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Alemanas que hacen historia/Katarina Witt: La patinadora de dos Alemanias

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Carlos Jesús González - Encender la computadora. Escribir: Katarina Witt, Calgary, Carmen. Esperar un momento y luego picar donde se debe. Bien. Ahora sí: a disfrutar de esa última rutina que Katarina Witt ejecutó en esos míticos juegos de invierno en Canadá. Lo mejor es hacerlo en estado puro, es decir, sin meditar en las delicadas cuestiones de geopolítica que enmarcaban cada salto, cada torsión, cada respiro de esta virtuosa del patinaje sobre hielo.

Ni siquiera hay que pensar en aspectos más particulares, como el hecho de que en esa noche de febrero de 1988 la rivalidad de Witt con la jovencita que representaba a los Estados Unidos, Debi Thomas, había alcanzado su punto más dramático. “La batalla de las Carmens”, fue como la prensa de todo el mundo llamó al encuentro una vez que se supo que ambas usarían la ópera Carmen, de Georges Bizet, para musicalizar su programa largo. El que pondría punto final a su participación en los juegos. El que decidiría de qué lado caerían las medallas.

Pero olvidemos eso y también, por si acaso, de todo lo que creemos que sabemos acerca de esta disciplina deportiva. No funciona. No sirve. Lo importante es perderse en esa actuación de Witt que finalmente le valdría el oro en la premiación. En la elegancia de sus movimientos, en su completa entrega al personaje –como se diría después: “Witt no bailó Carmen, fue Carmen”-, en esos pequeños errores que comete y que le conceden al conjunto un encomiable y enternecedor punto de falibilidad perfecta. Hay que hacerlo. Indagar, por cuenta propia, las razones por las que esta mujer es considerada la reina absoluta del patinaje artístico de la década de los ochentas. Las mismas que la llevaron a ser conocida como “el rostro más hermoso del socialismo”.

Porque, claro está, Katarina Witt en ese entonces enarbolaba una bandera que ha dejado de existir: la de la República Democrática Alemana (RDA).

El rostro más hermoso

Pasado un tiempo de la reunificación alemana, todo individuo que mantuvo algún tipo de relación con la RDA, incluyendo, por supuesto, a los ciudadanos del extinto país, gozó del derecho de acceder a los archivos del ex Ministerio de Seguridad del Estado. Fue así que muchos de ellos se enteraron de que sus actividades fueron seguidas o vigiladas durante algún momento de sus vidas.En el caso de Katarina Witt se habría necesitado de un camión para mover su expediente de un lado a otro: 27 cajas con 3000 páginas de archivos evidencian el obsesivo espionaje del que fue víctima durante 17 años. Sin pausas. Sin que se hayan eximido detalles que por mero pudor habría sido prudente ignorar. Calificada como toda una “joya de la corona” por el mandatario Erich Honecker, Witt fue desvergonzadamente arropada por la cúpula de poder del régimen socialista, quien se comportó con ella con la indeterminación conductual de un novio que es amoroso pero a la vez inseguro, constantemente consumido por los celos y una inseguridad irrefrenables.

Es cierto, por una parte, que Witt no tardó en convertirse en una de las consentidas del régimen, pero a cambio de tener una lavadora de trastes –un lujo absoluto en la RDA- u obtener alguna dispensa policial por rebasar el límite de velocidad máximo permitido, la patinadora y su familia fueron sometidos a una sistemática y exhaustiva violación a su vida privada. El caso llegó a niveles casi cinematográficos cuando se reveló que uno de sus antiguos compañeros patinadores, miembro también del equipo olímpico de la RDA, pasaba revista de las actividades de Witt en calidad de informante encubierto.

Las críticas a su persona, sin embargo, no tardaron en darse. No faltó quien le acusara de servir al blanqueo de la imagen de una nación represiva. Como respuesta, Witt publicó en 1995 una autobiografía (Meine Jahre zwischen Pflicht und Kür) en la que explica, por un lado, la enorme presión a la que el sistema le sometía para que ganara medallas, pero por otro acepta que fueron los mecanismos de ese mismo sistema los que le permitieron hacer lo que más le gustaba en la vida.

Contraria al facilismo que supondría el asumirse como víctima, Witt ha apostado en todo momento por la franqueza y, sobre todo, por no esconder la postura un tanto ambigua que posee con respecto del tema. Cuando, por ejemplo, se le ha preguntado si pensó en huir de la RDA, ella lo ha negado sin ambages: “cuando tenía 18 o 19 años mucha gente me ofreció dinero para irme pero ningún dinero habría sido suficiente para abandonar a mi familia… y era muy leal a mi país, a mis entrenadores. No los habría dejado atrás”, y demuestra la misma honestidad cuando rememora su rol como una de las atletas favoritas del gobierno: “tuve la oportunidad de ver mis sueños hechos realidad, así que no experimento ninguna amargura cuando volteo hacia atrás”.

