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Alemanes que hicieron historia: Joachim Löw
El entrenador actual de la selección nacional de fútbol de Alemania, Joachim Löw, © dpa
Las palabras aquí engarzadas han sido escritas apenas unas horas después de la derrota de la escuadra alemana en el Mundial de Futbol 2018. Se trató de su primera aparición en la contienda y perdió uno a cero contra México. En Alemania, como en cualquier rincón de la Tierra, se reaccionó con sorpresa ante el inesperado resultado, pero la prensa local fue mucho más dura que las de fuera a la hora de exhibir los errores de su selección. Se entiende. Después de todo se trata del equipo que defiende el título del mundo y la afición alemana sueña con conseguir a través de ellos el bicampeonato, proeza que sólo han alcanzado Italia y Brasil. En todo caso, la persona encargada de plantar cara ante lo sucedido fue la misma que lo ha hecho a lo largo de los últimos doce años: Joachim Löw (Shönau, Land de Baden-Wurtemberg, 3 de febrero de 1960), el entrenador.
Y allí estuvo, pues, Löw, o si se prefiere, el Jogi, que es como lo conoce todo miembro de la raza humana que sepa lo mínimo sobre futbol. Se lo vio con el semblante serio, explicando a su entrevistadora los errores que, a su juicio, cometieron sus chicos en los noventa minutos que duró el juego. Hay que decir que el seleccionador alemán nunca ha sido un manojo de emociones. Incluso en aquellas veces en las que, como la referida, se lo cita frente a las cámaras para hablar de algún triunfo, no pierde la compostura. Quizá sonría a medias o asuma una postura corporal más distendida, o resople ante una cuestión incómoda, pero jamás será de los que lleven en la piel las frustraciones y victorias obtenidas sobre el césped. Si Maradona es una ópera de Puccini, el Jogi es una pieza repetitiva de metales de Karlheinz Stockhausen, y ciertamente su parsimonia y serenidad poco han hecho por contravenir la imagen de frialdad que medio universo ha impuesto a los alemanes. Ni falta que le hace: después de todo su labor es hacer de sus hombres máquinas de gol perfectas, insuperables, y la verdad es que 107 juegos ganados de los 163 disputados hasta el minuto en el que esto se escribe, indican que su estrategia ha sido la correcta. De hecho no ha habido ningún otro entrenador alemán en la historia que emule tales estadísticas, y si nos vamos a récords sinónimos de éxito, el Jogi se los lleva casi todos. Es una lástima que ni siquiera para 2022, que es hasta cuando tiene extendido el contrato como entrenador -al menos por el momento-, será capaz de superar los 19 años que Vittorio Pozzo se mantuvo al frente de la selección italiana, pero si hay algo seguro es que para entonces Löw habrá roto tres o cuatro marcas más. Sus logros han sido tan avasalladores, vamos, que incluso pequeños escándalos como su publicitada comezón íntima han quedado relegados a anécdotas que, si acaso, nos recuerdan que después de todo el Jogi también es humano.
Es cierto que aún no sabemos si la Mannschaft repetirá el triunfo obtenido en Brasil en 2014, pero nadie duda en que las capacidades de liderazgo de Joachim Löw se verán reflejadas, de una manera u otra, en los próximos cuatro años. El suyo es un ejemplo claro de que la constancia, si bien no es imbatible, puede cimentar las bases para un avance sólido y continuo. “La labor de un entrenador es compleja, uno tiene muchas tareas diferentes”, explicó el Jogi en una entrevista reciente brindada a Deutsche Welle, “uno debe ser un visionario, mirar siempre hacia el futuro y la manera en la que el equipo se desarrollará”. Tan férreo deseo de anticipación prácticamente ha sido el Leitmotiv de la estrategia löwiana y, de hecho, el principal motor de la revolución que el futbol alemán experimentó desde 2004, año en el que su colega y viejo amigo Jürgen Klinsmann fue contratado como entrenador de la selección. Entre ambos -Löw fue invitado como entrenador asistente- formularon un tipo de juego más dinámico y agresivo que el que Alemania había mostrado en las décadas anteriores, de alguna forma más moderno, basado en un sistema de adaptación perenne. Si bien Klinsmann dio pie a dicho mecanismo, el Jogi se encargó de aceitarlo y perfeccionarlo luego de que, a partir del 12 de julio de 2006, se le confiase por completo al mando del equipo.
Es bien sabido que la imagen del Jogi parece inalterable: allí están siempre las playeras con cuello en V o las camisas ceñidas; la piel aceitunada y el pelo abundante y oscuro anclado a la cabeza como a la figura de un playmobil; las manos atadas a los bolsillos; los ademanes contenidos, propios de un profesor de física que explica a sus alumnos la solución a un problema de vectores. Y la actitud juvenil, claro. Parece diez años menor que los 58 que tiene. Si a otros profesionales del futbol el estrés los ha avejentado, lo que, para ser justos, es lo más natural, en el caso de Jogi la preocupación es fuente de lozanía. Es así que mientras antiguos seleccionados suyos peinan ya canas, como Bastian Schweinsteiger, o de plano casi nada, como Holger Badstuber, el Jogi presume su edad sin años en cada partido. Antes de que se le dedique una estatua se ha convertido en una.
