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BERLÍN: Invierno (por Luis Chaves)

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Con esta primera entrega, el escritor costarricense Luis Chaves inicia el relato de su estadía de un año en Berlín como residente del prestigioso Programa de Artistas en Berlín de la DAAD.

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Hay una película titulada “Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera” del director surcoreano Kim Ki-duk. En su profundidad y delicadeza (es la historia del aprendiz de un monje budista) no comparte nada con esta crónica, excepto la idea circular y estacional del título. Empezamos con invierno y, si lo permite el destino, terminaremos en enero del 2016, otra vez en las temperaturas bajas.

Este Berlín empieza en Costa Rica. Un último mes precipitado que incluyó reducir la casa a cajas de cartón, pintura total, intervención de fontanería, búsqueda de arrendatarios y posterior mudanza a casa de mis padres por la última semana y media antes de cruzar el Atlántico. Todo en medio de la neurosis de la Navidad y el Año Nuevo. Por momentos parecía que nunca iba a suceder, que íbamos a derrumbarnos en el intento.

Después de las despedidas con ojos aguados de la escolta familiar y una vez superado el escaneo corporal en el Aeropuerto Juan Santamaría, ya en la sala de abordaje 4, con los pasaportes y boletos del vuelo IB 6314 en mano, sentimos que iniciaba la temporada alemana: 365 días en Berlín.

En abril del 2014 recibí la carta de invitación para el Programa de Artistas en Berlín de la DAAD (Berliner Künstlerprogramm, BKP), nada sucedió después de leer esa carta que no estuviera determinado por “el viaje a Alemania”. Y fue ahí, en las genéricas bóvedas de cristal de los aeropuertos donde aquel destino etéreo, aquella idea de lugar se empezó a materializar.

La residencia del BKP incluye a toda mi familia. Somos cuatro: esposa, dos hijas y yo. Mariajo, LaMayor, LaMenor y este servidor. Es la primera vez que viajamos todos juntos fuera del país. También, es la primera vez que las chicas se suben a un avión.

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Hicimos escala de cinco horas en Madrid, lo suficiente para nivelar el pH de la excitación de las niñas. Alrededor de las 19:30 aterrizábamos en la pista del TXL, el aeropuerto Berlín-Tegel en el distrito de Reinickendorf. Un aeropuerto por el que pasan 20 millones de personas al año y que quieren sustituir por el de Schönefeld en Brandenburgo, para alejar la contaminación sónica en el distrito. Prácticamente la mitad del equipaje que avanza sobre la banda transportadora es nuestro. Lo único que dejaron las chicas en Costa Rica fueron las camas.

Nos recibe Sebastián, emisario del BKP encargado de trasladarnos a la que será nuestra casa por espacio de un año. Sorprendido por la montaña de bolsos y maletas, Sebastián propone dividirnos en dos, las mujeres y parte del equipaje con él y yo en un taxi con el resto de las valijas.

Salimos a la noche fría de Berlín protegidos por la ropa de invierno a préstamo de familia y amigos. Sebastián le dio indicaciones al taxista, cerró la puerta y quedé dentro de un Mercedes Benz de tapicería de cuero, con un dash repleto de mapas electrónicos y un taxista que no hablaba otra cosa que alemán y que no dudó en dejarlo bien claro. El muro de Berlín.

Llegamos al 18 de Wielandstr., con Sebastian y Mariajo subimos, en idas y venidas, el equipaje a un segundo piso por escaleras. Alguna vez, meses antes del viaje, para irlas preparando le habíamos comentado a las chicas que en Europa la gente vive en departamentos pequeños, ahora corrían por los pasillos persiguiendo el eco y se detenían para decirnos, jadeando, “¿esto es el apartamento pequeño de Alemania?”

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Vivimos en Friedenau, un barrio residencial del distrito de Schöneberg en el suroeste de Berlín. Sobrevivientes de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, buena parte de los edificios del barrio corresponden al periodo Gründerzeit (literalmente, época de los fundadores) de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Es un barrio de clase media acomodada de un país rico, hagan la ecuación.

Cruzando la calle hay un afinador de pianos, a la vuelta, un lutier. El vecino de enfrente ensaya su piano cada final de tarde y el vecino de arriba tiene un reloj campana que cuando da las 4 de la tarde se oyen campanadas severas, como con sordina, como si marcara las 4 pm pero de otro día.

Los amigos locales nos dicen que llegamos a un invierno leve, apenas 3 ó 4 grados centígrados por debajo del cero. Pero a nosotros, criaturas del trópico, el frío nos sanciona: las chicas protestan por la burocracia de las capas de indumentaria que hay que ponerse y quitarse varias veces al día, el aire seco y helado nos pone la piel de cartón. Para salir a la calle tiene que haber un plan fijo, el invierno castiga duro la improvisación.

