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Ulrich Beck: Retratista de sociedades

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El hombre

El gran sociólogo alemán, Ulrich Beck, falleció el pasado 1 de enero a causa de un infarto. Su muerte supone la pérdida de una de las voces intelectuales más destacadas de Europa y así lo hicieron saber los obituarios que le dedicaron algunos de los diarios más importantes del mundo, entre ellos el New York Times, Le Monde, The Guardian y Financial Times, por no mencionar los periódicos germanos que le rindieron tributo.

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Ulrich Beck en 2012.© dpa.
Previo a explicar el porqué de la importancia de su obra en los tiempos actuales, vale la pena rescatar una anécdota simple pero que en cualquier caso revela la candidez con la que Beck se comportaba siempre, ya fuese en los grandes actos públicos a los que era invitado como en aquellos momentos propios de la cotidianeidad.El suceso tuvo lugar en Múnich, específicamente en una plaza llamada Max-Weber-Platz. Un cultivador nato de la ironía, es seguro que a Beck le provocaba cierta gracia el que el nombre elegido para bautizar ese punto geográfico –lo que aconteció en 1905- no le hacía honores al ilustre pensador Max Weber –como con seguridad pensaba la mayor parte de la gente- sino, curiosamente, a otro Max Weber, un muniqués que había ejercido funciones como magistrado de la ciudad. Divertido, quizá, pero también decidido a contrarrestar lo que consideraba un equívoco, Beck impulsó una campaña porque la plaza en cuestión también celebrase al Weber que conocemos todos –al menos de oídas- y quien es considerado padre de la sociología. Convencido de que en el lugar bien podían caber dos Weber, el ayuntamiento accedió a dicha petición y la hizo oficial el 3 de julio de 1998.

A esta acción cívica habría que añadir otras muestras de que, pese a los reconocimientos y halagos recibidos por su exitoso desarrollo profesional, Beck fue siempre un hombre con los pies bien pegados a la tierra. Así lo manifestaría el afamado sociólogo inglés Anthony Giddens en el escrito que le dedicó en el Süddeutsche Zeitung, y en donde asegura que su colega alemán “era alguien que se adivinaba próximo a la gente, lo que le proporcionaba una gran popularidad entre sus alumnos”. Y así lo demostraría el propio Beck con, por ejemplo, la relación sentimental que mantuvo con Elisabeth Gernsheim y cuya hondura fue palpable hasta el final. No pocas veces se describió a sí mismo como “el beneficiario de los pensamientos” de su esposa, a quien también señaló como la responsable de que él viviese “la realidad ‘cosmopolita’ de la que tanto escribo”.

Ulrich y Elisabeth se conocieron cuando ella era estudiante universitaria y se casaron en 1975. Desde entonces los largos paseos que gustaban realizar por los Alpes Bávaros fueron fundamentales en el desarrollo de ideas y teorías, ya fuese en conjunto o por separado. Beck siempre la señaló como un crítica más valorada y la presencia que lo protegía y al mismo tiempo lo impulsaba. Juntos habrían de escribir dos libros que gozaron de gran recepción y que abordan la complejidad y, a la vez, la cosmopolitización de las relaciones sentimentales: Das ganz normale Chaos der Liebe, de 1990 y Fernliebe. Lebensformen im globalen Zeitalter, de 2011. Ambos se encuentran traducidos al español.

La obra

El trabajo de Beck es tan vasto y complejo que difícilmente se le podría abordar con justicia en un texto como éste. Baste decir que, entre otras cosas, a él se le atribuyen reflexiones indispensables en el desarrollo de la sociología actual y la acuñación de términos como “sociedad de riesgo” (Risikogesellschaft) y “segunda modernidad” (Zweite Moderne).

