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KRAFTWERK: robots y humanos
El legendario acto de música electrónica alemana Kraftwerk realiza un concierto en vivo durante el festival de música danesa Haven Festival 2018 en Copenhague, © Picture Alliance
La historia podría resumirse más o menos de la siguiente manera: había una vez cuatro alemanes que hacían música y que un día, al despertarse, descubrieron que habían dejado de ser humanos para convertirse en robots. Pero también de esta forma: cuatro robots fabricados en Alemania y programados para hacer música, imprevistamente se dieron cuenta de que eran capaces de filosofar sobre aspectos que sólo atañen al género humano, como cuestionarse acerca de su propia existencia. O, quizá, mejor así: un cuarteto de androides super desarrollados se rebelaron contra sus amos y en lugar de ensamblar armas se pusieron a construir sofisticados sintetizadores.
En realidad cualquier teoría relacionada con la inteligencia artificial parece tener cabida en el imaginario que rodea a Kraftwerk. En primer lugar porque estamos en el centro de Europa y aquí lo kafkiano existe incluso antes de que naciera Kafka, y en segunda instancia porque si algo les ha agradado siempre a estos señores oriundos de Düsseldorf es jugar con su identidad. Lo han hecho de forma tan estricta y consecuente a lo largo de cinco décadas que uno no puede evitar preguntarse si en todo este tiempo no se habrían observado a sí mismos como seres mitad hombre y mitad máquina. Y si lo hicieran: ¿habrían compuesto sus canciones basándose en combinaciones de algoritmos? Incluso se vale que llevemos el asunto más lejos: ¿dormirían cada noche en camas con forma de cargadores de teléfonos gigantes?; ¿soñarían, como sugeriría el escritor Philip K. Dick, con ovejas eléctricas?; ¿considerarían a las películas Blade Runner, Terminator o Matrix como documentos plagados de revelaciones?
De carne y hueso
Fuera de broma, algo tiene de inquietante el que los integrantes de la formación hayan sido relevados en repetidas ocasiones. Es cierto que no todos los grupos son tan cerrados en sí mismos como los Beatles: abundan aquellos que cambian de alineación sin ningún remordimiento, cual si se tratara de selecciones nacionales de fútbol, pero en el caso de Kraftwerk este desfilar de miembros se antoja particularmente extraño, no sólo porque, como ya se ha informado, el grupo apela a su presunta naturaleza cíborg a la menor provocación, ni siquiera por su conocida negativa a brindar entrevistas sino, sobre todo, a partir de la apariencia sempiterna con que presentan en el escenario: sus peinados, sus trajes, su modo de tocar, son idénticos a los que mostraban hace veinte, treinta, cuarenta años. Fieles a su supuesta composición física de metal y circuitos, los Kraftwerk parecen renovarse siguiendo los parámetros de un control de calidad industrial, como una lavadora o un horno de microondas de antigua generación que al cabo de los años son sustituidos por modelos más modernos y eficientes.
Ahora bien, si nos aproximásemos a ellos de un modo convencional, descubriríamos una verdad que, tras lo dicho hasta este momento, merece la categoría de un secreto que es por fin revelado, un secreto que, para empezar, no hace sino confirmar que Ralf Hütter y Florian Schneider, los miembros fundadores del grupo eran, después de todo, tan humanos como nosotros. De hecho podría decirse que cuando se conocieron (ambos fueron alumnos de la Robert Schumann Hochschule, prestigiada escuela de estudios de Düsseldorf) Hütter y Schneider navegaban en sentido opuesto al universo distópico y cool del que se apropiarían posteriormente. En pocas palabras eran ratones de laboratorio, docentes de ideas extravagantes que, a diferencia de sus compañeros, se interesaban más por las atrevidas obras de Karlheinz Stockhausen que por el convencional sistema de notas seguido por los clásicos. Su acercamiento a las partituras de este innovador compositor les inyectaría un gran fervor por la música electroacústica y serial; por los ritmos repetitivos y metálicos; por sonidos que parecen emular los ecos de las grúas y el martilleo de las fábricas ensambladoras. Tales gustos, en combinación con la directrices marcadas por su propio impulso creativo, los llevaría a generar un concepto que, contrario al tradicional espíritu contestatario del rock, no rechazó la estética del progreso, en específico la que se desprende de la cotidianidad de la vida urbana y el consabido avance de la tecnología, sino que la situó como su componente esencial. De allí que su repertorio, consistente en diez álbumes de estudio, dos discos en vivo y uno de remixes, se encuentre poblado de alusiones a dicha estética. Sistemas viales, ordenadores, trenes eléctricos, paseos en bicicleta y, por supuesto, inteligencia artificial, son temas recurrentemente abordados por sus letras, algunas de ellas provistas con cierto toque de ironía.
