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Alemanas que hacen historia/Cornelia Funke: Tinta y corazón

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Carlos Jesús González - Más de veinte millones de libros vendidos y traducidos a una cuarentena de idiomas. El legado de la escritora Cornelia Funke (1958, Dorsten, Renania del Norte-Westfalia) no es, en absoluto, cualquier cosa. Y eso que hablamos únicamente de su legado material o, digamos, mensurable.

Fantasía rentable

Más de veinte millones de libros vendidos y traducidos a una cuarentena de idiomas. El legado de la escritora Cornelia Funke (1958, Dorsten, Renania del Norte-Westfalia) no es, en absoluto, cualquier cosa. Y eso que hablamos únicamente de su legado material o, digamos, mensurable. El otro, el de la cantidad de ensoñaciones disparadas a partir de sus escritos se pierde en un infinito inaprensible para el que sin embargo no se requieren códigos de acceso. A ese lugar también van a parar las ilusiones y las risas, los miedos y las preguntas existenciales. Sabemos bien que autores como J. R. R. Tolkien, T. H. White –el favorito de Funke-, Michael Ende o Mervyn Peake llevan tres cuartos de siglo recordándonos la existencia de ese mundo mágico e inabarcable, pero la verdad es que éste ha estado allí siempre, dispuesto a nuestro alcance vía los cuentos de hadas y los mitos populares.

Perteneciente a una nueva generación de narradores –lejana ya de Tolkien, quien es algo así como el Borges de los universos de la espada y el dragón- entre los que podríamos mencionar a Guy Gavriel Kay, al bestial George R. R. Martin o, claro está, a la millonaria y anti-Brexit creadora de Harry Potter, J. K. Rowling –con quien se la compara a tal extremo que ya harta-, Cornelia Funke posee una voz propia que con el tiempo no ha hecho sino reafirmarse. Fiel, en cualquier caso, a la tradición del género, no tardó en percatarse de que la fantasía es incontinente y por tanto difícil de confinar a un solo libro. Es por ello que después de sus primeros éxitos literarios, entre ellos El jinete del dragón (Drachenreiter, 1997) y El señor de los ladrones (Herr der Diebe, 2000), Funke apostó por la saga como vehículo de expresión. De esta manera en 2003 aparece el primer volumen de Corazón de tinta (Tintenherz), mismo que catapultaría su entonces aún modesta carrera hasta la estratósfera y, de paso, convertiría a sus protagonistas –la pequeña Maggie y su amoroso padre Mortimer- en los personajes favoritos de cientos de miles de lectores.

Quizá un éxito así de rotundo e inesperado hubiera sido motivo para una presunción mareante o la aparición del temido bloqueo creativo. En el caso de la alemana no hubo lo uno ni lo otro. Tanto es así que tras concluir la tercera entrega de Corazón de tinta, Funke se vio provista de tal energía inventiva que en 2010, y bajo el nombre: Reckless. Corazón de piedra (Reckless. Steinernes Fleisch), inició una nueva saga que al día de hoy ha sumado otros dos títulos, todos ellos traducidos a cuanta lengua uno pueda imaginarse y concebidos bajo la sombra protectora del best seller.Acostumbrada a escribir sin limitantes, ni siquiera las que ella misma podría llegar a imponerse, Funke asegura no saber cuántos números más de Reckless verán la luz. En unas entrevistas habla de cinco, en otras de seis y en algunas más ni siquiera cita una cifra, como si hablar del tema la aburriese. Ello dota al asunto de un estimulante aura de misterio pero también permite entrever que esta serie que inició con la historia de un púber de doce años –Jacob Reckless- que accede a un universo fantástico a través de un espejo no sólo posee un la cualidad de ser adictiva, sino también cuenta con un desempeño comercial más que decoroso que no tiene porqué restringirse a una cantidad determinada de ejemplares.

La vida y la realidad

Se equivocan aquellos que piensan que Cornelia Funke escribe sus historias desde el típico estudio alemán de techos altos que en los inviernos sólo es habitable con la calefacción encendida al máximo. Igualmente tienen una idea falsa quienes aducen que la novelista da una cierta continuación, de alguna manera de forma natural, a la herencia literaria iniciada por lo hermanos Grimm o E. T. A. Hoffmann. Para empezar, desde 2002 decidió permutar los nubosos horizontes de Hamburgo por los soleados atardeceres californianos de Los Angeles, ciudad en la que aún habita. Con respecto a lo segundo, Funke ha defendido una y otra vez que ella se identifica más con la escuela narrativa británica a la que pertenecen Charles Dickens o Rudyard Kipling que con la de las antiguas plumas germanas. De hecho en una entrevista brindada para el semanario Der Spiegel, Funke ofreció una explicación de los factores que, a su parecer, atentaron contra el género de la fantasía en Alemania: “los nacionalsocialistas ensuciaron nuestra tradición como narradores. Interpretaron erróneamente a los Nibelungos, a nuestras sagas y mitos. Es cierto que Günter Grass consigue grandes momentos de fantasía, y lo mismo Michael Ende con sus libros para niños, pero creo que hizo mucho daño el hecho de que los nazis tergiversaran la irracionalidad de lo fantástico.

