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Faber-Castell, trazos de un legado centenario
El carpintero Kaspar Faber nunca creyó que los primeros lápices que vendiera allá por 1761 en el mercado ambulante de Núremberg, se convertirían pasados más dos siglos y medio, en una de las empresas familiares más emblemáticas de Alemania.
Esta semana (22.01) el conde Anton-Wolfgang von Faber-Castell, quien formaba parte de la octava generación al frente de la compañía, murió en Houston a la edad de 74 años, dejando una firma con siglos de historia y fama mundial: Faber Castell está representada en 120 países, cuenta con 14 fábricas de producción y 23 centros de comercio en América, Europa y Asia.La familia Faber-Castell son hijos de la ilustración y sus productos y la marca están grabados en el inconsciente colectivo de millones de escolares, estudiantes, artistas, arquitectos, y de toda persona que requiera una de las más básicas herramientas de escritura y dibujo: un buen lápiz.
La firma tiene una serie de valores – eje, como nos lo contara en una entrevista Sandra Suppa -directora de comunicación de la empresa- en una entrevista hace unos años atrás, a propósito del 250 aniversario de la marca. En palabras de Suppa “Faber-Castell tiene un claro código de valores empresariales: competencia y tradición, excelencia en la calidad de la producción, innovación y creatividad así como responsabilidad para con la sociedad y el medio ambiente”.
Sostenibilidad en la producción
De acuerdo con Suppa, para Faber-Castell siempre ha sido importante “el énfasis en la calidad y la sostenibilidad del proceso de producción, atendiendo a estándares de vanguardia, que posicionan a Faber-Castell como una de las empresas líderes en el mercado internacional en cuanto a protección del medio ambiente y los criterios de comercio justo imperantes.”
Faber-Castell es la más grande y más antigua empresa productora de lápices de madera en el mundo, de acuerdo con la portavoz del consorcio familiar. “Faber-Castell produce [cifras del 2011] 2 billones de lápices de madera al año” explica Suppa con serenidad. “Poco más del 80% de la madera de estos lápices proviene de bosques en la región de Minas Gerais en el sudeste de Brasil, que son plantaciones de pino caribeño de las que se extrae madera certificada, es decir: cumple con los estándares internacionales de sostenibilidad en el proceso de cultivo, producción y distribución. El resto de la madera utilizada proviene de bosques con la misma certificación y es producida en iguales condiciones en otras regiones”, explica.
En 2011, cuando el hoy fallecido Anton Wolfgang Graf von Faber-Castell era aún el presidente de la compañía y representante de la más reciente generación de la dinastía lapicera, explicaba que “la sostenibilidad es para empresas como la nuestra un asunto de gran importancia y nosotros le damos mucho valor a formas de producción que sean justas para con el medio ambiente.”
Su orgullosa afirmación tenía bases sólidas: de acuerdo con estadísticas de la empresa [cifras del 2011], los bosques de Minas Gerais que pertenecen a Faber-Castell producen “tres veces más oxígeno que el CO2 que producimos en la elaboración de los lápices”. Los bosques fueron certificados en 1999 con el sello del Forest Stewardship Council, que identifica a productos en cuya elaboración se atendió a criterios de sostenibilidad ecológica y económica.
Del mismo modo, el sistema de laqueado de los lápices obedece a los más actuales y avanzados criterios ecológicos: bañados en colores solubles en agua, no dejan de tener aquel aspecto brilloso, de textura casi resbaladiza y superficie verde reflectante que ha caracterizado por generaciones a estos ya casi arcaicos instrumentos de registro visual o verbal de la realidad.
La empresa tiene plantas y representaciones en los cinco continentes. En América Latina está representada en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Guatemala y El Salvador, así como en Cuba, República Dominicana, México, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico y Uruguay. “De gran importancia son nuestras plantas productoras de lápices en Perú y Costa Rica” agregó en aquella entrevista la portavoz de la firma, Sandra Suppa.
