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Amor, sexo y soledad/#3

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Paco Arteaga - A veces las relaciones duran lo que aguanta la estabilidad que proporciona ese placer primario y banal. Y las appsno son suficiente si no interviene ese feliz azar que decide en ocasiones nuestro destino...

La vida se reduce a una frase y es la siguiente: Cada uno de nosotros tiene su opinión y su forma de ver las cosas, y no estamos dispuestos a cambiarla, por muy que rectificar siga siendo considerado algo digno de sabios.

Casi siempre da la impresión de que nos pasamos la vida sobreviviendo a un periodo en el que la suerte no estuvo de nuestro lado. A punto ya de desmayarnos, pero esperando no obstante no sé qué milagro. Somos de ese tipo de personas. Cosa que generalmente da lugar a miedos inenarrables. La gente huye de las dificultades emocionales, por insignificantes que sean. Detectan que algo no va del todo bien y ponen pies en polvorosa. Es la peste del siglo XXI. A veces las relaciones duran lo que aguanta la estabilidad que proporciona ese placer primario y banal. Y las appsno son suficiente si no interviene ese feliz azar que decide en ocasiones nuestro destino. Intercambiar opiniones y fluidos corporales, hacerse confidencias, a veces no basta para reconocer que dos personas están hechas para entenderse.

En Berlín, la gente parece hacer esfuerzos hercúleos y/o agónicos revestidos paradójicamente de indiferencia para vencer fuertes reticencias a las emociones. A enamorarse. De las apps para ligar hemos pasado a los avatares, prototipo de flirteo futurista contemporáneo que promueven desde el popular programa de televisión Date my Avatar cuya versión española Yo, tú y mi avatar se estrena a principios de 2017 en una cadena de televisión privada.

Del coqueteo sano en pos de un encuentro sexual o algo más hemos evolucionado hacia las sex-chem-parties sin preámbulos que promueven los gays entre apps. El narcisismo exacerbado, el sexo, el acceso ilimitado a los cuerpos, la despreocupación absoluta, la alerta y la fuga ante la más nimia complicación nos ha convertido en autómatas del sexo, que es lo único que parece inhibir la imperante insatisfacción. Los bares gays cierran por falta de clientes que culpan de su desgracia a la proliferación de apps, se hacen eco los medios de comunicación. El flirteo ha muerto. O cuando menos ha quedado reducido a la pregunta estrella y casi insalvable de las apps: “Hola, ¿qué buscas?”.

Patricia: “La clave de todo esto es una circunstancia universal; la necesidad de todos de sentirnos queridos”

Patricia (mujer heterosexual residente en Berlín) es una chica resultona en sus late thirties,con carácter, dueña de un gran mundo interior y un interesante poderío externo. Hace unas semanas conoció a un tipo a través de Tinder cuyo encuentro físico inminente parecía posponerse sine die. “He tenido una especie de affairvirtual con un chico. Él está casado (sin voluntad de separarse), tiene un hijo, dos trabajos, etcétera. Pero en cierto momento encontramos el tiempo para hablar a todas horas: al acostarme, al despertarme, por la tarde... Hasta el punto de que llegué a pensar que realmente podía haber algo entre nosotros, pero la realidad es que lo nuestro nunca ha dejado de ser virtual, y desgraciadamente, en los últimos días nos hemos enfriado bastante. No sé si algún día lo conoceré. Mientras tanto, sigo buscando, aunque el panorama es algo deprimente...”.

Pero algunos días después, la historia da un vuelco. “Al final nos conocimos anoche. Más guapo en persona que en foto. Lo pasé genial. Lo que quizás da pie a una vuelta de tuerca: la persona detrás del chat es auténtica, no miente, y encima es mejor en vivo que en el mundo virtual. Eso es maravilloso, ¿no te parece? Aunque supongo que es algo bastante excepcional”. Patricia y su ligue quedaron para tomar una cerveza en el café de la primera planta del mítico Kino International de la Karl-Marx-Allee, pero al final se bebieron unas cuantas. “También dimos un paseo por ese monumental Berlín del este preinvernal. Y luego nos fuimos a casa. Allí tampoco fue nada del otro mundo, más bien no todo lo bueno que pudo y me hubiera gustado que fuera, pero tampoco me quejo. Una noche interesante y divertida, en la que por momentos me preguntaba si estaba pasando de verdad, una noche en la que te alegras de seguir en este mundo”.

