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Amor, sexo y soledad/#1
Paco Arteaga - Deseamos saber que alguien nos quiere. Sin embargo, los misterios del amor y las relaciones a veces son tan inextricables como los de la muerte. En Berlín, las relaciones de cualquier tipo se basan en el desapego... Una vez al mes, esta columna sobre amor, sexo, soledad y apps en Berlín se dispone a diseminar estas y otras cuestiones a través de las experiencias de ciertos personajes residentes en la capital alemana.
En las grandes ciudades hay más personas, pero no muchas más oportunidades de encontrar pareja convencional —léase monógama— estable. Como mucho, es posible aspirar a una monogamia secuencial perpetua. Son tantas las tentaciones: clubs, alcohol, apps, drogas, otras personas… En la capital alemana predomina la inconstancia (e incluso la inconsistencia) en el amor y el desánimo prematuro en las relaciones. Todo marcado por la inmediatez de la vida que promueven las nuevas tecnologías y las reglas del juego impuestas por el online dating vigente.
Online datingtiene mucho de juego para smartphone; puro entretenimiento, inseguridades y excesos de ego. Sin embargo, una de cada dos parejas se conoce gracias a Internet. O al menos, eso es lo que afirma un estudio de la Universidad de Stanford, publicado a mediados de 2015. Las reglas del juego han cambiado: para los que ahora tienen entre 20 y 30 años es algo natural, han crecido con esta nueva manera de ligar a la carta a través de catálogos onlinedispuestos en cada app; para los que nos acercamos a los 40 (muchas veces, personas adultas aferrándonos al papel de ingenuas), no tanto, o no con tanta frecuencia.
Pero ¿es en realidad tan difícil ligar en el ciberespacio como en la calle? Un artículo del New York Times asegura que en la app Tinder es igual de frecuente que una pareja no cuaje, al igual que sucede en la vida offline: por cada 12 ligues, hay 988 rechazos.
El 50 % de los habitantes de Berlín están solteros. En la Meca del arte y de la fiesta —y añadamos, de la homosexualidad— que también es Berlín, confluyen muchos obstáculos para hacer que una relación verdaderamente funcione. Pero ser singleen Berlín no es precisamente sinónimo de celibato. En la principal ciudad germana, el sexo o los affairscasuales no son un problema, sino más bien una rutina insalvable. Extraños al conocerse, extraños al despedirse: lo insalvable de verdad es el abismo entre esos dos cuerpos. La individualidad ha dado paso a querer ser libre hasta dentro de una relación: se pretende, incluso se ambiciona, seguir siendo soltero —y Peter Pan forever— mientras se vive en pareja.
El amor romántico del mundo occidental está perdiendo la batalla; se impone el acceso a los cuerpos, sobre todo en Berlín. Las emociones quedan protegidas —o invalidadas— por medio de un cercado eléctrico invisible, aunque por fortuna no del todo infalible, que no se sabe muy bien quién activa: si la propia persona o la que se acerca a ella. Es como si el amor careciera de importancia; como si casi diera vergüenza admitir su existencia, e incluso sentirla.
Ya no aspiramos a trascender la individualidad sino a instalarnos en ella y ondear a cielo abierto la bandera de una libertad que más bien parece una condena promovida por el miedo. Berlín es la capital de los solteros de Alemania. La vida sentimental aquí, la mayoría de las veces, se reduce a rollos de una noche, novios potenciales que se quedan en agua de borrajas o aventuras fogosas de dos a cuatro semanas; seis, como mucho.
Antes, la vida consistía en hacerse mayor, encontrar una profesión a la que aferrarse de por vida, tener hijos, envejecer, morir. Ahora, impera la sensación, o más bien la convicción, de que todo podría ser todavía mejor: el trabajo, la pareja, la vida y sobre todo uno mismo. Se desecha constantemente todo en pos de una vida libre. E inmortal. Una y otra vez. Insatisfacción crónica.
Somos seres corrientes que (en ocasiones) piensan y sienten. Cada uno de nosotros constituye una entidad única, un cosmos en sí mismo que se expande en una ciudad desconcertante como es Berlín. Pero ¿qué debemos pensar y qué sentir? Prima la inteligencia emocional y controlar las emociones, como si estas fueran sinónimo de debilidad y dignas de desprecio. El adjetivo “emocional” funciona casi siempre en clave peyorativa. Las emociones están muy mal vistas. Sobre todo en Alemania.