Un poco de historia
Las tradiciones – sobre todo las de espíritu comercial – toman tiempo en formarse y pueden disolverse en segundos. Como muchas de estas historias, la fábula de Faber-Castell comienza en 1761 en Stein, un pueblo en el sur de Alemania, cuando el maestro carpintero Kaspar Faber (1730-1784) abre su propio taller de fabricación de lápices de grafito. El método de trabajo era engorroso y exigía un compromiso enorme con la calidad.El trozo de grafito virgen debía ser cortado y limado a mano, formando una tabletilla delgada y larga que sería insertada entre dos trozos de madera, también cortados a mano. Todo debía coincidir perfectamente y al mismo tiempo no perder su natural calidad. El corazón mineral – que más tarde sería mezclado con arcilla para regular la intensidad y dureza del trazo – era la médula de un proceso que unía a la prolija elaboración del oscuro mineral con la más fuerte tradición carpintera.
Y es que el oficio trasciende al conocimiento empírico. Estas pequeñas obras de arte se hacían sin que se conociera con certeza la naturaleza de sus materiales. El grafito era un descubrimiento del Renacimiento, bañado de primeras impresiones: hallado por primera vez en la cordillera de Cumberland, en Inglaterra a mediados del siglo XVI, el material fue confundido al principio con el plomo. De ahí el nombre que el utensilio de escritura lleva en alemán: Bleistift, que significa “lápiz de plomo”.
Recién a fines del siglo XVIII se pudo constatar que el grafito es un carbón en estado puro, como el diamante. El lápiz más antiguo que se encuentra en el Museo Faber-Castell es uno de cerca de 1630, hallado en un galpón rural en Suavia (sudoeste alemán). La tosquedad y resistencia del instrumento no esconde, sino realza que el grafito era un descubrimiento ideal para tiempos en los que la escritura se volvía cada vez más cosa de individuos de los más diferentes sectores y niveles sociales: su firmeza y durabilidad permitía dibujar y escribir por años sin que la humedad o el calor excesivos representaran una gran dificultad.
La maestría en la ejecución de un producto que permitiera trazar y escribir fue una labor que Kaspar Faber llevaría a cabo a solas, vendiendo el sólido, plateado, casi cristalino, afilado y marcante fruto de su trabajo en el mercado de Núremberg. El negocio era familiar. Su hijo, Anton Wilhelm Faber (1758-1819), se encargaría de la modesta empresa, dándole el nombre de “A.W. Faber” y comprando terrenos y haciendo crecer la producción, llevando a esta aventura de mineral y madera a cruzar el umbral del siglo XIX. El negocio que conduce A.W. Faber es ahora una fábrica de lápices, una Bleistiftfabrik, como consta en los registros.
Otra generación trata de abrirse paso en tiempos sociales, políticos y económicos de extrema dificultad. Georg Leonhard Faber (1788-1839) dirige la empresa manteniendo las técnicas tradicionales de fabricación, mientras que en Francia se desarrollan nuevos métodos para la producción de minas. El nieto de Kaspar Faber toma la decisión de enviar a sus hijos Lothar y Johann a conocer nuevas tierras. Lothar, el mayor aprende en Londres y París lo que más tarde hará de la empresa un consorcio de reconocimiento internacional.
Lothar (1817-1896) volvería a los 22 años con la muerte de su padre a Alemania, en 1839. Sus ambiciones eran aún más grandes que las distancias que había recorrido: “Quiero colocarme en el primer lugar, haciendo lo mejor que se haya hecho en este mundo”. Este tipo de ideas son el trasfondo de una estrategia de desarrollo que llevaría a Faber-Castell a colocarse a la vanguardia de estos pequeños imperios de la burguesía.
