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Rudi Dutschke: El rostro del 68 alemán
Calle Rudi-Dutschke, © (c) CAI / Carlos González
Bicicletas sobre el suelo
El suceso tuvo lugar el 11 de abril de 2008. En aquel día, el sitio donde confluyen las calles berlinesas de Kurfürstendamm y Joachim-Friedrich-Str. sirvió de marco para un suceso inusual: cientos de bicicletas fueron apostadas sobre el pavimento. Sus dueños las colocaron en forma horizontal, casi como si las hubiesen acostado a dormir. Con el gesto se pretendía emular la posición en la que la bicicleta rojo y negro, marca Arcona, propiedad del líder estudiantil Rudi Dutschke (Brandenburgo, 1940), había quedado tirada luego de que le disparasen en repetidas ocasiones. Eso había ocurrido en ese mismo sitio cuarenta años antes, cuando Berlín y Alemania y el planeta eran otros. En ese 11 de abril de 1968, un joven de 23 años de nombre Josef Bachmann quiso cegar la vida de alguien que no pensaba como él. Con un cuerpo que destilaba rencor y una pistola calibre 36 cargada, Bachmann hizo lo que tenía que hacer para ganarse un puesto en la página de infamias de la Historia.
Hoy día es posible visitar la placa que desde 2008 fue adherida a esa transitada esquina del oeste berlinés. Al mirarla, uno tiene la opción de escoger si se queda sólo con el recuerdo de un hombre que trató de eliminar a otro hombre o si se concede a sí mismo otro tipo de reflexión, una que va muy de la mano con la acción realizada por esos cientos de ciclistas que postraron sus bicicletas y que posee cierto gusto a celebración. No se festeja, por supuesto, el vil acto que atentó contra la vida de Dutschke y el ímpetu de cambio que representaba, mas sí una realidad inapelable: que ese esfuerzo, por truncado y poco popular que en su momento haya sido, funcionó para la transformación del gobierno alemán hacia dinámicas menos autoritarias y de mayor democracia, así como para la consolidación de una sociedad más abierta e incluyente, en resumen, más consciente de sí misma.
La herencia
En sí, son muchas las cuestiones positivas que pueden rescatarse del legado dejado por esos idealistas que hace medio siglo soñaron con transformar al mundo. Tal y como sucedió en otros países alrededor del orbe, el año 68 alemán estuvo caracterizado por un descontento social que se ubicó sobre todo en los sectores más jóvenes de la población. De naturaleza provocadora pero a la vez dotado de una capacidad de absorción intelectual apabullante, Rudi Dutschke no tardó en convertirse en el rostro más conocido de ese malestar generacional. Sus suéteres a rayas y su peinado de flequillo caído, combinados con una retórica lúcida y convincente, sedujeron a cientos universitarios que no únicamente, y al igual que en otras naciones de Occidente, se hallaban en contra de la guerra de Vietnam, el Apartheid en Sudáfrica o la dictadura del sah iraní, sino que también se sentían defraudados por la manera en la que sus padres y abuelos habían participado en la Alemania nazi. Por primera vez en la historia moderna alemana, los mayores eran encarados por sus hijos por su participación en la dictadura de Hitler, ya fuese a través de acciones directas y convencidas, ya mediante la forma en la que su silencio, su apatía o su miedo habían facilitado la consolidación de la ultraderecha.
Inspirado por las ideas de la Escuela de Frankfurt y de varios marxistas clásicos, por no dejar de mencionar la influencia que tuvo en él el filósofo Ernst Bloch y, sobre todo, la figura de Jesucristo, a quien llamó “el más grande revolucionario que ha existido jamás”, Dutschke creía que debía pugnarse por el cambio social no únicamente con el desarrollo de la democracia sino también a partir de la revolución de la sociedad. Para él y muchos otros jóvenes, había que evitar a toda costa el volver a padecer un sistema totalitario. En el ideario de los más radicales ello implicaba el romper drásticamente con todo aquello que oliese a estructura de poder, ya se tratase del gobierno, las instituciones educativas y laborales, o incluso la propia familia.
En este sentido, es justo decir que si bien es cierto que un puñado de estos fanáticos fundaría el grupo terrorista Facción del Ejército Rojo (Rote Armee Fraktion –RAF), Dutschke jamás compartió la idea de utilizar la agresión como moneda de cambio. “Rudi pensaba que la mejor herramienta era la educación, no el terrorismo…. Pronto se dio cuenta de que los ataques de la RAF destruirían todo lo logrado por el movimiento del 68”, declaró alguna vez para Deutsche Welle su viuda, la estadounidense Gretchen Dutschke-Klotz.
