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Alemanas que hacen historia/Christine Kaufmann
Carlo Jesús González - Christine Kaufmann superó, y con creces, las implacables pruebas que pone el tiempo. Lo confirman las reacciones a su reciente fallecimiento.
La abuela más bella de Alemania
Ningún medio cometió la imprudencia de citarla como la ex esposa de Tony Curtis, o la actriz que dijo “no” a Stanley Kubrick –rechazó el papel principal de su famosa Lolita, filmada en 1961- o, albricias, como la mujer que impuso un récord al posar desnuda para Playboy en 1999 con 52 años cumplidos. Cuando mucho, se recordó que fue a raíz de este último suceso que a Kaufmann se le impuso el sobrenombre de “la abuela más bella de Alemania”, y digamos que el mote siquiera apelaba a la verdad: técnicamente la actriz nacida en Estiria, Austria, en 1945, ya era una abuela consumada para cuando la sesión fotográfica tuvo lugar y hasta su lamentable final fue una mujer increíblemente hermosa.
En todo caso, lo que más se destacó de ella en los días que siguieron a su deceso fue el visionario tino con el que potenció sus talentos a lo largo de su vida. Porque Kaufmann no solamente una cara bonita a la que se le daba bien recitar un manojo de líneas. No cabe duda de que sus rasgos enamoraban a la cámara, pero sus cualidades para el histrionismo eran tan efectivas como las presumidas por actrices más experimentadas. Y además había tomado consciencia de ello desde muy pequeña. En una edad en la que otras niñas aprendían a andar en bicicleta sin llantitas, Kaufmann formaba parte del elenco de Im weißen Rößl (1952) película bastante popular de su tiempo y que rodó con apenas siete años. Vendrían luego otros títulos como Rosen-Resli (1954), que la catapultó como estrella infantil y Mädchen in Uniform (1958), al lado de la joven promesa austríaca Romy Schneider, con quien compartía nacionalidad –al menos media-, belleza y un amplio espectro de capacidad actoral.
Por si fuera poco, su regalo de quince años fue uno de los papeles principales en Town without Pity (Stadt ohne Mitleid), película que marcaría su debut en producciones hollywoodenses. Dirigida por Gottfried Reinhardt y estrenada a nivel mundial en 1961, la cinta marcó un punto de inflexión en su todavía incipiente carrera. En ella Kaufmann interpreta a una adolescente de la Alemania ocupada por los aliados que es violada por un grupo de soldados estadounidenses. Hacerse con el rol no fue nada fácil, pues había al menos una treintena de actrices compitiendo por él, lógicamente atraídas por la oportunidad de aparecer a cuadro al lado de Kirk Douglas, quien dio vida al abogado encargado de defender a los militares acusados. Sin embargo, Kaufmann no sólo se colocó por encima de sus competidoras sino además lo hizo tan bien que ese año habría de ganarse un Globo de Oro por su interpretación, hecho inédito tanto por su edad como por su país de origen.
Ante este contundente e instantáneo triunfo fue lógico que su contratación para producciones de corte internacional se disparara. En un lapso de apenas dos años Kaufmann estuvo a las órdenes de cineastas alemanes, franceses, italianos y húngaros, y es muy probable que su carrera hubiese continuado en forma ascendente si el amor no se hubiese interpuesto. Fue justamente durante la filmación de Taras Bulba (1962) donde conoció a quien sería su futuro marido, la entonces superestrella Tony Curtis, veinte años mayor que ella, y con quien procrearía dos hijas –Allegra y Alexandra- a las que se dedicó en cuerpo y alma. El matrimonio duró apenas un lustro, lo que en los estándares de la época, al menos para los grandes estudios, equivaldría a un retiro de casi media vida, por lo que su regreso a la meca del cine se convirtió en campo minado. Por si fuera poco, los conflictos legales con su afamada ex pareja por la patria potestad de las niñas se tornaron en una guerra de desgaste en la que ella se llevó la peor parte. Es así que hacia finales de la década de los sesenta todo parecía jugar en contra de Kaufmann. La joven de rostro angelical que alguna vez se había metido al mundo entero al bolsillo con un simple parpadeo se encontraba sin un rumbo claro, sin trabajo y, lo que fue aun más doloroso, sin descendencia –en una acción de cuestionable legalidad, Curtis sacó a sus hijas de Europa y se las llevó a vivir a los Estados Unidos, no volverían a vivir con su madre sino hasta varios años después-. No había muchas opciones más allá de volver a empezar. Y eso fue precisamente lo que hizo.
