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Berthold Beitz - el empresario valiente

Berthold Beitz

Berthold Beitz, © dpa

15.11.2018 - Artículo

A veces los acontecimientos de verdad importantes, o aquellos que merecen tal calificativo, están frente a nosotros sin que nos demos cuenta.

Hoy mismo se puede acceder a varios de ellos con sólo cubrir la ridícula distancia que hay desde nuestro dedo índice al teclado de la computadora. Un ejemplo clarísimo puede hallarse tras escribir “Localzeit Ruhr Holocaust-Überlebender trifft Berthold Beitz” en el buscador de Internet o directamente en Youtube. Para más información habría que decir que Localzeit Ruhr es un programa de la cadena informativa WDR (Westdeutschen Rundfunk Köln) y la noticia en cuestión, fechada el 18 de abril de 2013, refiere el encuentro que el empresario Berthold Beitz mantuvo con un sobreviviente del Holocausto de nombre Jurek Rotenberg en la ciudad de Essen. La nota, pues, abre con el saludo que estos dos hombres se dan frente a la cámara. Dado que pasados los ochenta años la edad con que uno cuenta es mero dato anecdótico, resulta difícil notar la diferencia física entre Beitz, de noventa y nueve años, y Rotenberg, de ochenta y cuatro. Uno es más alto que el otro y ambos dan pasos inseguros. Se dan las manos con emoción y a la vez con timidez, se observan con detenimiento, reconociéndose, con ese tipo de mirada que sólo poseen los que lo han visto todo, incluso aquello que, de haber tenido la oportunidad de escoger, no habrían querido ver nunca.

Beitz sonríe, acaso satisfecho de confirmar, por una última vez -moriría el 30 de julio de ese mismo año- que tomó la decisión correcta cuando había que tomarla. Rotenberg lo mira con ilusión. Ha viajado desde Israel hasta Alemania, luego de setenta años en los que no se han visto, para darle un regalo. Se trata de un piano. Un piano al que se le asoman, orgullosos, varios golpes visibles, superficies resquebrajadas por las mudanzas o el uso. Rotenberg lo ha traído desde Haifa, a donde su familia se exilió luego de la guerra y donde él mismo lo tocaba de cuando en cuando. Confiesa a la periodista, en un alemán que se nota que no ha usado en mucho tiempo, que el instrumento en cuestión pertenecía a su madre, Anna y que ella, al igual que él, también sobrevivió gracias a Beitz. La nota informativa cierra con la imagen de ambos ancianos con los brazos enlazados. Caminan lento y sonríen. Parecen más que felices, satisfechos. Como si el dolor de una dolencia invisible hubiese reducido significativamente su intensidad.

La carga emotiva que esta cápsula para la televisión es capaz de producir aumenta si se lee un par de periódicos que también cubrieron el acontecimiento. El diario regional WAZ (Westdeutsche Allgemeine Zeitung), por ejemplo, en una nota fechada en marzo de 2013, comunica que la localización de Rotenberg fue posible gracias a una postal que él mismo envió a Beitz a finales de 2009 en la que lo felicitaba por las fiestas navideñas. Dicha postal además no fue descubierta por Beitz o por algún miembro de su familia sino por el periodista Joachim Köppner, quien en esos momentos trabajaba como su biógrafo. Debido a su avanzada edad, el empresario alemán estaba convencido de que todos aquellos a los que pudo ayudar en el pasado ya habían fallecido. Nunca hubiese imaginado que le quedaba una cita pendiente en la que además habría de por medio un piano cargado de historia.

El hombre moral

Jurek Rotenberg tenía catorce años cuando su destino se cruzó con el de Berthold Beitz (nacido en Bentzin -antes Zemmin- el 26 de septiembre de 1913). Él, al igual que cientos de judíos, salvó la vida gracias a esa afortunada casualidad. Los sucesos ocurrieron a mediados de la Segunda Guerra Mundial. Específicamente en Boryslaw, una pequeña ciudad que en aquel entonces pertenecía a Polonia y que hoy día forma parte de Ucrania. Fue allí, pues, donde un joven Berthold Beitz -no había cumplido ni los treinta años- llegaría acompañado de su familia en julio de 1941. El gobierno de Hitler le había asignado supervisar la compañía de petróleo que operaba en ese lugar y cuya importancia era vital, dado el rol que el combustible tenía en los vehículos de guerra y el desarrollo de armas. La labor parecía sencilla y de alguna manera representaba un salto en el desarrollo profesional del joven emprendedor, pero tan pronto ocupó su nuevo puesto Beitz fue testigo directo de las atrocidades cometidas por los soldados nazis, sobre todo por los cuerpos de las SS, hacia los pobladores judíos, los cuales componían una cifra significativa en Boryswlaw.