Patricia tiene claro que le gustaría verlo otra vez, “pero en el caso de que él también quiera; tiene una vida muy complicada. No va a ser fácil volver a quedar. Mejor me busco a otro. Aunque ya hemos vuelto a chatear un poco. Digamos que hemos vuelto a nuestra relación normal... (risas). Después del subidón del otro día, ahora veo todo con un poco más de perspectiva. Yo creo que la clave de todo esto es una circunstancia universal: la necesidad de todos de sentirnos queridos, de que se preocupe alguien por nosotros, aunque sea solo un poco; y aunque sea solo a través de un chat, por ejemplo. Otra reflexión es algo universal también: la capacidad para abrirte más fácilmente a un desconocido que a gente que conoces. Tanto por mi parte como supongo que también por la suya, nos hemos contado cosas que no considero que contemos tan fácilmente a gente de nuestro entorno más inmediato”.

En las últimas semanas, a pesar de que ha sido cuando finalmente Patricia y el chico en cuestión se han conocido en persona, han estado chateando mucho menos de lo que llegaron a hacer en un primer momento. “En esa época se convirtió en algo diario hablar con él un rato por las noches, para contarnos nuestras pequeñas cosas cotidianas (lo cual en el fondo puede ser lo más bonito del mundo). Y a veces me levantaba y recibía los mensajes que él me había enviado mientras yo dormía, o viceversa: yo le escribía cuando él dormía y se despertaba con mis historias. Lo dicho, sentir que hay alguien ahí, aunque sea una historia en principio imposible”. Sin embargo, del encuentro, la mayor conclusión que Patricia extrae ha sido que no es posible que haya nada entre ellos. “Creo que lo más natural es que todo esto derive en una amistad, con quizás eventuales encuentros de vez en cuando... Y si vas a contar esta historia, por favor, hazlo de la manera más abstracta posible”.

Daniel: Una multitud de hombres, una sobredosis de sexo y de autoestima

Decía Henry D. Thoreau que la vida ciudadana no es más que millones de seres viviendo juntos en soledad. Y Berlín no es precisamente una excepción. Daniel es de ese tipo de seres. Según Erich Fromm, el amor es la respuesta al problema de la existencia humana. Sin embargo, el amor es duro: significa compromisos, responsabilidades, imperfecciones, etcétera. La esencia del amor es trabajar por algo y hacer crecer algo, pero tiramos la toalla con demasiada facilidad ante el más nimio —o no tanto— obstáculo. Amor y trabajo son inseparables. Algo que Daniel sabe muy bien.

Daniel es el atípico gay residente en Berlín que está convencido de que algún día congeniará con alguien tanto a nivel psicológico como sexual. Y así se pasa la vida, como un ferviente peregrino camino de una Jerusalén desconocida. Pues siempre falla algo: el buen sexo generalmente lo consigue con tíos a los que jamás vuelve a ver, pero a los chicos con los que mantiene relaciones sentimentales más o menos estables, les falta precisamente eso, aunque la balanza le compense... Como buen libra, suele echar mano de recursos semejantes. “Tuve un revival el fin de semana pasado, me di un baño de multitudes masculinas que me inyectaron una sobredosis de sexo y de autoestima... Aquello fue todo un triunfo, una alegría desmesurada que se desvaneció al amanecer, junto con el efecto de los psicotrópicos...”.

A Daniel le va mejor ligar en vivo en bares o clubs. “Al final las apps no me sirven para nada, quizá me entretienen un poco durante el día, sabes que trabajo en casa solo y a veces pasan días y no veo ni hablo con nadie, exceptuando las notas de audio que intercambio con amigos en Whatsapp. Hasta las llamadas telefónicas se han extinguido ya. Es 2017, llevo dos años usando Tinder, he acumulado 2007 matches (sin incluir los borrados), pero en todo este tiempo a lo mejor he quedado físicamente con cuatro o cinco chicos, un par de affairsapp en plan experimental. Y Grindr tengo claro que no es para mí, la gente va muy a saco.”A veces Daniel da la impresión de ser un trasnochado juerguista que vuelve a casa después de una noche de excesos. Su faceta antipática, callada y mal encarada no suele dar muy buenos resultados en sus enésimas primeras citas que repite con ritual de serial killer mediante apps, pero es lo que precisamente despierta interés ajeno cuando se le conoce lo suficientemente de cerca. Suele dividir a los tíos en dos categorías si hablamos de sexo: a los un poco demasiado bruscos, léase descarados, y a los un poco demasiado prudentes. Así pasa continuamente del espanto al aburrimiento en su particular secuencia bipolar de las relaciones esporádicas. Podría decirse que dentro de él se debaten dos hombre célebres, ambos de una naturaleza siempre indignada con todo, e implacable crítico con los prejuicios habituales, que no con los suyos propios...

Con frecuencia, se deja influir por teorías peregrinas. En cualquier caso, Daniel suele soportar los resultados negativos de sus experiencias con los chicos con actitud filosófica. Con sus nociones pintorescas, y quien sabe si también trasnochadas, acerca del amor y las relaciones.