El regreso
Si bien es cierto que Kaufmann no se transformaría ya en la próxima Marlene Dietrich, como habían aventurado algunos pronósticos, su probado talento no pasó por desapercibido en la industria local. Fiel a la transformación que el cine empezaba a experimentar en las década de los setentas y ochentas, y de la cual Alemania también formó parte con la nueva oleada de cineastas que conformaron el llamado “nuevo cine alemán” (Neuer Deutscher Film), la actriz efectuó destacados papeles en cintas de Werner Schroeter (Der Tod der Maria Malibran, de 1972 y Willow Springs, de 1973) y, posteriormente, también con el controvertido director Reiner Werner Fassbinder (Lili Marleen y Lola, ambas de 1981). Asimismo, participó activamente en puestas de escena teatrales y en programas televisivos de gran audiencia que hoy día son considerados de culto dentro de Alemania, como El comisario (Der Komissar) y Derrick, por no dejar de mencionar su deliciosa interpretación como la chiflada Olga Behrens en la popular serie Monaco Franze – Der ewige Stenz.
De la misma manera que en su labor artística, Kaufmann halló un necesario sosiego en su vida personal cuando decidió instalarse en forma definitiva en el sur de Alemania. Si bien difícilmente podría decirse que conoció la estabilidad en, llamemos, la vida de pareja –después de Curtis volvería a casarse otras tres veces, hasta tirar la toalla en 2011- sí que consiguió redimirse en su labor como madre, abuela y, a últimas fechas, bisabuela. De hecho fue así, rodeada de sus seres queridos, el modo en el que se despidió del mundo el pasado 28 de marzo como consecuencia de la leucemia, padecimiento que hizo público poco tiempo atrás en la que sería su última aparición en un programa televisivo, frente a esas cámaras que nunca dejaron de adorarla.
La hija del piloto
Su madre era maquilladora y su padre un piloto de las fuerzas aéreas del ejército nazi (Luftwaffe). Creció en Múnich y antes de dedicarse de lleno a la actuación se destacó como bailarina. Su vida fue tan intensa como las películas de las que formó parte, hecho que puede corroborarse en las dos autobiografías que publicó. Hoy en día, y como sucede con las personas que se convierten en recuerdos, es posible encontrar en la red incontables detalles sobre su persona, desde el hecho de que su belleza se hallaba comprimida en un cuerpo de 1.63 metros, hasta aquellos escarceos que mantuvo con algunos de los personajes más destacados de su tiempo y que ella misma calificó de ciertos, entre ellos los habidos con el escritor Patrick Süskind, el guitarrista Eric Clapton y su colega de profesión, Warren Beatty. También declaró alguna vez que había profesado un gran amor por el director de cine, ópera y teatro, Peter Zadek, aunque el destino les impidió formalizar su relación. En sus declaraciones, así como en su mirada, es posible distinguir a una mujer que, sin dudar de su enorme sensibilidad, o tal vez a pesar de ella, supo encontrar una y otra vez la fórmula para reinventarse. No contenta con convertirse en una figura prominente en el universo artístico germano, Kaufmann supo explotar a su belleza de diferentes maneras, primero como vehículo estético y de transmisión de emociones y posteriormente, llegada la edad madura, a manera de artilugio inspirador para otras personas. Sus desnudos tras cruzar la barrera de los cincuenta años, y la línea de belleza que creó y que complementó con libros en los que compartía sus consejos para mantenerse en forma, no hacen otra cosa que demostrar su deseo porque otras mujeres disfrutasen de la vida del modo en el que ella parecía hacerlo.Carlos González (en Twitter @Chuy), en exclusiva para CAI, abril 2017.
Carlos Jesús González.Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.
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