Rusia, China, países de Oriente Medio y Oriente Próximo; países por tanto que tienen unas ideas del orden y la estabilidad completamente distintas a las que tenemos en Europa.

Naturalmente que la adhesión presupone el cumplimiento de unos claros criterios, eso nunca se ha puesto en duda.

Entre ellos destacan la democracia liberal y un Estado de Derecho que funcione. Algunos países han registrado notables avances en este sentido, como es el caso de la ex República Yugoslava de Macedonia, que en el futuro pasará a llamarse Macedonia del Norte. Pero también Albania, con su ambiciosa reforma judicial. Por consiguiente, soy firme partidario de un inicio de las negociaciones de adhesión con estos dos países sujeto a condiciones. Si les privamos de la perspectiva de adhesión, todas las reformas que iniciaron se perderán por el camino.

Señoras y señores:

Necesitamos también una “nueva Ostpolitik. Una Ostpolitik europea, que, en vista del peligroso mutismo que mantienen Washington y Moscú, busque nuevas vías para emprender formas de cooperación también con Rusia en interés de todos los países europeos, y no sólo con los que elijan los rusos.

Asimismo, debe formular ofertas para los países de la Asociación Oriental, como Georgia y Ucrania, que piensan y con frecuencia sienten de forma tan europea como nosotros.

Debe tener en cuenta las preocupaciones de todos los europeos: tanto las de los países bálticos y de Polonia como las de los países de Occidente.

Al mismo tiempo debe encontrar un equilibrio entre los intereses de seguridad, la cooperación económica y la cooperación, por ejemplo, en temas culturales o científicos. De este modo, podrá desarrollarse una nueva dinámica positiva también en las relaciones intraeuropeas con respecto a los Estados miembros orientales de la UE.

Necesitamos además una política africana común de la UE que defina a África no sólo como continente beneficiario de ayuda para el desarrollo o exportador de crisis y migrantes. Tal como pude comprobar claramente en mi primer viaje a África: África no quiere únicamente ayuda para el desarrollo, sino una verdadera asociación.

Necesitamos una estrategia común para determinar cómo afrontaremos las ambiciones chinas de poder político, entre otras cosas para responder de forma coherente a intentos concretos de división en el seno de la Unión Europea.

Por este motivo, vamos a asumir nuestro puesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en 2019/2020 de forma muy consciente como miembros europeos. Por supuesto que pondrá “Germany” en nuestra placa. Pero cuando hablemos en el Consejo de Seguridad, a partir del 1 de enero de 2019 Alemania también quiere ser portavoz de todos los Estados miembros de la UE. Y cuando votemos, nos guiaremos más que nunca por la política europea que queremos desarrollar junto con nuestros socios de la UE. Esa es nuestra oferta.

Señoras y señores:

Además de valor para unirse, la Unión Europea también necesita los instrumentos adecuados para poder aplicar esta política. La nueva realidad transatlántica también significa que debemos asumir más responsabilidad con respecto a nuestra propia seguridad, por cuanto ya no podemos confiar en que lo hagan por nosotros desde el otro lado del Atlántico. Necesitamos una auténtica Unión Europea de Seguridad y Defensa.

En lo que se refiere a las estructuras de defensa, ya hemos realizado notables avances a través de la Cooperación Estructurada Permanente.

Pero incluso aquí es inevitable adoptar más medidas: Por tal motivo apoyo la propuesta francesa de una iniciativa de intervención europea —aunque quizás sea algo más apropiada la denominación de “equipo europeo de reacción en caso de crisis”— en estrecha coordinación con nuestra Cooperación Estructurada Permanente. Y deberíamos ofrecerle incluso a Gran Bretaña que participara a pesar del Brexit.

Pero tampoco debemos cerrar los ojos ante otra realidad: Alemania tendrá que cubrir las lagunas en la capacidad de la Bundeswehr si nos embarcamos en este proceso.

Costará dinero. Pero la inversión en equipos está lejos de constituir un rearme.

Por cierto, no es algo que vayamos a hacer porque ahora nos lo esté exigiendo el Presidente Trump. Sino para contribuir a las estructuras de seguridad europeas, que a su vez son un componente esencial y en absoluto un reemplazo de una política exterior de la UE orientada a la paz y la seguridad.

Tal como se establece en el acuerdo de coalición, esto debe ir acompañado de un aumento del gasto en diplomacia en todas sus formas, desde la prevención de crisis hasta el entendimiento cultural. Una defensa fuerte y una diplomacia fuerte son dos caras de la misma moneda, y eso lo sabemos como muy tarde desde la política de distensión promovida por Willy Brandt.

Lo que está claro es que la política exterior europea sólo puede ser una política de paz. Y es que ningún conflicto puede solucionarse de forma permanente por medios militares.

Por lo tanto, la gestión civil de crisis debe constituir siempre el eje central de la política exterior y de seguridad europea. 2017 fue el año en el que logramos un gran adelanto con la Cooperación Estructurada Permanente. Convirtamos 2018 en el año en el que lograremos definitivamente un gran avance también en el ámbito civil, con la “Política Exterior y de Seguridad Común civil”.

En Malí apoyamos la construcción del Estado, en Somalia ayudamos con la formación de las fuerzas de seguridad y en Iraq promovemos el establecimiento de la ley y el orden.