Legado
Estas y otras razones han provocado que, a más de cincuenta años de su nacimiento, Kraftwerk sea distinguido como un grupo esencial en la evolución de la música. Algunos los llaman los abuelos del tecno mientras que otros les atribuyen características más cercanas al pop-avant garde. Hay quienes los ubican sin ambages como parte de aquel género llamado Krautrock que surgió en los años setenta en la República Federal Alemana, y a la vez existe una corriente de melómanos que parece obsesionada en considerarlos exponentes de la música contemporánea. En lo que todos parecen coincidir, es en considerarlos los pioneros absolutos en lo que la incorporación de elementos electrónicos a la música se refiere.
De hecho buena parte de su carrera se orientó más hacia el rubro de inventores que el de músicos, pues no serían pocas las ocasiones en las que montarían sus propios sintetizadores o experimentarían con los sonidos expulsados por sus vocoders (codificadores de voz), computadoras y otros artefactos rellenos de cables hasta conseguir los efectos buscados, efectos que por cierto ayudarían a conformar géneros como el synth-pop, el hip-hop, el ambient, el house y el club music, entre otros, y que a a la vez ejercerían una tremenda influencia en incontable cantidad de músicos. U2, Colplay, Depeche Mode, Blondie, David Bowie, New Order, Daft Punk, Simple Minds, Siouxsie and the Banshees, por no dejar de mencionar a los mismísimos Rammstein, son sólo algunos de los muchísimos exponentes de la música que han aceptado abiertamente la importancia que Kraftwerk tuvo en el desarrollo de su propio estilo. En cuanto a las presentaciones en vivo que, a lo largo de su vasta trayectoria, la agrupación ha efectuado en innumerables países, ya en festivales masivos, ya en foros cerrados, dan asimismo constancia de que el gusto por su música es compartido por diversas audiencias alrededor del mundo.
Dicha relevancia, al tiempo, sería incluso reconocida por el refinado universo del arte plástico, el cual se dejaría conquistar por su singular aspecto, situado a medio camino entre lo robótico y las cualidades de la escuela Bauhaus, y por energía revolucionaria y vanguardista que siempre ha distinguido a su propuesta musical. Una prueba fehaciente de ello tuvo lugar en la década pasada, cuando el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), el Tate de Londres y la Neue Nationalgalerie de Berlín, entre otras instituciones culturales de prestigio internacional, se transformaron por algunas noches en salas improvisadas para conciertos. Así, los integrantes del cuarteto, el cual sigue en activo con Ralf Hütter como su líder y miembro más reconocible (Florian Schneider, quien de por sí abandonó a la agrupación en 2006, falleció en 2020), no sólo exhibirían su conocida personalidad autómata, sino adquirirían el status de obras de arte vivas.
O, si se prefiere ver así, encendidas, en modus-on, listas para recorrer de nuevo una autopista infinita.
Wir fahren, fahren auf der Autobahn.
Vor uns liegt ein weites Tal.
Die Sonne scheint mit Glitzerstrahl.
Carlos Jesús González