Raúl: Narcisismo exacerbado

A veces, en la Meca del arte y de la fiesta que es Berlín, solo es el reflejo de nuestra soledad interior el que nos induce a estar —o a creernos— sedientos de amor. El sexo se convierte en una solución parcial al problema del aislamiento. El sexo nos salva momentáneamente de la temible experiencia de la soledad, sin necesidad de experimentar ningún tipo de memoria ni predilección especial por ninguna de las parejas sexuales. Que es precisamente lo que le ocurre a Raúl, salvando las distancias...

Raúl es el típico amigo gay egomaniaco y narcisista residente en Berlín que está convencido de que está hecho para papeles protagonistas. Su orgullo consiste, básicamente, en una egolatría que molesta a mucha gente, incluido al que suscribe. A Raúl solo le encanta hablar de sí mismo. Ocurre a menudo con los homosexuales: lo pasan tan mal de pequeños que pasan casi automáticamente de no aceptarse a quererse en exceso, rayando casi en lo enfermizo.

Hace poco me contó que había decidido desactivar la mayoría de apps y quedarse solo con Tinder. Se queja constantemente de que no haya conocido a nadie con quien iniciar una relación, y tampoco había conseguido hacer amigos a través de ellas. Intuyo que su adicción no reconocida al sexo, y el hecho de que considere al sexo el sucedáneo más logrado del amor, le conduzca nuevamente a activarlas, si es que no lo ha hecho ya. Es de ese tipo de personas.

Julieta: “ No pensaba que las apps podían ser tan reveladoras”

Dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. Es el resultado de la cultura mercantil y material en la que nos vemos todavía anegados. Vivimos el amor como un objeto y no como una capacidad. Ya lo decía Erich Fromm en El arte de amar. En tales reflexiones se debate también Julieta...

Hace no mucho me encontré en el Transit de Schlesische Str. con Julieta (mujer bisexual residente en Berlín), una chica dulce y bastante pizpireta. “¡Qué honor que me uses para tu columna! No obstante, no utilices mi nombre real, por favor. ¿Qué te parece Julieta?, ¿o es demasiado simbólico?”. Julieta se ha estrenado hace un par de meses en el desconcertante mundo de las apps para ligar. “No pensaba que las apps podían ser tan reveladoras. Hay algunos que directamente me preguntan si tengo ganas de tener sexo. Otros van más allá y me preguntan por mis prácticas sexuales”.

Se muestra tajante en sus primeras conclusiones apoyada en las primeras experiencias con las apps: “Lo que te puedo decir es que yo era muy reacia a usar internet para ligar y no esta tan mal. Me parece superpráctico y superdivertido. He tenido proposiciones de lo más pintorescas, como una cita en los probadores del H&M, en la que me prometían llevar champán... Hay tíos que se montan unas películas impresionantes, con mensajes interminables y que parecen producto de un mal guionista. Uno, por ejemplo, me escribió diciendo que no tenía ninguna foto y que en su perfil había muy poca información porque en realidad estaba en una relación y esperaba conocer a alguien que le diera fuerzas para dejar a su pareja. Y que por eso no podía decirme ni cómo se llamaba ni de dónde era, pero me garantizaba que no era ni alemán ni italiano (?). Y me prometía enviarme alguna foto por e-mail, si se la pedía...”.

Como española, la principal pega que Julieta ve a Berlín es que los alemanes están muy mal acostumbrados. “Aunque me da la sensación de que la culpa es de las alemanas, que les consienten demasiado. En cambio, el comportamiento en internet es mucho más primario. La primera semana activa en OkCupid recibí unos 300 mensajes. Al principio estaba muy alagada, aunque después de las primeras citas ya no le doy tanta importancia. OkCupid es un sitio más donde conocer gente. ¡Y siempre se renueva! He tenido tres citas y el domingo tendré la cuarta. La primera fue muy guay, quizás por eso sigo utilizando la página y he quedado otra vez con esa persona. Las otras dos fueron agradables, tomé una cerveza, conversé un rato y me di la vuelta. Todo muy correcto. Con el chico de mañana voy dar un paseo en bici. Y me apetece un montón...”.

Paco Arteaga, en exclusiva para CAI, enero de 2017.

Paco Arteaga es periodista, fotoperiodista, proofreader y amateur perpetuo. Ha trabajado para revistas de moda, arte, tendencias y estilos de vida, agencias de noticias, de publicidad y de comunicación. Reside desde hace algunos años en Berlín, ciudad en la que —entre otros proyectos— ha cofundado Berlín Amateurs, donde también se las apaña como editor. Su blog personal.

www.berlinamateurs.com

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Paco Arteaga - Una vez al mes, esta columna sobre amor, sexo, soledad y apps en Berlín se dispone a diseminar estas y otras cuestiones a través de las experiencias de ciertos personajes residentes en la capital alemana.

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