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Alemanes que hacen historia: Jérôme Boateng

Jerome Boateng

Jerome Boateng, © dpa/ Fotostand

12.03.2019 - Artículo

El nombre completo y escrito de forma correcta es Jérôme Agyenim Boateng pero a nivel mediático se le conoce  sencillamente como Jerome Boateng.

Tiene treinta años, dos hijas gemelas llamadas Lamia y Soley y un par de solidísimas piernas que lo han llevado a ser considerado uno de los mejores defensas del futbol del mundo en lo que va del presente milenio. Este último aspecto, por cierto, posee su propia singularidad: en un sistema tan jerárquico como lo es el futbol, los tres o cuatro -o más, según el sistema usado por el entrenador- encargados de frenar los embates del equipo contrario suelen pasar por desapercibidos frente al protagonismo fiero de los delanteros o la estampa de héroe solitario que se le otorga a los porteros -o que, la verdad, se otorgan a sí mismos-. Tener a un defensa como futbolista favorito equivale a admirar al bajista del grupo de rock por encima del resto o preferir el ensayo que cualquier otra manifestación literaria. 

En el caso de Jérôme Boateng, o Boa, que es como lo llaman sus amigos - y también el nombre de la revista de moda y estilo de vida que el futbolista lanzó el año pasado-, su inclusión en el listado de jugadores más queridos entre aficionados de todas las edades es de lo más común. Buena parte de ello se debe, por supuesto y para empezar, a su eficacia en la cancha, traducida en seis copas de la liga alemana, un trofeo de la liga británica, un triunfo en la Champions League y el primer lugar en el campeonato del mundo en 2014. Además, un grupo conformado por los periodistas deportivos más prestigiados de Alemania lo eligió como el futbolista del año en 2016, por encima de figuras destacadas como Thomas Müller o Robert Lewandowski.

La otra parte significativa de la ecuación no tiene que ver con sus habilidad con la pelota, sino con la manera en la que ha capitalizado su éxito en otros rubros, entre ellos, y de manera especial, el mediático. Consciente de su realidad, Boateng se sabe un ejemplo claro de la multiculturalidad que caracteriza a la Alemania del siglo XXI. Hijo de mujer alemana y hombre ghanés, nació en 1988 en un país que estaba por entrar a una nueva etapa de su historia, etapa de la que aún no ha salido y donde los procesos migratorios y de integración han ocupado un lugar preponderante en el debate político y social. En este sentido, podría decirse que desde temprana edad Boateng se asumió como un niño alemán más que soñaba con ser un futbolista importante cuando creciera, deseo que en su caso se materializó gracias a la potencia física y a su indomable fuerza de voluntad. Ni más, ni menos. Toda esta mezcla de elementos serían básicos para la construcción de su personalidad, pero no necesariamente le garantizaría la simpatía entre los hinchas una vez alcanzada la fama. En su caso honestamente habría que hablar de un carisma natural -los estadounidenses lo llamarían coolness-, un encanto que Boa emana no sólo dentro del estadio sino también fuera de él y cuyas propiedades son difíciles de hallar en el soccer. Menos discreto y taciturno que Lionel Messi, pero situado a una sana distancia del protagonismo de nuevo rico de Cristiano Ronaldo, el defensa germano disfruta de su vida “de civil” con un equilibrio que ya querría cualquier estrella pop del momento.

Hay vida más allá del fútbol

Sería erróneo, no obstante, confundir la afabilidad que despierta en la gente a diestra y siniestra -términos de lo más adecuados para el deporte que practica- con falsa humildad. Después de todo Jérôme Boateng es un individuo que gana millones de euros al año que no destina de forma exclusiva a obras de caridad. Si bien, puede observarse algo en sus maneras, en su forma de hablar, que revela una clara reticencia a ser encasillado como uno más entre las estrellas millonarias que pueblan el mundo del balompié profesional. Boa pudo haberse contentado con presumir ante las cámaras de televisión los más de seiscientos cincuenta pares de tenis que tiene y que ocupan un cuarto de su mansión y luego desaparecer en el anonimato, como si tal destello de frivolidad fuese una especie de travesura. Pero él no es de los que se alejan. Contrario a ello, habla sin rastro de vergüenza sobre su gusto por las zapatillas deportivas y muestra a la cámara su modelo favorito, y luego abunda sobre los proyectos que tiene más allá del deporte, ya sea su relación con Jay-Z, el afamado rapero estadounidense - Roc Nation, su empresa de management, comercializa la imagen del futbolista en los Estados Unidos-, ya de las perspectivas de crecimiento esperadas para JB, la línea de lentes que lanzó al mercado desde 2016 bajo el lema “Defend your style”. Y si lo dejan, digamos, si el entrevistador así se lo propone, Boateng no tiene empachos en explicar el tipo de relación que tiene con sus hijas o las razones por las que considera a Ribéry el futbolista más completo con el que ha compartido el campo.

