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Recuerdos de una restauradora colombiana en Alemania

Restauradora

Evelyn Álvarez, © (c) Carlos González

Artículo

Recuerdos de una restauradora colombiana en Alemania

Para Evelyn Álvarez Dossmann (Cali, Colombia, 1977) la profesión de restauradora le ha brindado un montón de satisfacciones, aunque admite que no por ello le es fácil describirla. “Creo que los restauradores somos considerados una especie extraña”, asegura y luego después alza la vista hacia un punto inexacto del restaurante en el que nos encontramos. “Digamos que tendemos a ser muy anónimos en nuestro trabajo”, continúa, “por lo general preferimos laborar en completo silencio, sin espectadores alrededor nuestro, aunque por otro lado la comunicación en la profesión es constante y fluida, después de todo es un trabajo multidisciplinario”. Luego hace una pausa y sonríe: “pero si hablamos de clichés, mucha gente cree que uno vive debajo de la tierra, solitario, arrumbado en sótanos empolvados y oscuros, y la verdad es que aunque en ocasiones puntuales es así, más bien solemos estar en depósitos que están debajo de la colección, pero no necesariamente debajo de la tierra”.

En todo caso, es justo ubicar el caso de Álvarez Dossmann entre la de los restauradores que, gracias a una combinación de talento, esfuerzo y suerte, ha encadenado encargos profesionales de verdadero ensueño. Tanto es así que aún se emociona cuando habla de su participación hace unos pocos años en los trabajos de restauración en la Puerta de Ishtar y las fachadas del palacio de Nabucodonosor en los interiores del prestigiado Museo del Pérgamo, en Berlín. “Recuerdo que cuando llegué al museo ya para trabajar tuve una especie de flashback y me acordé de cuando todavía estudiaba y pasé por primera vez debajo de ese portón y pensé: ‘guau, estoy debajo de este arco histórico’. Al verme trabajando justo en ese lugar, algunos años después, no lo podía creer. Lo consideré el mejor premio a mis esfuerzos. Un premio silencioso. Trabajé estando embarazada y hasta casi el último momento porque no me quería bajar de allí, no quería dejar de hacer lo que estaba haciendo”.

Nada mal para una latinoamericana que arribó a Alemania en el año 2000 con un par de maletas cargadísimas y un abanico de intenciones. Su historia, sin duda, merece ser contada. Aquí, sus palabras para CAI:

Podríamos comenzar con lo más convencional. ¿Cómo fue que llegaste a Alemania?

El motivo principal era culminar con mis estudios acá. Acepto que de trasfondo se hallaba el mal momento por el que pasaba Colombia. La violencia había alcanzado su cenit y el que tenía la valentía de irse lo hacía, aunque ahora que lo pienso los valientes fueron lo que se quedaron. En fin, como sea algunos los fuimos. Yo tenía una relación constante con Alemania porque cursé mis estudios en el colegio alemán. A los 17 años ya había tenido un intercambio con una familia alemana y demás.

Tu segundo apellido es alemán o al menos lo parece. ¿Tuviste un abuelo alemán?

Parece que cinco generaciones hacia atrás hubo alguien alemán en la familia, pero yo no tuve pasaporte alemán ni nada. Ahora poseo la nacionalidad alemana porque conté con los requisitos de trabajo y de tiempo viviendo en Alemania. Lastimosamente, otro requisito era renunciar a la nacionalidad colombiana y me vi obligada a tomar una decisión. Vivo acá desde hace casi dieciocho años, tengo hijos que nacieron acá y toda mi vida profesional se ha desarrollado en Alemania. Sentí, pues, que la nacionalidad era el paso que me faltaba para alcanzar una total integración. Quería, por ejemplo, ejercer el derecho de votar. Y no tendré ya el pasaporte, pero siempre seré colombiana.

Has dicho que aquí terminaste tus estudios. ¿Los habías comenzado en Colombia?

Sí. Hice hasta cuarto semestre de Restauración de Bienes Muebles en Bogotá. No fue sencillo venirme. En ese entonces a los colombianos aún se nos exigía visa. Gracias a que tenía el grado del colegio, y a que pude usar el examen de idioma que se me pedía, conseguí librar la primera parte. Después tuve que buscar en dónde vivir, el adaptarme a la cultura, etcétera.

¿Llegaste directamente a Berlín?

No, mi primer lugar en Alemania fue Maguncia (Mainz), en donde estudié un año un programa de Magister de Historia del Arte, Antropología y Etnología en la Universidad Johannes Gutenberg. Sin embargo, ese no era mi deseo. Yo quería continuar con los estudios de restauración y además en Berlín, específicamente en la HTW (Hochschule für Technik und Wirtschaft Berlin). Allí cada año toman algunos estudiantes, pero hay un número restringido de plazas y además te exigen dos años de prácticas, así como mostrar un fólder de trabajos donde se observen tus aptitudes manuales y artísticas. Yo ya había hecho prácticas tanto en Maguncia como en Colombia y por eso cumplía con ese requisito. Total que tuve la suerte de ser una de las personas elegidas para entrar en la HTW y allí me especialicé en Restauración de Objetos Arqueológicos, como quería, y en cuanto terminé con mis estudios tuve muy claro que Berlín era la ciudad en la que quería vivir.