Personalidad
No son pocos los alemanes que usan cariñosamente el término “Angie” para referirse a la canciller Angela Merkel, pero ninguno de ellos se atrevería a llamarla así si alguna vez se la cruzasen por la calle. Algo similar ocurre con Joachim Löw: tal vez se le refiera como “el Jogi” entre sus familiares y amigos íntimos o en un nivel mediático, pero pobre de aquel que ose dirigirse a él con dicho mote así como así. El único de los jugadores que cuenta con el permiso expreso de tutearlo es el delantero Lukas Podolski, y eso por cuestiones que no quedan del todo claras. Para el resto de la selección, actual o pasada, el Jogi ha sido invariablemente “Herr Löw” o, mejor, “der nette Herr Löw” (el amable señor Löw). Si bien es cierto que en Alemania por lo general se habla de “Sie” (usted) a las personas desconocidas o aquellas que imponen cierto grado de respeto, no deja de ser contratante que el hombre que ha importado las ideas más aventuradas y vanguardistas al futbol de su país, incluidas innovadoras aplicaciones de software y otras locuras que mezclan el rendimiento físico con herramientas de altísima tecnología, en el fondo sea el mismo tipo formal y rutinario de siempre: el que lee de rigor el periódico todas las mañanas, unta sus panes con la marca de mantequilla de toda la vida, y vota invariablemente por el partido al que ha elegido en cada proceso electoral desde que cumplió los dieciocho años.
Pero quizá sea allí, en la paradoja, donde quizá también radique una fracción del secreto de su fuerza. Puede ser que, en en efecto, el Jogi tal vez guarde aún un poco del monaguillo que fue durante una buena parte de la infancia y adolescencia, y es posible que a título personal sus mayores atrevimientos no vayan más allá de beberse varios cafés expresos al día, eventualmente una copa de vino y, a lo mucho, realizar una escalada al Kilimanjaro, como ocurrió en 2003. Sin embargo, cuando se trata de asuntos concernientes a la cancha, Löw no vacila ni un segundo en apostar por el riesgo si así se lo dicta la intuición.
Por lo demás, es probable que, más allá de la terrible lesión en la pierna que sufrió en 1980, cortesía del legendario guardameta inglés, Ray Clemence, las aptitudes del Jogi como jugador no hubiesen cumplido con las exigencias propias de un seleccionado alemán. Sus habilidades como peón, en todo caso, nunca fueron tan avezadas como las que exhibió una vez asumido el rol de ajedrecista. A ratos uno tiene la impresión de que Löw posee la cualidad de mirar los juegos desde una perspectiva elevada y tridimensional, y desde ese helicóptero imaginario define lo funcional y lo desechable de su estrategia, las formas en las que es posible desestabilizar la sinergia de su oponente. De allí que la disciplina sea su valor más preciado, por no señalarlo como el mayor requisito para formar parte de su conjunto: basta el mal funcionamiento de una pieza para que todo el engrane se vaya abajo. Su filosofía en este sentido es absolutamente insobornable. Kevin Kuranji, Sandro Wagner o el mismísimo Michael Ballack han sufrido en carne propia la rigurosidad del mundo construido por el Jogi, un mundo en donde absolutamente nadie lleva bordado el nombre de “imprescindible” en la camiseta. “Aunque suene a cliché, todos los jugadores deben de concentrarse al cien por ciento en las tareas que les son encomendadas”, comentó a Deutsche Welle, en una declaración que a estas alturas rebasa, y por mucho, la redundancia.
Pitido final
Si hay alguien que puede aseverar que el éxito es capaz de planearse, ése es este hombre de 1.81 metros al que le gusta bailar al son de la música cubana: “la suerte juega un rol, así como otros factores, pero a través de la planeación, de tener un objetivo claro y con el que uno sea consecuente, se puede llegar muy lejos”. Sabias palabras, no cabe duda, pero todos sabemos cómo es el futbol. Quizá cuando este texto sea leído habremos comprobado ya si la fórmula aplicada a la Mannschaft ha dado frutos en Rusia o, por el contrario, se ha quedado a medio camino. En todo caso, si hay algo seguro en esta ecuación, es que el prestigio y credibilidad del Jogi permanecerán tan inamovibles como su look. Puede ser que hacia el 2022 su contrato ya no sea renovado, o incluso que él decida rescindirlo antes -lo que actualmente se antoja muy poco factible- pero ello no enturbiará el destacado papel que ha dejado en la historia del balompié alemán.
Los premios -la Cruz del Mérito otorgada por el gobierno teutón o el reconocimiento por Mejor Entrenador del Año 2014, concedido por la FIFA, por mencionar algunos- son lo de menos. Tampoco importa si el estadio que lleva su nombre en su natal Schönau es usado por escuadras de tercera, quinta o primera división, o incluso termina en el desuso total al cabo de algunas décadas. A nadie le interesa qué tanto ha sufrido el Jogi por la separación de su pareja de toda la vida, al parecer acontecida en 2016, o cuáles son los pros y contras que le ha contraído una vida sin hijos. Lo fundamental es ganar, alzar una y otra vez la copa en cuanta gesta internacional se cruce. Depositar en esos once jugadores ese mínimo deseo de infalibilidad que poseemos todos. Y eso, al menos en Alemania, nadie lo ha hecho mejor que Joachim Löw.
Carlos Jesús González (en Twitter @CjChuy), en exclusiva para CAI, junio de 2018.
Carlos Jesús González. Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.