Las primeras semanas salimos siempre en equipo, como las células básicas de la guerrilla. Inflados por los estratos de ropa, sin una gota de idioma alemán, nos movemos de puntos A a B reducidos todos al analfabetismo de LaMenor.

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Cruza Friedenau la Hauptstraße (literalmente, la calle principal), parte de la antigua Reichsstraße (camino imperial) que después del guerra cambió a Bundesstraße. La Haupstraße es una de las primeras calles importantes de la historia de Berlín, el camino que la conectaba con Potsdam, capital de Brandenburgo. De cara a esta avenida vivió Bowie en los 70, vecino de Iggy Pop, y es parte contributiva de la novela Middlesex de Jeffey Eugenides (residente de la BKP en 1999). La Haupstraße, con las diversas líneas de bus que la recorren y la estación S-Bahn (tren por la superficie) nos conectan con el resto de distritos de Berlín.

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Todo habitante de Berlín está registrado. El trámite se hace en la Rathaus (la oficina municipal del distrito). La cita se programó vía Internet y el día y a la hora exacta que se especificó por mail, me atendió la funcionaria arquetípica de municipalidad. Pero alemana. Ni una palabra de español ni inglés, ella; ni una de alemán, yo. El muro de Berlín II.

El deseo de terminar aquella faena fue el motor de combustión que nos ayudó a general el Anmeldung (documento de registro), indispensable para abrir cuenta bancaria, línea telefónica, etc. Todo el tiempo que batallamos tratando de entendernos, me tranquilizó la cuña de cartón doblado en cuatro en una de las patas del mueble a la espalda de la funcionaria. Ese era idioma conocido.

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LaMayor entró a la escuela, a mitad de curso lectivo, cinco días después de que llegamos. Un trayecto de varias cuadras a pie y un bus que, el primer mes, hacíamos sin luz de día. El sol asomaba a las 8 am, cuando yo la despedía en las puertas de la Judith-Kerr Grundschule.

Con LaMenor la historia fue diferente, un drama que se extendió por 56 días (los contamos). En Berlín, es un tema crítico la relación oferta de jardines infantiles frente a cantidad de niños. Las mujeres se anotan en listas de espera en el momento siguiente a la concepción. De eso nos enteramos aquí y por las malas, cepillamos Friedenau y alrededores, doblegados por la temperatura cero, comunicándonos prácticamente en señas hasta que encontramos, ya bordeando el final del invierno, un lugar que aceptó a LaMenor.

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Friedenau tiene una superficie de poco más de 1,5 km2 y nada comparte con los barrios bohemios y de mayor diversidad cultural como Kreuzberg o Neukölln, distritos donde viven la mayoría de nuestros amigos berlineses. Pero el instinto sectario nos obliga a defenderlo. En este barrio se instaló, a mediados de los 60, la primera comuna de Berlín, la Kommune 1o K1, en el piso vacío del escritor Hans Magnus Enszenberger. A tres casas de la nuestra está la placa donde vivió la activista política Rosa Luxemburgo. También pasó una temporada su enorme contemporáneo Rainer María Rilke. Dos Premios Nobel de Literatura vivos son del barrio, Herta Müller y Günther Grass (hasta hace poco, por lo menos). No me los he topado todavía en el supermercado donde cada vez que practico mis cuatro palabras de alemán los cajeros, con toda la buena onda del mundo, prefieren desentumecer su castellano o su inglés.

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En Berlín el comercio cierra los domingos. Todo. Nos costó creerlo al principio, luego lo incorporamos y hasta nos parece una característica de avanzada. Descanso dominical. Como los dealers, Berlín sólo acepta efectivo, nada de tarjetas de crédito. Procedimos pues a cambiar el chip de nuestros tics norteamericanos.

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Uno pestañea y pasan dos meses. Viendo hacia atrás, podemos empezar a reír de la mala idea de mudarnos de un país en mitad del invierno. Burlarnos del rito de iniciación que, en su momento más depre, nos vio llevar a las chicas al infierno sabatino de la abominable tienda IKEA para que jugaran en otro lugar que nuestra casa.

Las últimas semanas, favorecidos por el ascenso de la temperatura, hemos disfrutado, mezclados con los generosos y atentos amigos locales, de parques como el Gleisdreieck (antiguo terreno estación ferroviario), o el Nature Park Südgeländ en Schöneberg, distrito que cubre a Friedenau.

Ahora, con distancia, de esta primera estación elijo dos instantáneas mentales: las chicas conociendo la nieve / las cervezas enfriándose en el balcón.

Hoy es el primer día de la primavera, pasó ya la terapia de shock. La célula básica supo poner la rodilla al suelo sólo para tomar impulso.

Información sobre el autor

Luis Chaves (@LuisChaves), en exclusivo para CAI, a 23 de marzo 2015.

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