Supongo que en la toma de esa decisión también hubo factores laborales o profesionales…

Por supuesto. Durante el estudio me di cuenta de todas las posibilidades laborales que tenía en Alemania. Tan pronto terminé mis estudios, en 2005, recibí una propuesta de trabajo como colaboradora científica en un proyecto de la Unión Europea que se llamó FAITH (First Aid for Wetland Cultural Heritage Finds: Tradición and Innovation). Como aún no tenía la nacionalidad alemana, fui la única que formaba parte del equipo que no era europea. Ese primer paso fue muy importante para mí. Fue un trabajo muy satisfactorio. Constaba en el monitoreo de objetos que se han encontrado bajo el agua, específicamente en Dispilio, Macedonia del Este, en Grecia.

Suena interesante, ¿en qué consistió el proyecto?

Se hallaron palafitos, que son algo así como casas de comunidades erigidas sobre el agua. Datan del periodo neolítico, más o menos del año 5,600 antes de Cristo. Estas casas se hallan ahora debajo del agua, en un lago de agua dulce. La pregunta que se generó fue: ¿es necesario sacar objetos como estos del sitio en el que están o es mejor dejar que se preserven allí? De unos años para acá se tiende a esto último, pero en este caso igualmente había que tener los argumentos para defender la decisión de dejarlos allí, determinar los elementos positivos y negativos que acarreaba dicha decisión, así como clasificar los objetos encontrados, mismos que posteriormente podrían replicarse sin poner en riesgo a los originales.

Una pregunta técnica: ¿por qué se tiende a dejar este tipo de objetos allí donde son encontrados?

Porque el ambiente en donde son hallados es equilibrado, por eso es que los preserva. Sacarlos de allí, además de complicado, puede ser altamente perjudicial. El mero contacto con el oxígeno puede llevar a los objetos a su descomposición con una velocidad increíble. Se tiende, pues, a documentar para después volver a cubrir. Es justo que el público tenga acceso a los descubrimientos, claro, y es por eso que se crean las réplicas. Ahora ese aspecto está muy avanzado. Con el uso de técnica láser puedes crear réplicas exactas. En mi gremio hasta los hallazgos más aparentemente modestos son observados con sumo respeto. No hay categorías de interés. Cualquier cosa que llegue a tus manos que ha sido sacada de la tierra o del agua es vista con una gran atención. Hay una responsabilidad frente a eso.

Ese respeto del que hablas se ajusta a una suerte de tradición. En ese sentido, el aporte dado por Alemania al campo de la arqueología es notable, ¿cierto?

En efecto hay una gran tradición en Alemania y en Europa. En el siglo XIX en Europa ya se empezó a diferenciar el arte de la restauración y esta última comenzó a perfilarse como profesión, digamos una actividad pública y profesional. En la Alemania de finales de 1880 la restauración ya contaba con un gran impulso y luego, a partir de las aportaciones de Friedrich Rathgen, Alemania se convirtió en uno de los primeros países que incorporó a la química en las cuestiones de conservación. Rathgen fue el primer químico empleado por un museo que desarrolló un enfoque científico para el cuidado de los objetos. Desde entonces el arte y la ciencia se empiezan a volver más interdependientes y la restauración se convierte en una ciencia interdisciplinaria, que incorpora a la química, a la física, a la biología.

Más allá de los terribles acontecimientos del siglo pasado de los que fue responsable y que revisa constantemente, ¿no crees que la cultura alemana mantiene una relación singular con el pasado?

Sin duda se trata de una cultura muy pensante. Constantemente revisa su historia, la repasa y la utiliza en la elaboración de una autocrítica. Pero además es una cultura que tiene interés por otras culturas. Mira por ejemplo hasta dónde llegó (Alexander von) Humboldt. Y además esa visión hacia otras culturas suele ser respetuosa. Ahora, por ejemplo, existe un proyecto llamado La Hora Cero, en el que están involucrados el Instituto Arqueológico Alemán y la GIZ (Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit), y en el que se trabaja en conjunto con especialistas de Siria, pensando en el modo en el que se van a recuperar los sitios arqueológicos del país en cuanto el conflicto actual llegue a su fin. Con planos y demás. Es decir, que desde tiempo atrás se vienen preparando para un futuro, para ganarle tiempo al tiempo. Me parece una actitud optimista.

En cuanto a tu labor profesional, ¿qué siguió luego de aquel proyecto en Grecia?

