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Amor sin fronteras

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deutschland.de - Nadine Didier-Mantovani conoció a su actual esposo en 1992, durante un semestre Erasmus en Italia… y se quedó. Aquí relata cómo formó en Italia un nuevo hogar y qué pueden aprender los europeos mutuamente.

Nací en Neubokel, una aldea de menos de mil habitantes cerca de Braunschweig, en Baja Sajonia. Ya de pequeña sentí que me atraían las tierras lejanas y que algún día quería vivir en el exterior. Las lenguas extranjeras me fascinaban y amaba las vacaciones, que a menudo pasábamos en Menorca”.
En 1990 di el primer paso y estudié un semestre con una beca Erasmus en Cáceres, España. En realidad, España fue siempre mi país preferido. Pero, para mejorar mis conocimientos de italiano, en 1992 fui a estudiar un semestre a Venecia. Allí conocí, en el pasillo delante de la oficina de un profesor de la universidad, a Fernando Mantovani, un joven hombre del sur de Italia. Fernando es uno de esos seres humanos que hace hablar incluso a las columnas, muy abierto y cordial. Conmigo y el otro inquilino del piso compartido en el que vivía comenzó pronto a hablar hasta por los codos en italiano. Yo no entendía ni la mitad. Mi italiano no era tan bueno. Entonces no existían los teléfonos móviles, pero Fernando nos invitó a visitarlo en la tienda de venta de discos donde trabajaba. De alguna forma nos seguimos viendo luego casualmente. En Venecia se anda mucho a pie o con el “vaporetto”. El radio de movimientos es reducido. Tres meses más tarde éramos pareja.

Europa: lo único verdadero

Desde entonces han pasado 25 años. Fernando y yo nos casamos y vivimos primero en Verona, luego en Milán y Salzburgo y desde hace diez años en San Colombano, 40 kilómetros al sudoeste de Milán. Trabajo como profesora de alemán, español e italiano y en un proyecto de entrenamiento para la docencia bilingüe en Trento. Fernando trabaja en el sector editorial y musical, sobre todo en las áreas online y de derechos de autor.

En los años 1990, poco se reflexionaba sobre Europa. Era como era y estaba bien así, nadie lo ponía en duda. Hoy, en muchos países hay euroescépticos y corrientes críticas con respecto a Europa. No creo que las razones de ello sean solo económicas. Justamente en Italia se critica todo y a todos, tiene mucho que ver con intolerancia. Cuando, en nuestra localidad, se planteó la cuestión de si debíamos acoger a refugiados, la mayoría estuvo en contra, salvo yo y algunas otras mujeres de otros países de la UE. Es una lástima, porque para mí, Europa sigue siendo lo única verdadera posibilidad de convivir en armonía. ¡Podemos aprender tanto mutuamente! De los italianos, por ejemplo, una cierta serenidad y flexibilidad; de los alemanes, la disposición a abordar los problemas de inmediato.

Nunca me arrepentí de mi decisión de mudarme a Italia. Aun cuando el trabajo independiente conlleva aquí algunas inseguridades, sobre todo, en lo que respecta a la jubilación. La genta aquí es más abierta que en Alemania. A menudo nos ponemos a conversar en la calle, alguien hace una broma o nos reunimos espontáneamente a tomar un capuchino. Con Fernando no hay cómo aburrirse: es creativo y no le gusta planificar con mucha anticipación. ¡Estoy segura de que mi vida aquí seguirá siendo interesante y variada!

Anotado por: Sarah Kanning



© www.deutschland.de, marzo 2017.

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