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Helmut Kohl: El hombre que marcó una era

Helmut Kohl

Helmut Kohl, © Sven Simon

Artículo


Carlos Jesús González - Y al final, la Historia le hizo justicia a Helmut Kohl. Habían transcurrido apenas unas horas de que fuese anunciado su fallecimiento, el 16 de junio pasado, y ya era perceptible una atmósfera de duelo en toda Alemania.La noticia se transmitía incluso de boca a boca, fenómeno que sólo ocurre en situaciones de emergencia y tras los triunfos de la selección nacional de futbol. No es que, por supuesto, se haya menospreciado su legado, pero ciertamente en los últimos años sus problemas de salud, aunados con escándalos familiares y un apartamiento radical de la vida pública, le imprimieron cierta aura de invisibilidad. Kohl había pasado a ser el patriarca más viejo y callado de la reunión, aquel que observa desde lejos la fiesta y en quien ninguno de los convidados repara hasta que de repente se esfuma y con ello se hace evidente la importancia de su presencia, la sensación de seguridad y protección que generaba en el ambiente y que se ha desvanecido junto con él.

El hombre que marcó una era

No es de necios, entonces, decir que por el momento se percibe un cierto sentimiento de orfandad en la nación germana. Después de todo, esta Alemania reunificada, aquella en la que actualmente viven 81 millones de habitantes distribuidos entre sus dieciséis estados o Länder, es un producto de su visión, de su voluntad, de su legendaria tozudez, de una pasión fuera de serie. Kohl fue “un golpe de suerte” para el país, aseguró la canciller Angela Merkel, y no habría individuo capaz de desdecirla. Ella misma, en calidad de antigua protegida política suya y, posteriormente, alguien con quien mantuvo diferencias claras, es consciente de la enorme trascendencia de su labor: “supo identificar sus dos grandes retos”, afirmó la canciller, “la unificación alemana y la unidad europea. Kohl comprendió que ambos estaban intrínsicamente ligados. Los alemanes le debemos mucho. Cuando llegó la libertad al este, Kohl era la persona correcta en el puesto correcto en el momento adecuado. Fue un gran alemán y un gran europeo”.

A sus palabras se sumaron prontamente las de decenas de jefes de Estado, ex presidentes, antiguos subordinados, empresarios, así como las de la gente de a pie que quisieron externar su pesar a través de un tuit o de un comentario a pie de página de alguno de los incontables artículos que se escribieron acerca de quien fuera canciller de Alemania entre 1982 y 1998. Fue así que, en tanto el recién elegido presidente francés, Emmanuel Macron, lo calificaba de “artífice de la Alemania unida y la amistad franco-francesa”, la primera ministra de Reino Unido, Theresa May, se refería a él como “un gigante de la historia europea”. Ello por no dejar de mencionar los elogios a su figura que le dedicaron Donald Trump (“el mundo se vio beneficiado de su visión y sus esfuerzos”), Vladimir Putin (“he admirado siempre su sabiduría y su capacidad para tomar decisiones ponderadas y perspicaces incluso en las situaciones más complicadas”) y el papa Francisco, quien aseguró que pediría a Dios porque “le recompense por su incansable obra a favor de la unión de Alemania y de la Unión Europea, así como por su compromiso de paz y de reconciliación”.

Los comentarios de George W. H. Bush y Mijail Gorbachov merecerían un sitio aparte, puesto que no sólo compartieron con Kohl un hecho histórico –uno que a la vez ellos mismos hicieron posible-, sino que además mantuvieron con él una relación que podría considerarse como amistosa. El antiguo líder de la extinta Unión Soviética lo señaló como “un hombre sobresaliente que deja una huella imborrable en la Historia”, mientras que el ex presidente estadounidense envió un comunicado en donde lo definía como “uno de los más grandes líderes de la Europa de la posguerra… una roca estable y fuerte”…A decir verdad, resulta difícil pensar en otra personalidad política que, tras anunciarse su defunción, haya sido objeto de tantos elogios, de tantas muestras de cariño. Lo seguro es que no ha habido ninguna en lo que va del milenio. El anuncio del deceso de Kohl detuvo al mundo por algunos segundos, tiempo suficiente para que las mentes de un infinito número de personas fueran encadenando pensamientos de forma casi natural, por ejemplo, de la siguiente manera: Helmut Kohl ha muerto; antes había dos Alemanias (ahora hay una); antes había un Muro (ahora no lo hay). Libre y pura asociación mental. Después de esos segundos, cada quién habrá vuelto a lo que hacía antes de recibir la noticia, pero lo hará a sabiendas de que Kohl fue una pieza clave en la transformación del mundo, y de que con su pérdida se cierra una era importante de la Historia.

Kohl, el político

Son varios los medios que coinciden en describir a Kohl como un hombre que se sobrepuso –y vaya que lo hizo- a sus limitaciones. A diferencia de Willy Brandt, Kohl no era un orador consumado, ni tampoco poseía el carisma de su predecesor, el ex canciller Helmut Schmidt. Asimismo, en los inicios de su gobierno no contó con el beneplácito de la rama más conservadora de su partido, los demócratas cristianos (CDU – Christlich Demokratische Unions Deutschland), que esperaban de él una línea política similar a la de Konrad Adenauer y, por si fuera poco, intelectuales de peso, como Günter Grass y Heinrich Böll, manifestaron más de una vez sus reservas con respecto a sus capacidades como líder.

