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Sasha Waltz

Sasha Waltz, 26.02.2018 en Berlín

Sasha Waltz, 26.02.2018 en Berlín, © dpa

09.10.2018 - Artículo

A partir de 2019, Sasha Waltz (Karlsruhe, 8 de marzo de 1963) fungirá como codirectora del Ballet Estatal de Berlín (Staatsballet Berlin) junto con el bailarín sueco Johannes Öhman.

Como era de esperarse, tan pronto se dio el anuncio las protestas se hicieron oír. Varias bailarinas mostraron su disgusto públicamente. Se alzaron pancartas, se gritaron consignas y alrededor de 180 mil firmas fueron enlistadas como evidencia gráfica del descontento. ¿Cómo es posible que una de las figuras más reconocidas de la danza moderna -seamos francos: Waltz es la reina indiscutible de este campo en Alemania- pueda tener injerencia legítima en el conservador mundo del ballet clásico? En principio el resquemor se entiende. Los defensores de los principios básicos de una disciplina artística que ha durado por cientos de años –sus orígenes datan del Renacimiento- no querrían verla sometida a un proceso de modernización, ni tampoco una gran parte de las audiencias que acuden regularmente a las salas para apreciarla. En todo caso y a favor de Waltz habría que decir que ante la imposibilidad de clasificar con precisión aquello que hace, y frente a la certeza de que es una trabajadora incansable, lo menos que merece es una oportunidad. De hecho hay que decir en las últimas semanas las protestas en contra de su designación se han reducido, lo que quizá signifique que hasta sus más férreos detractores han decidido otorgarle a Waltz el beneficio de la duda.

Tal vez muchos de ellos decían conocer a Sasha Waltz sin hacerlo en verdad. Anclados en la vieja rivalidad entre lo clásico y lo moderno, sencillamente la verían como el rostro de esa otredad a la que había que repudiar y temer. Ignorarían, por ejemplo, que en 2006 Waltz creó, de manera exclusiva para el director del Ballet Estatal de Berlín de aquel entonces, el ucraniano Vladimir Malakhov, la pieza Solo für Vladimir Malakhov. Y que fue un éxito rotundo, en ningún momento eclipsado por voces que lo considerasen una afrenta al universo del Arabesque. Tal anécdota, aunada a las incontables ocasiones en las que Waltz ha incursionado en otros campos de tinte tradicional, como lo es la ópera, evidencian que por su parte no existe de entrada una intención de modificar las dinámicas del Staatsballet Berlin de manera inmediata ni mucho menos riesgosa. Ella misma confesó algo similar en una entrevista que brindó recientemente a la cadena Deutsche Welle: “por un lado se preservará al ballet clásico y toda su historia y por el otro se tendrá danza contemporáneo con su propio lenguaje. Las dos son maneras distintas de utilizar el cuerpo. Me parece que se puede crear un ensamble que trabaje en ambas direcciones”.

Bien harían entonces los puristas en siquiera atreverse a conocer un poco más de ella. Los veinticinco años que ha perdurado su compañía, Sasha Waltz & Guests, cuyo prestigio a nivel nacional e internacional no ha hecho sino aumentar, sólo pueden obedecer a una historia en la que han prevalecido la autoconfianza y una disciplina férrea, valores que por cierto debe poseer cualquier bailarín, sin importar el estilo de danza al que se dedique.

Sasha Waltz & Friends se fundó en 1993 en Berlín. Waltz no era entonces más que una jovencita con poco dinero, muchos sueños y un enorme talento escondido tras una actitud desafiante. Contaba ya, eso sí, con el apoyo incondicional de su socio, Jochen Sandig, el hombre que al tiempo se convertiría en esposo y el padre de sus dos hijos, Laszlo y Sophia. Es justo decir que de alguna manera la historia de Sasha Waltz & Guests funciona como espejo de los cambios que ha experimentado la capital alemana. En sus inicios refleja el hervidero de movimientos artísticos en el que se convirtió Berlín una vez que cayó el Muro.