Entre las monstruosidades que contempló y que harían mella en él, se halla la evacuación de un orfanato que tuvo lugar en agosto de 1942. Beitz fue alertado de lo que sucedía y pudo contemplar cómo varios de esos niños, tras ser arrancados de sus camas, caminaban en medio de la oscuridad descalzos, algunos quizá tomados de las manos, hasta la estación de trenes. Por aquel entonces Beitz, y las víctimas, y los panaderos del pueblo, y los soldados de menor rango y las maestras de escuela, todos sabían lo que significaba subirse en un ferrocarril a esas horas de la noche. A partir de ese momento Beitz se atrevió a lo que pocos se atrevieron: evitar, tanto como le fuera posible, la deportación de los judíos de Boryslaw. Se pondría abundar sobre las razones para ello en diez artículos más como éste y sin embargo, al final, lo cierto es que sólo él las conocía. En alguna entrevista para el New York Times realizada a inicios de los ochenta, Beitz hizo incluso un intento por explicarlas: “Cuando observas cómo una mujer y su bebé en brazos son asesinados, y tú mismo tienes un hijo, tu reacción debe ser otra”, entendiendo por “otra” lo contrario a que se espera de ti -o al menos lo que se esperaba de la gente en aquel entonces- es decir, lo opuesto a voltear hacia el otro lado y limitarte a tus asuntos. También aseguró: “mis motivos no eran políticos sino meramente humanos, morales”, lo que justifica el hecho de que haya identificado a sus acciones no sólo como un acto de responsabilidad, sino como una verdadera misión, ello a sabiendas de que ponía en riesgo su vida y la de su familia.

Él mismo una parte del sistema -uno aberrante, pero funcional- lo explotó tanto como pudo para conseguir sus objetivos. Beitz poseía la autoridad para designar al personal que, a sus ojos, considerase óptimo para laborar en la empresa petrolera y eran pocas las veces en las que las Escuadras de Defensa u otras fuerzas del orden contravenían sus decisiones. A los que resultaban elegidos se les cosía una erre de Rüstungsabrbeiter (trabajador de armamento) en la ropa y eso los hacía inmunes a las deportaciones. La cantidad exacta de gente que se salvó gracias a su intervención varía, aunque la mayor parte de los registros la sitúa alrededor de ochocientos. En todo caso, casi todas las fuentes coinciden en que en un solo día liberó a alrededor de doscientos cincuenta mujeres y hombres que iban a ser enviados en tren al Campo de Exterminio de Belzec, y que hubo ocasiones en las que incluso escondió temporalmente a personas dentro de su casa. Varios testimonios de las tareas emprendidas por Beitz para proteger a sus “trabajadores” los dan algunos de los propios beneficiados en un pequeño video de YouTube que se llama Berthold Beitz: a Ray of Light. Allí, y en unos cuantos minutos, es posible entrever la magnitud de la empresa realizada por el empresario alemán durante su estancia en Baryslaw, la cual concluiría en 1944.