El primero de sus estudios importantes vio la luz en 1986, curiosamente el mismo año que ocurrió el desastre de la planta nuclear en Chernobyl y lo tituló Risikogesellschaft. Auf dem Weg in eine andere Moderne (actualmente traducido a más de 35 idiomas). A partir de él, Beck desarrolla uno de los pilares de su pensamiento, consistente en explicar que el supuesto éxito del proyecto de la modernidad había terminado por ponerla y por ponernos bajo riesgo. Porque si bien es cierto que la racionalidad y el progreso han generado, al menos para algunos, una vida más larga y notables avances tecnológicos, también es verdad que con ello han creado nuevas amenazas que escapan del control de la sociedad y de las naciones. Fue así que su discurso puso en la mesa de debate cuestiones como el daño en el medio ambiente y sus posibles repercusiones, la forma en la que este progreso tecnológico representa un peligro para el planeta y la vida humana. Beck nos dice que las sociedades de riesgo globales son sometidas a un estado constante de ansiedad ante la factibilidad de más y nuevas amenazas, lo que termina por afectarlo todo, desde los mercados laborales y el actuar de la política, hasta las relaciones interpersonales.

Como respuesta a esta situación global en la que se percibe una tendencia cada vez mayor hacia el aislamiento nacional y el individualismo de las personas, Beck proponía una suerte de “cosmopolitanismo” renovado. A través de él sería posible ampliar el aspecto social y cultural del individuo y con ello disminuir la incertidumbre, al tiempo que los estados nacionales inicien un proceso de cohesión y cooperación. Para Beck, una de las ilusiones más dañinas del siglo XXI es pensar que podemos resolver los problemas solos, por nosotros mismos, seamos individuos o países.

La congruencia con su pensamiento lo convirtió en un férreo crítico del modo de actuar de Alemania y Europa en los últimos años. Incluso cuestionó de frente las acciones económicas y políticas emprendidas por la canciller Angela Merkel en su libro German Europe. Aun así, aceptó de buen modo el ofrecimiento que le hizo el gobierno alemán de sumarse al comité encargado de emprender la acciones que llevarían a una Alemania libre de energía atómica para el año 2022.

El legado

Hasta su hora final, Beck mostró la vitalidad de un veinteañero. Su lucidez puede atestiguarse en cualquier entrevista –hay muchas y muy interesantes- que uno mire por Youtube, así como la buena disposición que tiene para conversar. Pese a las distinciones y el prestigio logrados a lo largo de su vida, era común que asistiera como un sociólogo más a los eventos organizados por la Asociación Internacional de Sociología, en donde se dice que a veces accedía a beber un café y conversar con algún afortunado estudiante. En los últimos meses se lo veía muy entusiasmado con el grupo de investigación que lideraba y con el que desarrollaba el proyecto: “Methodological Cosmopolitanism. In the Laboratory of Climate Change”. Es una pena que de los cinco años que destinaría a esta investigación, solamente haya cubierto uno y medio.

Que quede como aliciente el gran legado intelectual dejado por este hombre nacido en Stolp, pueblo ubicado en la antigua Provincia de Pomerania –hoy Polonia- el 15 de mayo de 1944. No abundan los datos sobre sus primeros años pero se sabe que era el menor de cinco y que solamente tenía hermanas. Su padre se llamaba Wilhelm y era un oficial naval y su madre, Margarete, trabajaba como enfermera. Se sabe también que al terminar la Segunda Guerra Mundial la familia se fue a vivir a Hanover.

Ya siendo un jovencito, Beck empezó a estudiar leyes en Freiburg pero después se decantó por la filosofía, la sociología y las ciencias políticas. Durante ochenta fue profesor en las universidades de Münster y Bamberg y desde 1992 de la Universidad Ludwig-Maximilians de Múnich, donde era catedrático y dirigía el Instituto de Sociología. También fue docente invitado en la universidad de Gales, en Cardiff y en el London School of Economics y editor de la revista Soziale Welt (desde 1980). Y por si fuera poco ganó en 2005 el Schader-Preis, el más alto honor al que pueden aspirar los científicos sociales en Alemania, y obtuvo doctorados honorarios otorgados por instituciones de estudios de Bulgaria, Italia, Finlandia, España y Suiza.

A tan atractivas credenciales únicamente habría que añadir, o más bien, colocar por encima de eso, el papel central que Beck jugó en temas tan actuales como necesarios, como lo son la protección del medio ambiente, la energía nuclear y el futuro de la Unión Europea. Su voz era una de las más escuchadas e influyentes, y en los álgidos tiempos que corren se antoja más necesaria que nunca.

Al menos su eco queda en los libros que llevan su impronta.

Descanse en paz.

Carlos Jesús González (@CjChuy), en exlusiva para CAI, a 19 de febrero 2015.

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