Es gracias a lo antes descrito que los logros de Cornelia Funke adquieren aun una mayor relevancia, pues evidencia que de alguna manera, al menos desde un punto de vista estilístico, ha nadado por sus propias aguas. Ello por no hablar de la sencillez que parece transpirar en las entrevistas suyas que uno es capaz encontrarse en la red y que puede resultar un tanto chocante: al escucharla, al verla, cuesta pensar que se trata de la escritora alemana que más libros ha vendido en toda la Historia. Sin duda pertenece al peculiar linaje de los escritores infantiles, tan distinto al de los autores “serios”, muchos de ellos rebasados por la solemnidad o la arrogancia. Ella misma conviene en que los editores prefieren a los de su clase no sólo por sus bajos índices de ego sino también porque suelen comportarse con sus lectores con extrema gratitud y deferencia.

Un comportamiento así, por otra parte, es únicamente explicable en alguien que admite seguir sintiéndose una niña de diez años. Esa capacidad de empatía le ha permitido conectar con la fascinación que, por ejemplo, la Edad Media puede generar en un adolescente -¿quién no ha soñado con ser una princesa o un caballero?- o con la mezcla de gozo y ansiedad que los cuentos de hadas producen en los niños. “Recuerdo estar en mi cama y escuchar aterradas los relatos de los hermanos Grimm”, declaró en una entrevista, “luego empecé a leer otras cosas pero nunca me olvidé de esas historias. Los cuentos de hadas hablan sobre la naturaleza humana, su oscuridad, pero también de nuestra historia como seres humanos… muestran sitios en donde no hay fronteras entre los hombres, los animales y las plantas, y donde cada uno de ellos posee un principio vital que los otros deben respetar.

Es oportuno decir que una imaginación tan inquieta también resultaría productiva a la hora de hablar de negocios. En este sentido, Funke ha sabido capitalizar su fama de diferentes maneras. Además de fundar su propia editorial, Breathing Books, ha incursionado en el mundo interactivo a través de una aplicación –exclusivamente para iPad- llamada Mirrorworld, elementos a los que habría que añadir los incontables audiolibros que se han comercializado en diversos rincones del planeta. Para desgracia suya, la adaptación cinematográfica de su Corazón de tinta efectuada en 2008 fue un sonado fracaso. En principio lo había todo: un director con experiencia, un casting aceptable y varias decenas de millones de hollywoodenses dólares detrás. Y además, cosa rara en estos menesteres, los productores accedieron a que Funke opinara de cuando en cuando acerca de lo realizado. Pero ni así la cinta se salvó del naufragio, uno de tales dimensiones que desde entonces la escritora no ha querido volver a ver una claqueta a la redonda: “el cine transforma a una alfombra voladora en una servilleta”. Una frase lo dice todo.

Persona

Nunca hay que menospreciar lo que dicen los niños, pero indudablemente tampoco lo que una escritora infantil exitosa pueda opinar acerca de lo que dicen los niños. Funke ha señalado en repetidas ocasiones que los padres de familia deben de encontrar la manera en que sus hijos consideren a los libros no como una medicina repelente sino algo disfrutable, similar a un chocolate.En este mismo tenor, asegura que los infantes se formulan todos los días preguntas de gran profundidad, desde aquellas relacionadas con el significado de la vida hasta las que intentan explicar las razones por las que uno va a morir, y es precisamente en este punto donde las historias rebosantes de imaginación juegan un rol importante pues, entre otras cosas, “permiten que los niños aprendan que el miedo o el espanto, la tristeza o la desesperación, van a tener un fin”. En pocas palabras, es a través de la fantasía –infantil- que uno se acerca a la realidad –adulta-. O al menos aprende a asimilarla de otra manera.

Tal paradoja es asimismo aplicable para el mundo de los adultos. La misma Funke, viuda desde 2006, ha confesado en repetidas ocasiones el duro golpe que le significó el fallecimiento de su marido. Pese a ello, no ha dejado de viajar de un lado a otro del planeta con la intención de coleccionar mitos originados en otras geografías, para contemplar con sus propios ojos posibles escenarios de historias futuras. En resumen, no ha dejado de vivir, de hacer lo suyo. Y es así que cada vez que vuelve al hogar, lo primero que hace es salir a la terraza y tirarse en una silla. Allí, con los ojos cerrados, sin sentir otra cosa que el sol de California tostándole la piel, observa aquello que quiere definir con esas palabras alemanas que usa poco pero que, al igual que su ligera, casi imperceptible melancolía, siempre están allí cuando hay que buscarlas.

Y entonces abre los ojos. Y escribe.

Más información en:

www.corneliafunke.com

Carlos Jesús González (twitter @CjChuy), en exclusiva para CAI, noviembre 2016.

Carlos Jesús González. Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.

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