Es cierto que Beitz no parecía especialmente entusiasta cuando se le cuestionaba acerca del tema. “¿Por qué tendría que hablar sobre mi época en Polonia?, ¿sólo para elogiarme a mí mismo?”, dijo cierta vez a un periodista. Si bien, en otra entrevista al menos concedió en revelar lo que, a su juicio, le permitió desenvolverse sin levantar sospechas: “creo que fue porque nunca tuve miedo. De lo contrario, habría fracasado. Me ayudó adoptar una conducta firme y decidida ante los oficiales de las SS. Conozco a los alemanes. Si uno actuaba de manera firme, clara y determinada, era respetado. Si uno se mostraba débil y desesperado, acababan con él”. Pese a tales confesiones, no deja de ser llamativa la discreción con la que Beitz siempre se manejó con relación a este asunto, al punto de que tardó varias décadas en hacerse público. La gente del sector empresarial lo tenía como un hombre de negocios que, si bien no se ajustaba a los modos ortodoxos del rubro, poseía un talento innegable. Sin embargo, en su mayoría no habrían ni imaginado el heroísmo con el que Beitz se desempeñó en los tiempos más oscuros y vergonzosos de la historia alemana. Por supuesto que tan pronto se supo, los reconocimientos no se hicieron esperar. De entre todos ellos sin duda el más destacable fue el nombramiento de “justo entre las naciones” que en 1973 le otorgó el Yad Vashem, la institución oficial israelí constituida en memoria de las víctimas del Holocausto, y que es considerado el máximo honor que se concede a alguien que no practica el judaísmo. Asimismo, en 2000 recibió junto con su esposa, Else Beitz, el premio Leo-Baeck de manos del Consejo Central de Judíos en Alemania (Zentralrat der Juden in Deutschland).

Es evidente, en todo caso, que Beitz no se sentía muy cómodo frente al elogio de aquello que, a su juicio, sencillamente tenía que hacer. “Era un persona con un sentido moral”, apunta el sobreviviente Jurek Rotenberg en el video mencionado al inicio del artículo. Y es probable que, por encima de su altruismo o el éxito profesional, a él le bastase ser considerado un individuo consecuente con sus principios.

El negociante exitoso

Berthold Beitz falleció el 18 de abril de 2013 en las Islas Frisias, ubicadas al norte de Alemania, en frontera con Dinamarca. Se le recordará, en primera instancia, como alguien que impuso sus convicciones frente al miedo o a los dictados del poder en épocas en las que pocos se atrevieron a hacerlo. Si bien, vale la pena mencionar que si logró ayudar a tantas personas fue también gracias a la posición estratégica que ocupó en aquel entonces. Una vez terminada la guerra, esa capacidad de diálogo y negociación que lo distinguía atrapó la atención de Alfried Krupp, heredero de Friedrich Krupp AG, empresa venida a menos por la colaboración que mantuvo con el régimen nazi. Tras una serie de reuniones, Krupp le solicitó a Beitz su apoyo para recuperar en lo posible las capacidades productivas de su empresa. Tan pronto se incorporó al puesto, en el año de 1953, Beitz propuso un concepto de economía social más humanista que funcionó para Krupp desde el punto de vista productivo y a la vez le ayudó a deshacerse de algunas manchas del pasado. Beitz y Alfried permanecerían al mando de la firma hasta 1968 cuando, a la muerte de este último, Beitz quedaría como máximo representante. En suma, Berthold Beitz trabajaría un total de sesenta años para dicha empresa, ya que cuando ésta se fusionó con la fábrica de acero Thyssen y se conformó el conglomerado ThyssenKrupp en 1999, Berthold Beitz continuó fungiendo como presidente de la Fundación Alfried Krupp von Bohlen und Halbach, la cual posee todavía una cuarta parte del total de las acciones.

Asimismo, Beitz participó como miembro del Comité Olímpico Internacional de 1984 a 1988, época tras la cual fue nombrado miembro honorario del mismo. Y eso no es todo. Vale la pena también destacar el rol que, en plena Guerra Fría, Beitz mantuvo en los que serían los primeros acercamientos de la República Federal Alemana con los países de Europa del Este. Conforme con las recomendaciones dadas por el canciller Konrad Adenauer en la década de los sesenta, Beitz encabezó misiones exploratorias a Polonia, las cuales serían primordiales en el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre las dos Alemanias que el gobierno de Willy Brandt impulsaría una década después.

Tras su fallecimiento, Angela Merkel, el entonces presidente de Alemania, Joachim Gauck, y el presidente del Congreso Judío Mundial, Ronald S. Lauder, entre otras personalidades, le dedicaron palabras de despedida. En ellas elogiaron su carrera como un empresario destacado pero, sobre todo, su valentía y sentido de justicia. Descanse en paz, Berthold Beitz.

Carlos Jesús González (@cjChuy), en exclusiva para CAI, noviembre 2018.


Carlos Jesús González. Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.


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