Boa transmite una sensación de cercanía que se percibe honesta, incluso por encima de la sobreexposición que hace de sí mismo a través de sus cuentas de Facebook, Twitter o Instagram. Contrario a las indefendibles y nefastas declaraciones realizadas en 2016 por Alexander Gauland, diputado y co-dirigente del partido de extrema derecha, AFD (Alternativa para Alemania), quien dijo de él: “nadie querría tener un vecino como Boateng”, el defensa del Bayer Munich es precisamente el tipo de persona que todo alemán o no alemán desearía tener en la puerta de a lado: dicharachero, agradable, emprendedor, buen padre. Lo curioso es que, de manera simultánea, es capaz de proyectar un considerable nivel de sofisticación si el momento lo amerita. Poseedor de un físico imponente compuesto por noventa kilos de peso y 1.92 metros de altura, el tipo se ve bien hasta metido en los típicos Lederhose, cosa que muy pocos varones pueden presumir. Boa de cualquier manera nunca ha escatimado recursos en pos de hallar un sello estético propio y a la vez dotado de clase, esfuerzo que habría de coronarlo como el hombre mejor vestido de Alemania en 2015, según la edición de GQ de dicho país, y merecedor del premio de “Hombre del Año” de la sección de deportes por la misma publicación un año después. Ello por no mencionar la infinidad de blogs y revistas que directamente lo califican desde hace al menos un lustro de Fashion Influencer nato.

Lo que mucha gente no sabe es que esta otra faceta de Boateng no se produjo de manera espontánea sino que fue parte de un proceso. Éste tuvo su origen a partir de una lesión en la rodilla izquierda que sufrió en un partido amistoso que Alemania jugó contra Dinamarca en 2010, misma que se agravó con el golpe que una azafata le proporcionó accidentalmente con el carrito de las bebidas en un vuelo de avión. Durante ese forzado período de inmovilidad, Boateng comenzó a desarrollar aquellas ideas que años después se convertirían en diversos negocios relacionados con la moda y que hasta el momento podrían clasificarse de exitosos. Entre ellos la mencionada línea de lentes y la revista que lleva su nombre y que va por el segundo número.

En este sentido, sería erróneo no mencionar el papel que la personalidad de este aguerrido defensa, por lo general calificado de hombre sensato y apacible, ha tenido en su desarrollo como emprendedor y como celoso constructor de su imagen a nivel comercial. Sobre todo si se lo compara con su medio hermano, el también futbolista Kevin-Prince Boateng, actualmente parte del cuadro del FC Barcelona. El contraste resulta inevitable, dado que la historia de ambos parece salida de un relato casi bíblico, de esos que han sido fuente de inspiración de infinidad de libros y películas. Para empezar, aunque ambos nacieron en Berlín y comparten el mismo padre, Jérôme creció en la zona rica de Charlottenburgh, mientras que Kevin-Prince, dos años mayor, pasó toda la infancia en el conflictivo barrio de Wedding, sitio de donde, según sus palabras, “uno sólo puede salir como traficante, gángster o jugador de futbol”. Posteriormente habrían de compartir la misma camiseta en los entrenamientos, pero ya desde entonces su comportamiento era diametralmente opuesto: mientras que Jérôme se mostraba racional en la cancha y constante en su preparación, Kevin-Prince era beligerante e impulsivo, el típico mediocampista que tiene tatuada la palabra “letal” en las pantorrillas. Ambos mostraron ser unos atletas excepcionales y accedieron con relativa facilidad a los más altos niveles del futbol profesional, pero el reconocimiento público y la concerniente llegada de carretillas de dinero no hizo sino acentuar sus diferencias. A estas alturas, sobra mencionar cuál de ellos ocupa las portadas de los periódicos deportivos por su estilo de vida fiestero y derrochador y cuál aparece sonriendo en compañía de su familia y presumiendo unos tenis que todavía ni siquiera salen al mercado.

Otras cuestiones relacionadas con esta peculiar relación fraternal, como el hecho de que uno se convirtiera en una pieza clave de la selección de Alemania desde hace una década -siempre con el número 17, en honor a la fecha de nacimiento de su madre- y el otro prefiriera formar parte del equipo de Ghana, al que aparentemente ya ha renunciado, podrían convertirse en materia de estudios psicológicos o futuros guiones cinematográficos. Aunque para ser francos, la inagotable intermitencia de su relación -en la actualidad aparentemente fijada en buenos términos- se antoja más bien digna de transformarse en el libreto de una opereta italiana.

El ídolo 

Quizá pocos jugadores como Jérôme Boateng representan a un nuevo tipo de futbolista, aquel que apuesta por la diversificación profesional y que para ello echa mano de todas las herramientas que la tecnología ha puesto a su alcance. En ese sentido, podría decirse que los 5.8 millones de seguidores que tiene en Instagram le significan tanto como las ocho temporadas que ha jugado en el Bayern Munich y que suman 322 partidos, y la efectividad con la que frena a los oponentes es tan cuidada y medida como el undercut que ostenta su cabeza. Ciertamente, Jérôme Boateng no es el hombre que mete los goles en el estadio, pero sí la imagen del póster que adorna la pared de al menos una tercera parte de los niños aficionados al futbol en Alemania, niños que como él en su momento sueñan con convertirse algún día en héroes de otros niños. “Soy embajador de muchas personas”, dijo alguna vez sobre el rol que se ha conferido a sí mismo, “y estoy a favor de una Alemania más colorida y fresca y que sepa mirar al futuro con optimismo”.

Pues eso.

Carlos Jesús González (en Twitter @CjChuy), en exclusiva para CAI, marzo de 2019.


Carlos Jesús González. Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.

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