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Alemanas que hacen historia/Maren Ade

Artículo

Carlos Jesús González - 15 de mayo de 2016, Festival de Cannes, Francia. Cuando se desvaneció el último fotograma de la película, la imagen se fue a negros. Hubo una breve pausa y luego la canción Plain Song, del grupo The Cure, comenzó a sonar conforme fueron apareciendo los créditos. Entonces se escuchó el primer aplauso en la sala, y luego otro, y otro más, y pasados un par de segundos eran tantos que parecía el sonido de una cascada, una cascada que permaneció durante ocho minutos.

Hoy por hoy, podemos señalar esa fecha como el inicio de lo que llamaremos “el fenómeno Toni Erdmann”. Y es verdad, porque a partir de esa calurosa ovación que se le brindó en la costa francesa el valor de la película de Maren Ade no hizo sino subir como la espuma. Cinco European Film Awards –incluyendo el de Mejor Película, otorgado por primera vez a una cineasta mujer- y sendas nominaciones al Globo de Oro y al Oscar lo confirman de manera inapelable, aunque más allá de los galardones obtenidos y del beneplácito de la crítica que ha recibido por donde quiera que se la exhiba, lo más rescatable de la obra de Ade es el impacto que ha generado en el espectador. Es allí donde Toni Erdmann ha roto los cánones en lo que se refiere a la percepción que las audiencias poseen con respecto al cine alemán.

La película narra la peculiar forma en la que una ejecutiva adicta al trabajo (Ines Conradi) se ve orillada a reestablecer una relación afectiva con su padre, un tipo extravagante que a veces gusta de ser él mismo (Winfried Conradi) pero que en otras ocasiones prefiere ponerse en la piel de un personaje inventado y sumamente exótico (Toni Erdmann). Debido a cuestiones laborales Ines vive en Bucarest, y es allí a donde su progenitor se desplaza para hacerle una visita que, a la larga, dejará en ambos una profunda huella emotiva. La encargada de darle vida a Ines es Sandra Hüller, actriz de 36 años nacida en Turingia y a quien el público alemán recuerda como la adolescente trastornada que aparece en Réquiem (2006), de Hans-Christian Schmid. El rol de Conradi/Erdmann, por su parte, es encarnado por el veterano histrión austríaco Peter Simonischek, quien es precedido por una larga carrera sobre las tablas del escenario teatral. El que ambos recibieran el European Film Award en las categorías de Mejor Actriz y Mejor Actor, respectivamente, no es más que un gesto que celebra el exquisito desempeño que ambos muestran en la película. Hay que decir además que a partir de su trabajo se hace evidente la obsesión con que Maren Ade abordó el tema del casting. Lo que ella quería –y consiguió, aunque para ello repitiera las tomas hasta más de treinta veces- fue crear una relación de antagónicos en la que, sin embargo, también hubiera espacio para la ternura, la empatía y la comprensión. Retratar a dos seres complejos y multidimensionales que a la vez pueden dejarse guiar por los sentimientos más simples y primigenios. En este sentido, tanto Hüller como Simonischek son capaces de brindar a sus personajes el grado de humanidad que se requería para hacerlos creíbles y, a la vez, para conectar con el público.

En cualquier caso, y más allá del gran desempeño actoral o de los excelentes diálogos que pueblan la historia –escrita asimismo por Ade- el acierto de la cinta o aquello que, digamos, la convierte en un parte aguas de la cinematografía alemana, es el tono que consigue y que prevalece casi mágicamente durante todo el metraje. Toni Erdmann es un drama profundo, capaz de calar en los sentimientos de cualquiera, pero también es una narración que, a ratos a través de la ironía, en otros mediante el uso de chistes de lo más sencillos, puede mirarse bajo el prisma de la comedia. De hecho, en aquella que podríamos calificar como la secuencia climática del filme, Ade es capaz de hacernos reír y llorar en un lapso no mayor de diez minutos sin más recursos que un manojo de cuerpos desnudos y un monstruo al que le sobran muchos pelos. En pocas palabras, lo que Ade ha demostrado es que pese a hacer uso del humor alemán –tantas veces denostado- o incluso gracias a él, ha logrado crear no sólo una cinta que no tiene parangón en la historia del cine hablado en alemán, sino que también funciona sin matices para las audiencias de otras nacionalidades, aspecto que queda reforzado con los más de cien países que hasta ahora han comprado los derechos para distribuirla en sus regiones.