En cualquier caso, dentro de Alemania son mayoría las voces que han demostrado comprensión y apoyo hacia la figura de Katarina Witt. Prueba de ello fue la gran expectativa que generó su anunciado regreso, el cual tuvo lugar en los juegos olímpicos de invierno de 1994, en Lillehammer. En aquella ocasión, la patinadora obtuvo apenas el octavo lugar, pero cumplió su sueño de representar a una Alemania reunificada.

Ganadora absoluta

En la década de los ochentas, aquella misma en la que Boris Becker dominaba las canchas de tenis y la selección alemana de futbol de Alemania Federal se había coronado como doble bicampeón del mundo, Katarina Witt se afianzaba como la indiscutible dueña de las pistas heladas. Su ranking, medido a la ligera con una colección de dos oros olímpicos (1984 y 1988), cuatro oros y dos platas en el campeonato mundial (de 1982 y 1988) y seis oros y una plata en el campeonato europeo (de 1982 a 1982), revela la contundencia de su éxito, un éxito que, ya se ha dicho, era lo suficientemente impresionable como para que la RDA lo presumiese como propio. En plena Guerra Fría, en esos tiempos en los que, parafraseando al escritor y periodista, Juan Villoro, no se podía “ver una coliflor sin pensar en un hongo nuclear”, el virtuosismo y el avasallador carisma de Witt mostraron a occidente que en ese otro mundo, y a pesar de la opresión, también podía haber lugar para la perfección y la belleza.Quizá gracias la innata naturalidad que proyecta, Witt sorteó con gracia los ataques de quienes quisieron culparla de colaboracionista y pudo adaptarse sin problemas a la Alemania reunificada. Poco acostumbrada a mirar al pasado, apostó por la diversificación una vez que, a mediados de los noventa, colgó los patines detrás de su puerta de forma definitiva. Desde entonces se ha convertido en una especie de Prominent (celebridad) que igual ha posado desnuda para Playboy que actuado en películas y series de televisión no únicamente germanas sino de alcance internacional como la conocida Frasier. Incluso destaca como una de las pocas alemanas –y con seguridad la única nacida en la RDA- que puede vanagloriarse de haber ganado un premio Emmy, mismo que le concedió por su actuación en la película Carmen on ice (1990).

Sin duda, Witt ha sido desde siempre la primera en percatarse de la simpatía que es capaz de generar en las audiencias. Probablemente lo supo desde niña, cuando con apenas siete años cumplidos se desplazó de su querido Berlin Staaken, donde nació un 3 de diciembre de 1965, al lejano Sportgymnasium de Chemnitz (Sajonia) en el que entrenaría sin tregua hasta lograr exprimir lo mejor que tenía de sí, poder de seducción colectiva incluido. Gracias a su mezcla de encanto y técnica, sus intervenciones sobre la pista son recordadas como una parte importante de la historia del patinaje artístico sobre hielo y, por supuesto, de la RDA. Quizá nunca sabremos hasta qué punto estaba convencida del controvertido régimen por el que salía a dar la cara, pero a nadie le ha quedado duda de que dejó sobre el hielo lo mejor de sí misma, ya fuese por su nación, su familia o los miles de seguidores suyos que se encendían los televisores a las tres de la madrugada para no perderse sus actuaciones en Calgary. Tal vez también por ella misma, para celebrar la fortuna de haber nacido con cualidades únicas e irrepetibles.

Consciente de la manera en la que la vida le ha sonreído, la patinadora creó en 2005 la Katarina Witt Sfitfung, fundación situada en la ciudad de Brandenburgo y cuyo fin es brindar ayuda médica a niños que requieran una atención especial, específicamente aquellos que por cuestiones congénitas o agentes externos padecen de problemas motrices. “Con la fundación quiero dar de regreso lo que he tenido y permitir que de alguna forma estos niños tengan una nueva vida a partir de una mejor movilidad”, declaró alguna vez al respecto.

Nada mal para alguien que encontró en el movimiento su principal virtud, el vehículo que le permitió ganarse el cariño de la gente y, de paso, un sitio indiscutible en el olimpo del universo deportivo.

Más información en:

www.katarina-witt-stiftung.de

Carlos Jesús González (Twitter @CjChuy), en exclusiva para CAI, septiembre 2016.

Carlos Jesús González. Periodista y escritor mexicano. Vive en Berlín desde 2006, donde labora como corresponsal de CAI y como colaborador free-lance de diferentes medios mexicanos y alemanes. Tiene un especial interés por los temas culturales y políticos. Es amante absoluto del cine, la literatura y la agitada vida berlinesa.

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