Pero se quiere porque sí, sin otro motivo o razón. No se pierde la dignidad por decirle a alguien que le amamos. A veces. Sin embargo, a la hora de “acertar” el cómo sienten otras personas, generalmente nos debatimos a oscuras. Las dificultades son inmensas. Sobre todo en Berlín. Intentamos descubrir a tientas lo que se oculta bajo las apariencias. ¿Le gustaré de verdad? ¿Por qué no me llama? ¿Habrá una tercera cita… o una tercera persona? Siempre creemos “adivinar” a los otros, pero saltamos de una casilla a otra en El gran juego de la oca que también son las relaciones, la mayoría de las veces de error en error y tiro porque me toca.
Cada cual es un impenetrable secreto para sí mismo y no digamos ya para los demás. Andamos por la vida con nuestros enigmas a cuestas mientras tratamos de descifrar los de los demás. Entonces, ¿por qué nos extraña tanto que haya incomunicación en las parejas? Nos conocemos y, a pesar de todos los esfuerzos que podamos llevar a cabo, no nos conocemos. No tenemos ni puta idea de quiénes somos.Y a la hora de sentir, preferimos echar mano del silenciador. O de aplicación para smartphone. Estamos inducidos a pensar —y a creer— que expresar sentimientos y emociones aterra, espanta, ahuyenta, aleja, distancia. ¿No debería ser precisamente al revés? Es más fácil no sentir y no mostrar interés. Es la tónica dominante en la capital alemana. Vivimos una vida esterilizada de sentimientos y emociones —cuajada de mensajes equívocos—, no ya en el mundo feliz de Aldous Huxley, sino cómodamente instalados en el planeta Alphaville de Jean-Luc Godard. Por el bien de una humanidad cada día más deshumanizada. La gente en Berlín es confusa y complicada. Vive de fantasías, ajena a todo sentimiento que no sea el de su propia comodidad. Lejos de mí/nosotros las complicaciones…
Vivimos alojados en la velocidad que espolea la inmediatez de las nuevas tecnologías. En grandes ciudades como Berlín, a pesar de su ritmo pausado aparentemente inmune al estrés, los días transcurren velocemente con sus pequeños y triviales incidentes, mientras esquivamos los lazos de intimidad camino ya casi de una misantropía cordial. Nuestro continuo estado de interacción social remota a través de apps y redes sociales es un arma blanca de doble filo: estamos conectados y no estamos conectados. Unidos y aislados al mismo tiempo. Nuestra era pre-smartphone una vez nos demostró que era posible convivir con la soledad, estar solos.
En el delirio moderno de los social media y las apps, la soledad y el aislamiento bien pudiéramos considerarlo un lujo necesario servido en bandeja y no un mal muy de nuestro tiempo. Estamosinmersos en una sociedad multitasking, engullidos por la cultura de la inmediatez y las citas corales. Una función multitarea omnipresente y universal, cuya hiperactividad no solo afecta al trabajo, sino a nuestras relaciones personales, al amor y al sexo. En Berlín, casi todo el mundo tiene siete novios: uno para cada día de la semana. Un remedio de curandero para la soledad. O para la muerte. Un comprimido de distracción, una píldora quitapenas, soma.
Les hablo ahora de la soledad, de la sensación de duda y de limitación que nos sobreviene en nuestros años maduros. Sentimiento inherente a la ciudad de Berlín. Aquí, la soledad se adhiere a ti como la sarna y como tal, cava túneles hasta que te ahueca por dentro. Uno puede sentirse muy solo aun teniendo muchos amigos y conocidos en la agenda del móvil y en los contactos de Facebook o Whatsapp.
E incluso viviendo en pareja. Puede que solo se trate de un hándicap cultural al que no estamos acostumbrados los migrantes que a la capital germana venimos a parar. Suma a eso el carácter distante e indiferente de los alemanes y te encontrarás al borde de la depresión. A veces estamos a años luz de tantas personas que tenemos tan cerca…
(Una vez al mes, esta columna sobre amor, sexo, soledad y apps en Berlín se dispone a diseminar estas y otras cuestiones a través de las experiencias de ciertos personajes residentes en la capital alemana)
Paco Arteaga, en exclusiva para CAI , agosto 2016.
***Paco Arteaga es periodista, fotoperiodista, proofreader y amateur perpetuo. Ha trabajado para revistas de moda, arte, tendencias y estilos de vida, agencias de noticias, de publicidad y de comunicación. Reside desde hace algunos años en Berlín, ciudad en la que —entre otros proyectos— ha cofundado Berlín Amateurs, donde también se las apaña como editor. Su blog personal www.berlinamateurs.com
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