Los primeros pasos a un sistema moderno de producción y mercado de los lápices Faber-Castell estaba dado: la materia prima, proveniente de minas de grafito en Siberia, estaba asegurada. Las máquinas de producción de los lápices estaban a la cabeza de lo conocido hasta el momento. La presentación de los lápices connotaba que se trataba de objetos de edición limitada, hechos de materiales exóticos, destinados a palabras y formas importantes.
En 1843 el primer lápiz Faber-Castell llega a suelo americano, distribuido por una agencia neoyorquina, marcando el inicio del mercado transnacional del producto. En 1844 se formaba la primera planta en la ciudad de la costa oriente. Seguirían representaciones en Londres, París, Viena y San Petersburgo.
La marca de la empresa “A.W. Faber” se hace notar en el perfil de los lápices y en las cajas exclusivas que los envuelven. Lothar solicita en 1845 al Parlamento Imperial haga una ley de registro de marcas, lo cual se registra como “uno de los primeros impulsos a la creación de un cuerpo que protegiera la identidad de productos comerciales”.
Del desarrollo técnico y comercial se pasó al social. Lothar Faber introduciría las innovaciones que le darían el prestigio de ser “un gran patrón”: forma la primera caja de salud que pertenece a una empresa, una caja de jubilaciones y una organización de distribución de bienes de consumo para sus trabajadores en la que podían adquirir alimentos a precios accesibles. Viviendas, una biblioteca para los trabajadores y una guardería para sus hijos son también otros de los beneficios que puso a disposición de quien trabajara con él.
Es tanto el jolgorio, que en 1867 Napoleón III manda una comisión a Stein a ver cómo funcionaban las prestaciones sociales de este empresario burgués. El emperador le otorga la Orden de Caballero de la Legión de Honor. El rey Maximiliano II de Baviera lo hace en 1862 Barón y le otorga la posibilidad de heredar el título 19 años más tarde. De ahí que obtiene el nombre de Lothar von Faber.
Lothar tiene un único hijo: Wilhelm von Faber, quien fallece a temprana edad, dejando a una viuda, Ottilie von Faber, cuya administración delegará a su yerno, el Conde Alexander zu Castell-Rüdenhausen. Al haberse casado con la hija mayor de Wilhelm, la Baronesa Ottilie von Faber (1877-1944, se fusiona el nombre de ambos, formando el apellido con el que hoy conocemos a estos lápices alemanes: Faber-Castell. El Conde zu Castell-Rüdenhausen (más tarde Faber-Castell) produce desde 1905 el más conocido de los modelos de esta marca: el “Castell”, el clásico lápiz de grafito lacado de color verde.A partir de 1928 y hasta su muerte en 1978, el Conde Rolando de Faber-Castell está a la cabeza de la compañía. Durante su gestión, Faber-Castell comienza también a producir bolígrafos y la empresa comienza a instalarse en diferentes países del mundo. La compañía re-compra a fines de la década de 1940 su filial perdida durante la Segunda Guerra Mundial “Lapis Johann Faber” en Brasil.
Adiós al Conde Anton Wolfgang von Faber-Castell
Desde 1978 el ya difunto Conde Anton Wolfgang von Faber-Castell era el responsable del negocio de la familia real de los lápices. “Bajo su gestión”, informan fuentes de prensa de la empresa, “la empresa continuó su expansión internacional y siguió creciendo”.
Anton-Wolfgang von Faber-Castell nació el 7 de junio de 1941 en Bamberg. Estudió en una escuela suiza y concluyó sus estudios universitarios de Derecho en Zúrich. Trabajó durante seis años en el sector financiero en Londres y Nueva York y después se incorporó a la empresa familiar.
El conde de Faber-Castell formaba parte de la octava generación de la compañía. Deja mujer y cuatro hijos. El mayor, ya entrado en la treintena, se incorporó a la empresa familiar hace dos años. Faber-Castell deseaba que la compañía permaneciera en manos familiares (dpa, dixit).
Teobaldo Lagos Preller y CAI (gordillo) –actualización-, a 25 de enero de 2016.