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Espacios verdes en la ciudad: verduras y flores para todos

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Todas las grandes urbes alemanas son un espacio en reconstrucción, mas no sólo es el cemento el que recorre sus calles. En espacios intermedios y otrora anónimos, se encuentran pequeños santuarios de la purificación del aire, y de la entrega a la madre naturaleza a través de su cultivo. El Schrebergarten: un sueño alemán.

Colirrábanos, patatas, zanahorias, yerbas que alguna vez fueran silvestres hasta la irrupción de los supermercados en nuestra vida cotidiana; carretillas, palas, rastrillos, sol (sólo en verano), nieve (en invierno, haciendo hibernar todo tipo de semillas), jarros de cerveza y cigarrillos siempre que haya sol son los elementos que definen la identidad oscilante de estas islas vegetales en medio del asfalto.

Suelo pequeñoburgués: los Schrebergarten

La industrialización de Alemania trajo consigo un nuevo sentir con respecto al cuerpo y la naturaleza. La pequeña burguesía, aquel estrato de la clase media que comenzaba a acostumbrarse a vivir de acuerdo con el lema lujo para todos. Una clase social que había cambiado la agricultura y la vida junto a la naturaleza por un puesto en una fábrica, y comenzaba a extrañar campo.Uno de los hitos de esta nueva forma de pensar fue la creación de los Schrebergarten por ahí por 1869. Se trataba de pequeñas parcelitas que el Dr. Daniel Gottlob Moritz Schreber, un pedagogo de la ciudad de Leipzig arrendaba para que escolares aprendieran del arte de la jardinería y la horticultura, desde temprano valoraran el aire puro y tuvieran un contacto intenso con la naturaleza. No se trataba sólo de gimnasia al aire libre, sino de revivir el espíritu rural desaparecido entre los relatos urbanos.

Cavar con la pala, cambiar los abonos de las plantas, sacar hojas viejas, cortar el césped, cultivar verduras y frutas y hacer ejercicios de aserrado de madera o construcción de rejas y novedosas demarcaciones del territorio.

Si los suecos tuvieron durante años a su clásico, la gimnasia sueca, para los alemanes este salto cultural a la modernidad consistió en un todo de relación cuerpo-naturaleza. Es decir: un patiecito con muchas reglas y vecinos que disfrutan su metro cuadrado sin molestar a los demás y procurando – cuidadosamente - no ser molestados. Literalmente.

Los Schrebergarten han sido considerados por años como aquel pequeño campo de pruebas de la reglada sociedad alemana: no fumar en los jardines, no regar las plantas con cerveza u orines, procurar que tu perro no se vaya con la mascota de tu vecina, no regar ni hablar en las horas de siesta, no escuchar música demasiado fuerte ni cantar a ningún volumen son algunos ejemplos de los lineamientos de conducta, protegidos por un sistema de comisarios y jefes elegidos de manera democrática entre los camaradas de este mundo-parcelita (o parcela-mundito).

No olvidar: el fetiche guardián de todo esto es el enano de jardín. No sabemos de dónde vienen, pero se multiplican y organizan. Hay en Alemania alrededor de una de estas figuritas de greda por cada seis habitantes. E incluso una organización suiza - con vocación internacional – para la protección del enano de jardín.

Huertas comunitarias

Los nuevos vientos hacen que las antiguas semillas germinen. El jardín comunitario es un ejemplo y una de esas tendencias de la modernidad, de acuerdo con los expertos de sus restos. Se localizan en aquellos rincones olvidados de la ciudad, donde en algún momento se halló un sitio de construcción o en el pequeño espacio entre las líneas de ferrocarril urbano. Se comportan de manera ofensiva pero silenciosa con el cemento que se extiende por todas partes, en todas direcciones y a todas velocidades.

Tienen su origen en los community garden, que comenzaran a ser una tendencia en la década de 1970, de acuerdo con la periodista Elisabeth Schwiontek y se enfilan en una tendencia de jardinería social.

En oposición al espíritu individualista de los Schrebergarten y su aroma a antiguos marineros, salchichas asadas y cerveza de barril, son el eje de la jardinería entendida como una tarea social, comunitaria y que encuentra sentido en la purificación del aire, así como en la creación de nuevos tejidos sociales en torno a la agricultura. Consiste en la idea de que los habitantes de la ciudad – es decir, la ciudad – podrían mirar un poco más en dirección a las raíces rurales que toda organización humana tiene, y así mejorar su calidad de vida y relaciones.

El jardín comunitario de Laskerwiese, en el barrio berlinés de Ostkreuz es uno de los ejemplos vivos de ese Berlín verde entre medio de las ruinas. Se organizan por medio de la Internet y en el espacio concreto y con apoyos de privados como del sector público y de la UE; remueven la tierra, la hidratan con novedosos métodos y con su vocación hipermoderna y de trabajo en equipo generan un nuevo mundo de posibilidades de vida rural en medio del paisaje industrual.

Le llaman a su método de trabajo y localización Spin Farming: Se identifican precisamente aquellos terrenos con menos esperanzas de vida y se realiza en torno a ellos un trabajo intensivo de recuperación y cultivo. En Berlín hay alrededor de 20 huertas comunitarias, de acuerdo con fuentes especializadas.

Los jardines guerrilla (¿o las ciudades jardín?)

Existe el polo más subversivo y crítico. En vez de buscar un lugar y esperar a que el municipio dé el permiso de trabajar en la realización de un jardín, hay grupos de agricultores urbanos ansiosos de acción: limpiando rápidamente de basura y escombros los lugares abandonados, construyen a velocidad de pájaro huertos temporales que avisan a la comunidad del abandono de los espacios públicos, y que corren el peligro de ser adquiridos de manera injusta por los especuladores inmobiliarios o sencillamente convertirse en basureros no oficiales.Ése es el caso de los agricultores subversivos o “Guerrilla Gardeners”, que tienen su origen en los movimientos juveniles de Londres de los ochentas y noventas. La ciudad es un laboratorio, y los vecinos lo saben: por medio del portal urbanacker.net organizan reuniones y foros para organizarse. Los hortícolas llamados por la acción generan un interesante pulso verde y crítico en esta ciudad en permanente cambio.

Con todo, los Schrebergarten ya no son tan despreciados y hay una especie de regreso a los orígenes: El escritor, actor y músico de la banda Russendisko, Wladimir Kaminer, es uno de aquellos que ha decidido volver a la raíz de esta tradición de la clase media de Berlín: El retorno a las raíces ya no es necesariamente mojigato y trasnochado, ha señalado con un pulgar erguido y pala en mano:

www.youtube.com/watch?v=kHSEmRnwr8k

Teobaldo Lagos Preller, en exclusiva para el CAI, -actualización- 2015.

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