Pero los expertos que necesitamos para estas misiones primero los tenemos que encontrar, formar y proporcionarles asistencia. Queremos que la Unión Europea pueda hacerlo por sí misma en el futuro. Así pues, proponemos que todos los Estados miembros de la UE se comprometan a enviar dichos expertos, para un nuevo “cuerpo de estabilización europeo” civil.

Señoras y señores:

Desde el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores iremos concretando el trabajo en estas cuestiones centrales en las próximas semanas y meses y seguiremos impulsando esta labor también en el ámbito político.

Mi objetivo por tanto es desarrollar unos planes de trabajo detallados para una asociación equilibrada con los EE.UU., una nueva Ostpolitik europea y la construcción de una Europa soberana y fuerte.

Señoras y señores:

El Sarre, la región de donde yo provengo, fue objeto de constantes disputas entre Alemania y Francia durante el siglo pasado. Mi abuela vivió toda su vida en el mismo lugar, en la misma calle y en la misma casa. Pero durante este tiempo tuvo cinco pasaportes distintos. No porque ella se moviera, sino porque se movía el mundo a su alrededor.

Mi generación se libró de tales vicisitudes. Yo me crié en un sentimiento de paz, con el espíritu de la reconciliación y en un ambiente de libertad. Pertenezco a la “generación del Interrail”. Un verano, con 17 años recorrí toda Europa de arriba abajo en tren.

La democracia, el Estado de Derecho, los derechos humanos, muchas de las cosas que mi generación daba por sentado en el pasado se están volviendo a cuestionar en la actualidad, por lo que debemos volver a aprender a no quedarnos de brazos cruzados ante este desafío.

Precisamente por eso “Pulse of Europe” es un movimiento tan maravilloso: Ha conseguido que decenas de miles de personas salgan a la calle. No se trata de ciudadanos descontentos y frustrados, sino por fin personas llenas de confianza y con un mensaje positivo. Esto también es posible en Alemania.

El entusiasmo por Europa no surge de la nada. Por consiguiente, deberíamos crear más eventos y formatos de encuentro, especialmente para la gente joven. Un Día Europeo de la Juventud, por ejemplo.

Un día en el que los jóvenes de todos los Estados miembros se reúnan, celebren, debatan y experimenten las similitudes y la diversidad de la cultura europea.

O bien: ¿Por qué no utilizamos más la digitalización para debatir a escala europea? Por ejemplo, con un “Ciberforo Europeo” en el que cada europeo se comunique en su propio idioma y un asistente lingüístico digital lo traduzca en tiempo real.

Estonia ya ha desarrollado una herramienta en línea así y estoy seguro de que nuestros amigos estonios no tendrían problema en compartir con nosotros sus experiencias. 

Precisamente este último punto, de más debate político, es muy importante para mí: Europa es más que armonía y amistad entre los pueblos, Europa también es política y esto implica disputa de opiniones, de forma democrática y por encima de las fronteras nacionales.

Para superar la polarización causada por el nuevo nacionalismo, también necesitamos una nueva politización.

  • ¿Cuánto dinero estamos dispuestos a gastar en la lucha contra el desempleo juvenil?
  • ¿Hasta dónde se pueden restringir las libertades en la lucha contra el terrorismo?
  • ¿Queremos ahorrar más o invertir más?

Todas estas son importantes cuestiones políticas. Aquí no se trata de las posiciones alemanas, francesas o de cualquier otro país. Se trata de una competencia entre ideas políticas. ¿Acaso existe algo más interesante?

Dentro de un año se celebrarán elecciones al Parlamento Europeo.

No debemos dejar estas elecciones en manos de nacionalistas y populistas incapaces de llegar a un compromiso.

Debemos por tanto utilizar las crisis existentes en Europa y las expectativas depositadas en Europa en aras de una politización constructiva.

Allí donde no hay debates, las y los votantes carecen de orientación.

Cuando las y los electores tienen la impresión de que su papeleta ya no sirve para un cambio de rumbo democrático, a los populistas les resulta fácil poner el sistema en tela de juicio, tal como hemos visto demasiado a menudo en los últimos años.

Recordemos, pues, una vieja virtud de la democracia: discutir de forma justa entre nosotros. Europa necesita esa competencia entre las mejores ideas.

Señoras y señores:

¿Puede uno sentirse orgulloso de una determinada nacionalidad? Creo que cada uno tiene que averiguarlo por sí mismo. En cualquier caso, la historia del Sarre me ha enseñado que también puede depender del azar nacer allí con uno u otro pasaporte.

Yo me siento orgulloso de la libertad y la democracia, de la sociedad abierta y tolerante, de la convivencia pacífica y de la cohesión social de nuestra sociedad. Todo ello no son obviedades, sino avances por los que las ciudadanas y los ciudadanos de este país lucharon y que defendieron. De eso me siento orgulloso.

Pero también son logros europeos y pueden constituir el núcleo de un nuevo “patriotismo europeo” al que los populistas y nacionalistas sólo pueden responder con demencia histórica.

Este patriotismo europeo nos infunde la valentía que necesitamos para la Europa del futuro:

  • Una Europa unida en su interior y fuerte hacia el exterior;
  • Una Europa donde la riqueza también se distribuye de manera equitativa;
  • Una Europa que defiende la paz y los compromisos justos entre los Estados;
  • Una Europa que salvaguarda la libertad, en su interior y hacia el exterior frente a déspotas extranjeros.

    Una Europa unida es ahora más necesaria que nunca en el actual contexto internacional.

    Esa es nuestra oportunidad y Europa es nuestra esperanza.

    Muchas gracias.

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