Vino otra labor muy bonita. Constó en restaurar una colección que estuvo guardada durante mucho tiempo en los sótanos del Museo del Pérgamo en Berlín. Era un rompecabezas tan complejo que parecía imposible de ser reconstruido. No fue sino gracias a la insistencia de muchas personas que se logró. Se llama Tell Halaf, proviene del norte de Siria, de unas excavaciones hechas en las primeras décadas del siglo pasado, y pertenecía al barón alemán Max von Oppenheim, quien era un amante de la arqueología e invirtió hasta su último marco en traer todas esas piezas. Digamos que se llegó a un acuerdo de repartición de hallazgos, un tipo de acuerdo que por cierto ya no existe, y las piezas fueron embarcadas con dirección a Berlín. Von Oppenheim tenía la ilusión de que estos objetos se exhibieran en el Museo del Pérgamo pero hubo un gran atraso por cuestiones burocráticas.

¿Qué tipo de pieza es?

Se trata de la fachada de basalto de un palacio, el cual se calcula que tiene unos tres mil años de antigüedad. Como se retrasó su entrada en el Museo, von Oppenheim comenzó a exponerla provisionalmente en una fábrica ubicada en el occidente de Berlín. Fue todo un highlight. Lo vinieron a visitar Agatha Christie y un montón de celebridades. En la Segunda Guerra Mundial el museo fue bombardeado y el techo, que era de brea, se derritió y cayó sobre las piezas. Además, las piezas de basalto estaban tan calientes que al entrar en contacto con el agua que apagó el incendio estallaron en miles de pedazos. Esos pedazos se transportaron inmediatamente al Museo del Pérgamo, justo en medio de la guerra, y fueron colocadas en los sótanos. No fue sino hasta finales de los noventa, casi sesenta años después de todo esto, que pudo comprobarse que la fachada era recuperable. Fue entonces que los fragmentos se transportaron a enormes naves industriales ubicadas en Friedrichshagen, en Berlín, donde con la ayuda de un equipo de mineralogistas de la Universidad Técnica de Berlin pudieron relacionarse los fragmentos entre sí y finalmente restaurarse. Allí estuve trabajando dos años. Creamos un equipo muy agradable, muy bonito. La colección restaurada se mostró en el Museo del Pérgamo en 2011 pero sólo temporalmente. Cuando el museo se reabra será parte de la exposición permanente.

¿El restaurador suele trabajar como es lo habitual, digamos, con un horario de ocho horas al día?

En mi caso he trabajado habitualmente como independiente pero ahora empezaré a trabajar ocho horas diarias en el Museo Etnológico. Y así permaneceré durante un largo tiempo. El proyecto en el que participaré consiste en restaurar las piezas que se llevarán del Museo Etnológico que está en Dahlem al Humboldt Forum, que es el nombre del palacio que se está construyendo junto a la Isla de los Museos en Berlín y que abrirá sus puertas en 2019. Estaré involucrada en los trabajos preparativos y también acompañando a las piezas hasta que lleguen a su destino final.

Tengo entendido que también trabajaste para el prestigiado sitio de exposiciones Martin-Gropius-Bau…

De hecho trabajo aún allí, lo hago desde 2012. No restauro pero acompaño a las piezas y asesoro en lo que es conservación. Estoy en la parte de arqueología etnográfica y objetos históricos. Mi labor consiste en recibir los objetos que vienen, por ejemplo, aquellos pertenecientes a la cultura maya que se exhibieron hará un par de años, y controlar y documentar su estado de conservación. Luego tiene lugar el montaje y mientras los objetos estén allí hay que controlar la cuestión climática. A veces hay material orgánico y éste es muy delicado, o metales que reaccionan a cualquier cambio en la humedad o la temperatura. Las piezas vienen en cajas climatizadas y se exponen en cajas igualmente climatizadas. En fin. Mi labor es que las piezas lleguen a su lugar de origen en el mismo estado en el que nos las prestaron.

Para terminar, ¿qué opinas sobre la discusión que se ha generado con respecto a la proveniencia de algunos objetos arqueológicos?, ¿deberían de volver a su países de origen?

Es algo de lo que se ha discutido mucho en los últimos años, sobre la cuestión ética de poseerlos, o más bien de custodiarlos, que es lo que hacen los museos. Estas cuestiones de la proveniencia, por ejemplo, se han ventilado ahora en Alemania con el transporte de piezas de Dahlem a este nuevo lugar del que he hablado. En lo etnográfico el asunto es incluso más complicado porque algunos objetos pertenecen a culturas antiguas y hay grupos que de alguna manera son herederos de esas culturas y por lo mismo están emocionalmente ligados a ellos. Algunos miembros de un grupo indígena de Colombia, por ejemplo, fueron invitados a Berlín para que visitaran objetos de sus antepasados y de alguna manera dieran el visto bueno, digamos, el permiso para seguir teniéndolas acá. ¿Por qué lo prefieren así? Pues porque les interesa que la gente conozca estos objetos y a través de ellos valore también a su cultura actual. En todo caso, se va a continuar discutiendo sobre este asunto, lo que no me parece mal si se llega a un diálogo y a soluciones constructivas.

Te agradezco mucho por tu tiempo…

Gracias a ti.

Blog de interés

Carlos Jesús González (@CjChuy), en exclusiva para CAI, octubre 2017.

Carlos Jesús González.Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.

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