Con tantos factores en contra, Kohl hizo bien en exacerbar sus virtudes, que no eran pocas, a manera de antídoto contra la crítica. En lugar de crearse un perfil impostado se mostró tal cual era, haciendo gala de su provincianismo y de su aparente simpleza, con lo que se ganó aquello que ningún político debe subestimar: el aprecio y la simpatía de la gente. Al alemán promedio le encantó que su canciller fuera un tipo que vacacionase con su familia siempre en el mismo paraje austríaco; que no escondiese el fuerte acento propio de los nacidos en el Land de Renania-Palatinado; que presumiese las artes culinarias de su región a las primeras de cambio; que hablara de manera llana y directa, comprensible para todos. A la larga, y vista en perspectiva, esa manera de ser resultaría determinante en las negociaciones que se sucedieron desde la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, hasta la reunificación alemana, el 3 de octubre de 1990.

Lejos de limitarse a los usos propios de la diplomacia pura, de la Realpolitik –esa parte se la dejaba en gran medida a Hans-Dietrich Genscher, su ilustre ministro de Asuntos Exteriores-, Kohl apeló a su franqueza y a su probada sociabilidad a la hora de aproximarse a los líderes de Estados Unidos, Francia, Reino Unido y la Unión Soviética, cada uno de ellos una pieza clave en los acuerdos que harían o no factible la anhelada reunificación. “(Kohl) tenía una relación personal con (Mijaíl) Gorbachov como la que tenía conmigo, quizá no tan cercana pero se agradaban el uno al otro y sabían que podían trabajar juntos”, confesó George W. H. Bush en una entrevista que se le realizó en 2003, ya cuando la imagen de Kohl se había visto perjudicada por los escándalos de donaciones ilegales a su partido en 1998. Pese a ello, refrendó Bush, “mi amistad y respeto por Kohl nunca se han desvanecido”.

Cierto es que además de su don afectivo, el ex canciller alemán lució en todo momento una firme determinación. Entre cada broma y cada esfuerzo por agradar y deleitar a sus dialogantes, dejó en claro que no cejaría en su intento por lograr la reunificación alemana en el menor tiempo posible, pero además sin dejar la mínima duda de que, tal y como le comunicaría a François Miterrand, la unificación alemana y la unión europea eran dos caras de la misma moneda. “Nunca más una Europa Alemana. Quiero una Alemania Europea”, le expresó en su momento a Felipe González, en aquel entonces presidente de España.

Sobrenombres como “Mr. Germany”, “el canciller de la unidad”, “el canciller eterno” o, el que recientemente le proporcionó el presidente de la comisión europea, Jean-Claude Juncker: “la esencia misma de Europa”, son un fiel reflejo de su legado. Kohl, en efecto, pugnó por una sola Alemania, pero siempre y cuando estuviera dentro de una Europa cohesionada no sólo a nivel económico, sino también en lo político y lo social. Una Europa donde imperasen la paz, el respeto y la buena voluntad. Si Alemania era capaz de demostrar que había aprendido de sus errores, el escenario ideal sería dentro de un continente que había aprendido a lidiar con los propios. Hoy día, con una Europa sumida en un proceso de redefinición, el mensaje dejado por Kohl cobra mayor relevancia que nunca: “Europa es una cuestión de supervivencia”, declaró en una de sus últimas entrevistas. La frase habla por sí misma.

Kohl, el hombre

Más de una vez confesó que había tenido la gran fortuna de nacer tarde. Demasiado pequeño como para ser enviado al frente durante la Segunda Guerra Mundial, cargó sin embargo con el dolor de perder a su hermano mayor en el conflicto, lo que dejaría una profunda huella en él.En 1960 se casó con Hannelore Renner, a quien conoció en las clases de baile a la que acudían ambos y con ella procreó dos hijos. Tras enviudar en dramáticas circunstancias en 2001, volvió a casarse algunos años después con Maike Richter, tres décadas menor que él y quien había ocupado un puesto dentro de su gobierno.

Sus 1.93 metros de altura parecían incluso más, quizá debido a su gran corpulencia. De apetito voraz, era un amante absoluto de la Saumagen, platillo típico de Renania-Palatinado que consiste en un guiso de estómago de cerdo. Su afición por él era tal, que se rumora que se lo hizo probar a todo líder de Estado que lo visitó, desde Ronald Reagan hasta el rey Juan Carlos de España. Se ignora si Margaret Thatcher también se animó a degustarlo.

Cultivaba la ironía y la broma pesada, y lloró más de una vez en público. Era de risa fácil y, aunque no era una persona que pudiera considerarse creyente –nació en un hogar católico- cultivaba la religión de manera discreta. Era una persona práctica, más afín al logro de convenios que a la defensa de las ideologías. En los 43 años que se mantuvo de forma activa dentro de la política -16 de ellos como canciller- trabajó como un desposeído. En 2008 una caída, combinada con otros problemas de salud, lo dejaron postrado en una silla de ruedas y con severas dificultades de habla.

Silencioso, pero aún lúcido, cerró los ojos para siempre. Con tranquilidad. En paz.

Carlos Jesús González (twitter @CjChuy), en exclusiva para CAI, junio 2017.

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