Por una parte inmersa en el proceso de reinventarse, y por el otro, más pragmático, un sitio donde las rentas eran asequibles para todo el mundo, la ciudad propició que el arte se convirtiese en un elemento indivisible de su nueva identidad. Es así que Waltz y artistas de diversas disciplinas pudieron hacerse de espacios que, por su ubicación y dimensiones, hoy día serían accesibles sólo a la gente adinerada. En su caso el lugar descubierto sería la Sophiensaele, antigua fábrica ubicada en pleno centro de la ciudad -también conocido como Mitte- que la compañía inauguró como espacio artístico en 1996 y que aún funciona como centro cultural. Asimismo, y acaso como parte de las renovadas dinámicas burocráticas y administrativas que adquirió Berlín, Waltz aceptó en 1999 formar parte de la dirección artística de la Schaubühne, uno de los teatros de mayor prestigio de Alemania, hasta que en 2004 abandonó el puesto en aras de retomar un camino independiente.

Esta nueva etapa empezaría con el pie derecho gracias al hallazgo de Radialsystem V, una antigua fábrica de bombas de agua ubicada justo a un lado del río Spree. Gracias a la enorme cantidad de áreas vacías que lo componían, el espacio fue concebido para la convivencia de diferentes ramas artísticas, principalmente la danza y la música. Si bien, y pese a los enormes éxitos cosechados, Sasha Waltz & Guests no pudo esquivar los problemas económicos acaecidos después de la crisis financiera de 2008. La compañía se vio obligada a hacer duros ajustes internos, tal y como sucedió con incontables instituciones privadas y públicas alemanas. A todas ellas les quedó claro que las reglas del juego ya no serían las mismas. En el caso específico de Berlín, este trance evidenció que había dejado de ser la urbe que era quince años atrás. La temida Gentrifizierung o proceso de encarecimiento de los alquileres a partir de la reconstrucción y la especulación inmobiliaria, había llegado para quedarse.

Pese a ello, la idea de abandonar Berlín nunca cruzó por la cabeza de Sasha Waltz. Sabe que su nombre es parte intrínseca de la ciudad, un concepto que infaliblemente se relaciona a ella como podrían ser la música tecno o la multiculturalidad. Así pues, si alguien merecía ser la primer mujer en dirigir el Ballet Estatal de Berlín, esa era ella.

La obra

De entre todos los intentos por describir a las piezas de Waltz habría que mencionar el acto de confrontación. Su obra se sume en aquello que la hiere, que la cuestiona, que la hace sentir viva. En una entrevista que se le realizó hace algunos años, la coreógrafa aceptó que una buena parte de sus creaciones tenían que ver con su biografía. Ello puede verse con claridad, por ejemplo, en su trilogía dedicada al cuerpo. Con la primera parte, la celebrada Körper (2000), inspirada por su primer embarazo, intentó que los bailarines reprodujeran el complejo funcionamiento del organismo humano, “quise explorar el cuerpo desde diversas perspectivas y cubrir varios aspectos: el sistema nervioso, el óseo, los órganos”. Después vendría S, con la que pretendió darle cabida a lo que había dejado fuera en Körper, es decir, a la parte relacionada con el sexo, la sensualidad, el erotismo. La trilogía cierra a su vez con noBody, inspirada por el fallecimiento de la madre de su madre. En ella, como es de esperarse, se plantea al cuerpo como un medio transitorio y finito, materia que terminará por desintegrarse y sumarse a la nada.

Y es que, claro, sería falso –y a la vez injusto con su propuesta artística- decir que las obras de Waltz son fáciles. Si su impulso es el de crear a partir de lo que confronta es de esperar que dicha confrontación alcance al espectador, en ocasiones de lleno. Uno mismo puede comprobarlo si se anima a observar alguna de las muchas obras de Waltz que pueden hallarse en el Internet. Una de las más visitadas es asimismo la más reciente. Se llama Kreatur (2017) y es de verdad impactante. En ella, la sincronía de los movimientos obedece a una calculada –o quizá no tanto- asincronía, como si cada danzante formase parte de un ente orgánico y monstruoso, algo que uno no sabe a ciencia cierta qué es pero que asusta y atrae con igual intensidad. Al observarla se es capaz de evocar multitud de cosas: alguno de los últimos videos que hizo David Bowie, secuencias de películas distópicas, miedos olvidados de la infancia. Kreatur es una hermosa pesadilla hecha baile. Así de inquietante, espectacular, horrorosa y estética.

Hija de arquitecto y galerista de arte, tanto ella como sus cuatro hermanos se vieron empapados de la combinación de ambos mundos. En el caso de Waltz la influencia queda clara en la manera en que utiliza los espacios. Ello puede apreciarse, por su puesto, en el montaje que tuvo la trilogía de Körper en la Schaubühne, pero se hace incluso más evidente en las “intervenciones” que la compañía ha realizado en edificios vacíos.