En cualquier caso, el mensaje de protesta lanzado por este alumno de sociología de la Universidad Libre de Berlín polarizó por completo a la sociedad alemana. Venerado por innumerables estudiantes, pero asimismo repudiado por el segmento conservador de la población y una buena parte de la clase política, Dutschke no tardó en ser pintado como un diablo comunista al que había que detener a como diera lugar. Lejos de fijar una postura imparcial, varios periódicos conocidos y de gran tiraje contribuyeron a la difusión de esta imagen tergiversada que no hizo sino alimentar un fuerte rechazo hacia su persona, rechazo que en casos como el del ya mencionado Josef Bachmann, escalaría a un nivel de odio irracional de consecuencias lamentables.
El hombre
Es cierto: el individuo que milagrosamente sobrevivió al atentado del 11 de abril de 1968 ya no volvió a ser el mismo. Ello se debió, por un lado, a las secuelas físicas que le heredaron las heridas de bala y que terminarían por pasarle la factura final el 24 de diciembre de 1979, cuando falleció mientras se daba un baño. A lo largo de esos 11 años, Dutschke tuvo que reaprender a leer y a escribir, pero sobre todo a sobreponerse al miedo de que él o su familia sufrieran un nuevo tipo de agresión. Después de que se le negara el ingreso en una de las escuelas superiores de más prestigio del Reino Unido, en donde se lo consideraba una persona subversiva, Dutschke finalmente encontró un nuevo hogar en Aarhus, Dinamarca, donde obtuvo un puesto como profesor universitario.
Por otro lado, sin embargo, Dutschke no volvería a ser el mismo porque la Alemania con la que se encontró luego de sus largos meses de convalecencia ya tampoco era la misma. En ese tiempo, como ya se ha dicho, los más extremistas desvirtuaron la ideología izquierdas y consolidaron al violento RAF, cuyas atrocidades cometidas conmocionaron a toda Alemania. Pero también durante su ausencia el movimiento estudiantil se fue desdibujando y transmutó en otra cosa. Pronto se hizo patente que los cambios que se pretendía generar difícilmente lograrían cristalizarse con sólo tomar las calles y lanzar consignas hasta que la policía diese por concluidas las marchas a golpe de porra. Poco a poco los esfuerzos se concentraron en movilizar las demandas sociales hacia el terreno público, al debate político. No por nada Dutschke, entre otros sesentayocheros, es considerado uno de los artífices de la creación del Partido Verde, concebido como una suma de movimientos sociales y fundado de manera oficial en 1980.
Por todas estas razones Rudi Dutschke aún es recordado, a medio siglo después de sus primeras apariciones públicas, como el carismático orador que se atrevió a evidenciar las fallas de una Alemania que todavía no lograba despegarse del todo de su pasado autoritario. Una Alemania urgida de mirarse a sí misma en aras de poder avanzar hacia procesos sociales y políticos más democráticos e inclusivos. Ciertamente se puede acusar que el discurso pregonado por el líder estudiantil, de tan revolucionario, no pocas veces caía en lo ingenuo, pero es imposible negar que cumplió con la tarea de darle voz a una generación de alemanes que no estaba de acuerdo con la manera en la que era tratada y representada por las instituciones.
Un incomprendido de su época, Dutschke supo encontrar en su familia el refugio que necesitaba en los años posteriores al atentado contra su persona. Varios testigos cercanos lo recuerdan como un hombre que gozaba de jugar con sus hijos y que nunca eludía una buena conversación. Alguien que parecía no estar a gusto si no se encontraba rodeado de pilas inmensas de libros.
En un esfuerzo por honrar su memoria, el 30 de abril de 2008 un tramo de la calle berlinesa Kochstraße fue rebautizada con su nombre frente a decenas de personas. A este significativo acto habría que sumar la enorme cantidad de literatura, películas y documentales que se han realizado alrededor de su persona en todos estos años y que corroboran la importancia que tuvo su presencia en la conformación de la Alemania actual. Una Alemania donde algunos parecen estar dispuestos a lo que sea para recordarlo… incluso si eso significa dejar sus bicicletas tiradas sobre el pavimento.
Carlos Jesús González. Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.