Otra cuestión que vale la pena señalar es la temática con la que Toni Erdmann fue construida. Probablemente desde las épocas gloriosas de Wim Wenders en los ochenta ninguna película alemana que cosechase el éxito internacional se eximía de contar alguna historia relacionada con la 2ª Guerra Mundial o con la Alemania dividida. Desde Good Bye Lenin! hasta La vida de los otros (Das Leben der Anderen), pasando por La caída (Der Untergang), incontables filmes han cruzado por el mismo y acostumbrado recorrido. Por fortuna, no es el caso de Toni Erdmann: aun tocando de soslayo algún aspecto político –los estragos del capitalismo sin freno en un país como Rumania-, o social –las grandes diferencias ideológicas entre los nacidos en la posguerra y la generación siguiente-, el argumento de Ada se halla por encima del contexto histórico y otros elementos invariablemente relacionados con la germanidad, incluso en los momentos en los que echa mano de ellos. En realidad, y desprovista de ornamentos, Toni Erdmann no es más que el retrato de dos almas solitarias que, tras reconocerse, hacen un nuevo intento, quizá el último, por resarcir aquello que aún las puede unir. Y nada más.

Detrás de Toni Erdmann

Lo escrito anteriormente deja en claro por qué Maren Ade es vista por muchos como la nueva esperanza del cine alemán. Toni Erdmann y su inusitado éxito son los culpables de que se le haya colgado tal responsabilidad. Aunque si uno lo analiza con detenimiento, la carrera de Ade ya poseía visos de grandes alcances desde hace al menos una década. Su primera película data de 2003 y se llamó Der Wald vor Lauter Bäumen, aunque en un inicio no fue otra cosa que el trabajo de tesis con el que se graduó de la Universidad de Televisión y Cine de Múnich. Aun así, logró colarse en los festivales de Toronto y Sundance, en donde acaparó un premio.

Unos años después, en la sección de competición de la Berlinale de 2009, presentó Entre nosotros (Alle Anderen), la cual se haría acreedora del Oso de Plata (Gran Premio del Jurado) y Oso de Plata por Mejor Actriz para Birgit Minichmayr. En ella Ade describe la forma en la que los distintos acontecimientos vividos por una joven pareja durante un viaje por Cerdeña complican su relación. Quizá por haber abordado un retrato intimista con Alle Anderen, o meramente por una cuestión relativa a su edad –acaba de cumplir los cuarenta años-, a Ade se la incluye con bastante frecuencia en la llamada Escuela de Berlín (Berliner Schule), nombre con el que se conoce a cierta corriente cinematográfica que se caracteriza por crear dramas realistas y melancólicos, y con la que también se vincula a otros directores conocidos, entre ellos Christian Petzold y Angela Schanelec.

Con Toni Erdmann, no obstante, Ade se aleja por completo de cualquier tipo de etiqueta. La película es única, lo suficientemente singular como para refrescar a la cinematografía germana y abrirle las puertas a nuevas posibilidades narrativas. Ade incluso podría darse el lujo de tardarse nuevamente un lustro en sacar una próxima película –eso es lo que demoró en escribir, producir y dirigir Toni Erdmann –si a la vuelta trae un producto de idéntica contundencia. Aunque lo más probable es que esta mujer nacida en Karlsruhe necesite siquiera una buena cantidad de meses para asimilar el bombazo que ha sido su cinta, para reponerse del agotamiento físico y mental que en ocasiones contrae el éxito. En esa larga y merecida pausa, y mientras la inspiración vuelve a tocar a su puerta, Ade podría volver a mirar esas cintas que tanto la han inspirado, por ejemplo las comedias de Billy Wilder y Ernst Lubitsch o, como siempre, A woman under the influence, de John Cassavetes, película que se ha convertido en una especie de mantra dentro de su proceso creativo. O simplemente para invertir algunas horas en cuestiones domésticas y familiares: ocuparse de sus hijos de uno y cinco años; reunirse con los amigos; salir a cenar con su esposo, el también director de cine, Ulrich Köhler, (Schlafkrankheit, 2011).

Suceda lo que suceda, lo cierto es que el legado de Toni Erdmann ya es asumido como paradigma de la cinematografía alemana del futuro. El hecho de que haya sido producto del ingenio de una cineasta mujer ha ayudado, por demás, a que se rompa por partida doble con uno de los estigmas más vergonzosos que acarrea no solamente la cinematografía germana sino la de todo el mundo. Maren Ade lo consiguió con una historia conmovedora y honesta. Tan original y extraña como la imagen de un hombretón con peluca revuelta y dentadura postiza. Así de inolvidable.Carlos Jesús González (en Twitter @CjChuy), en exclusiva para CAI, febrero 2017.

Carlos Jesús González. Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.

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