El primero de estos diálogos (de hecho así decidió bautizar a estas acciones: Dialoge) data de 1999. Fue titulado Dialoge I/’99 y se efectuó en el salón de baile vacío de la Sophiensaele. Tal y como su nombre lo indica, Waltz se esforzó porque los veinte bailarines involucrados mantuviesen una conversación con el espacio, en que se compenetraran en la memoria de sus muros y a la vez diesen un soplo de vida a cada rincón. Tal ejercicio sirvió de preámbulo para el ambicioso encargo que le vendría posteriormente en ese mismo año. Se llamó DialogeII/’99 y consistió en que Sasha Waltz & Guests dispusiese a su modo de las salas aún vacías del Museo Judío, proyecto arquitectónico de Daniel Libeskind que se erigió en el barrio berlinés de Kreuzberg. Para Waltz el reto fue sumamente complejo, pues se vio obligada a lidiar con el episodio más vergonzoso y a la vez hiriente de la historia de su país. “Busqué ese conflicto con nuestro pasado pero a la vez crear algo que no fuera chocante, que fuera de alguna manera soportable para quien lo viera…  me interesó transmitir la historia a través de imágenes corporales”.

La puesta en escena ideada por aquella a quien también se le conoce como “la arquitecta de los coreógrafos” fue impecable. De allí que al tiempo estas interlocuciones únicas entre el cuerpo y la materia se hayan convertido en uno de los sellos más distintivos de la danza waltziana, a la vez que una de sus ofertas más cotizadas entre las más altas esferas de la cultura. El Neues Museum de Berlín, donde ahora se exhibe el famoso rostro de Nefertiti (Dialoge 09) y un viejo castillo en la ciudad india de Calcuta (Dialoge 2013-Kolkata) se hallan entre los edificios que se prestaron a ser acariciados por los talones de decenas de bailarines dirigidos por Waltz, sin más testigos que los medios y un manojo de afortunados espectadores.

Por si fuera poco, hay quien afirma que Waltz dio pie a la creación de una nueva categoría: la ópera coreografiada. En todo caso es innegable que su labor ha dejado una impronta única en lo que se refiere a la puesta en escena de este conocido género clásico. Su primera incursión, y acaso la más conocida de ellas, vendría con Dido y Eneas, ópera de Henry Purcell que fue presentada en 2005 en el Gran Teatro de la Villa de Luxemburgo. Ubicada en uno de los puntos más altos de su inspiración, Waltz echó mano de doce bailarines de su ensamble y creó un acto de belleza absoluta que a la larga se exhibiría al menos unas cincuenta veces en quince países distintos.

Cae el telón

Tal es más o menos el perfil de la flamante próxima co-directora del Ballet Estatal de Berlín. Esa mujer a la que algún crítico llamó “la nueva agitadora de la danza desde Pina Bausch”. Cierto es que para ella las fronteras, las limitaciones, nunca han sido su especialidad, no lo eran quizá ni siquiera a los cinco años, cuando comenzó a bailar y eso de poner un paso después del otro debía parecerle un juego. Luego vendrían los estudios intensos, las noches sin dormir y, posteriormente, los viajes a Ámsterdam y a Nueva York, y junto con ellos el ejercicio de absorberlo todo para luego traducirlo en dinámica de movimientos, una a la que había que dotarla de un alma y un cerebro antes de arrojarla sobre un escenario.

Fracase o no en esta nueva empresa, para la cual Sasha Waltz asegura que se ha preparado “de manera intensa en los últimos dos o tres años”, no habrá quien pueda poner en tela de juicio su talento, ni mucho menos quitarle el lugar de honor que se ha ganado en la escena cultura de la Alemania del nuevo milenio. La respaldan las veinte piezas con las que cuenta su ensamble con setenta representaciones cada año alrededor del mundo, y los trescientos ensambles de treinta países distintos que podrían sumarse al “Guests” que porta el nombre de su compañía. Aunque quizá no haya nada más eficaz para la protección de su prestigio que el cariño y respeto que le transmiten sus conciudadanos, sin duda el trofeo más grande y más difícil de lograr que puede conseguirse en una ciudad tan caótica pero también tan exigente como lo es Berlín.

Carlos Jesús González (@CjChuy), en exclusiva para CAI, octubre 2018.


Carlos Jesús González. Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.

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